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Leandro Karnal - El dilema del puercoespín

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Leandro Karnal El dilema del puercoespín
  • Libro:
    El dilema del puercoespín
  • Autor:
  • Editor:
    Ariel México
  • Genre:
  • Año:
    2020
  • Índice:
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El dilema del puercoespín: resumen, descripción y anotación

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«Somos una especie de puercoespín», pensó el filósofo Arthur Schopenhauer. Nos sentimos solos y nos acercamos a los demás; entonces sus espinas nos pinchan o pinchamos a alguien y volvemos a alejarnos, y lo repetimos durante toda la vida. ¿El problema será la soledad o nuestras relaciones? ¿Se trata realmente de un problema? A partir de la afirmación de Aristóteles de que la soledad es capaz de crear dioses o bestias, el doctor Leandro Karnal reflexiona sobre esa condición humana inevitable, compleja y cíclica que está presente en el arte, en la filosofía, en las religiones, en los niños con amigos imaginarios, en el mundo virtual y en las redes sociales. Existe desde la Antigüedad y puede ser un gran peligro para quienes eligen el aislamiento. Pero no todo está perdido: puede haber luz en la soledad; incluso, dice Karnal, Dios suele revelarse ante los solitarios. Para comprender esta epidemia que es la soledad y encontrar una posible solución, debemos reconocer que se trata de una situación insalvable, pero soportable. Todo radica en caminar entre los deseos y el autoconocimiento, y en entender que la historia de la humanidad es, sin duda, la historia de la soledad.

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Índice Este libro está dedicado a Igor César Dorim Gandra La mirada leal de un - photo 1

Índice

Este libro está dedicado a
Igor César Dorim Gandra.

La mirada leal de un amigo
es una luz en las tinieblas del mundo.

Gracias por ser quien eres.

Somos una especie de puercoespín, pensaba el filósofo Arthur Schopenhauer. La razón es que el frío del invierno (o la soledad) nos castiga; buscamos el calor del cuerpo ajeno y nos acercamos a los otros. Efecto inevitable de este movimiento: sus espinas nos pinchan y nos causan dolor (y las nuestras lastiman a los otros). La molestia hace que nos alejemos y de nuevo quedamos aislados. Volvemos a sentir frío e intentamos regresar a la convivencia, con el mismo resultado.

La metáfora del filósofo alemán se refiere al dilema humano: solitarios, somos libres, pero pasamos frío. Ya sea en pareja o en grupo, las diferencias que surgen causan dolor. Tendríamos que encontrar una distancia segura, suficiente para que el otro nos aporte el calor que necesitamos, pero no nos lastime. ¿Cuál es la distancia mínima que debe haber entre dos humanos espinosos? No existe una respuesta exacta y a menudo nos equivocamos al poner en práctica el binomio solo-acompañado. ¿Acaso será solo un problema de un filósofo huraño como Schopenhauer? Avancemos.

El gobierno de la ex primera ministra británica Theresa May creó el llamado Ministerio de la Soledad. El antecedente de esta iniciativa fue una comisión creada para combatir el mal de la soledad, la cual lleva el nombre de una diputada que fue asesinada en forma violenta: Jo Cox Commission on Loneliness (Comisión sobre la Soledad Jo Cox). Al parecer, la alarmante cifra de 9 millones de británicos parece quejarse de soledad frecuente o total. Ancianos, personas con problemas de movilidad y otros son las víctimas principales de un mal contemporáneo: la soledad. El aislamiento social ya no es meramente una percepción extraña o una situación atípica: se ha transformado en una verdadera epidemia. ¿Qué estará pasando en el mundo para que la lucha contra la soledad se esté convirtiendo en una política de Estado?

La soledad es algo distinto del simple hecho de no tener a nadie cerca. Del mismo modo, estar acompañado no garantiza que la sensación de soledad desaparezca. En el caso del Reino Unido se percibe, además, que esta conduce a las personas al aislamiento y las hace más vulnerables. También fuera de las islas británicas ocurren situaciones alarmantes: en Francia, en el trágico verano de 2003, murieron más de 11 000 personas; la mayoría tenía más de 75 años. El aislamiento de los más viejos contribuyó al impresionante aumento en el número de fallecimientos. No había suficientes ataúdes para todos los cadáveres y fue necesario usar cámaras frigoríficas para almacenarlos. En ese caso, la soledad podía ser fatal.

Como he dicho, la soledad no solo tiene que ver con tener o no compañía. En los grandes centros urbanos del mundo estamos rodeados por millones de personas. Sería razonable suponer que los solitarios fueran los viejos hombres de campo, separados de las aglomeraciones por muchos kilómetros, aislados en la inmensidad de las tierras de cultivo. Hoy sabemos que ocurre lo contrario: el mal de la soledad es aún más devastador en las grandes ciudades. Hay concentración demográfica, sí, pero no se construyen lazos personales y significativos. En los grandes edificios de departamentos se acumulan innumerables historias paralelas que nunca se encuentran. Los vecinos intercambian saludos formales en las áreas comunes, pero saben que no pueden contar con nadie. Las personas no establecen vínculos afectivos o familiares profundos que hagan la existencia más interesante. Como hemos visto, a veces la soledad puede matar, pero siempre provoca que la experiencia de vida tenga un tono gris y melancólico. Y no estamos hablando de esa enfermedad llamada depresión, ese terrible mal que conduce a que la persona, contra su voluntad, vaya perdiendo el deseo de vivir y de crear vínculos con el mundo. Hablamos de algo que no es ni una enfermedad psicológica ni un trastorno con diagnóstico preciso. Hablamos, por el momento, solo del aspecto negativo de la soledad.

Los solitarios casi nunca son vistos con buenos ojos. Se suele pensar que la persona solitaria está al borde de la locura. Al menos así retrata el cine a la mayoría de los seres aislados. Recuerdo a Norman Bates, de la película Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960); el personaje está aislado en un lugar decadente y sufre porque no tiene la compañía de su madre, lo que provoca que desarrolle el perfil de un asesino.

Incluso una persona que se comporta de una manera aparentemente normal puede exhibir conductas extrañas cuando se queda sola en una isla, como le ocurrió a Chuck Noland (cuya historia protagonizó Tom Hanks en Náufrago de Robert Zemeckis, 2000), quien terminó hablando con el balón Wilson. El cine incluso ha mostrado a ángeles perturbados por la angustia y la melancolía que les provoca la falta de una compañera ( Las alas del deseo de Wim Wenders, 1987).

La visión dominante en la pantalla grande es que el loco es un ser aislado. La soledad es la antesala a perder la razón o, tal vez, el amplio salón vacío donde baila la locura. Aun si se tiene una pequeña familia, los lugares vacíos terminan haciendo surgir lo peor de cada uno, como lo muestra la genial interpretación de Jack Nicholson en la película El resplandor (Stanley Kubrick, 1980). Aislamiento, nieve, ausencia de grupos sociales: todo eso destruiría la estabilidad humana. El mensaje es casi constante: somos gregarios y, de acuerdo con lo que muestra la pantalla, contrariar nuestro espíritu de rebaño aniquila nuestra estabilidad.

La literatura, por su parte, no siempre ha visto el aislamiento en forma tan negativa como el cine. Desde la perspectiva de esta, el mensaje es el contrario: muchas personas logran alcanzar el pináculo de la reflexión cuando se encuentran en aislamiento. Es el caso de La pasión según G. H. de Clarice Lispector. G. H. recorre ambientes vacíos, reflexiona y actúa a partir de su flujo de conciencia. La soledad es el telón de fondo necesario para que fluya todo lo que sea posible en cada situación, incluso cuando encuentra una cucaracha. Si G. H. estuviera en un coctel con sus amigas o su familia, nada de lo que ocurre en la obra de Clarice sería concebible. G. H. funciona como Robinson Crusoe (Daniel Defoe): ambos son náufragos del mundo y aprovechan el aislamiento para encontrarse a sí mismos. Si bien Robinson no estuvo totalmente solo los 28 años que pasó en la isla, fue en el aislamiento donde encontró su propia identidad sin enloquecer. Sin embargo, aunque Robinson resuelve casi todas las dificultades que se le presentan en la isla, sigue soñando con retornar y reinsertarse en la sociedad de Inglaterra, donde nació. Robinson es un solitario en contra de su voluntad.

Sí, la soledad puede iluminar. Jesús, Abraham y Mahoma encontraron su vocación y llamado en el desierto. No estaban solos. Jesús encontró al demonio y a ángeles. El fundador del islam recibió la revelación por medio de Gabriel. Como veremos más adelante, Dios se revela a muchos solitarios o habla de forma inaudible a otros, individualmente, como en el episodio de la caída de san Pablo en el camino de Damasco. La soledad puede ser creativa, como en el caso de G. H. Puede representarse como un elemento del genio (inspiración): así pinta el romántico Delacroix a otro creador, Miguel Ángel, inmerso en la soledad de su estudio. Aislados, el profeta o el artista se iluminan o se comunican con planos superiores. El bullicio del mundo dificulta la recepción de lo sagrado, como vemos en la parábola del sembrador (Mt 13). Las preocupaciones del mundo son espinas que impiden que la Palabra fructifique.

El peor castigo del sistema penitenciario es el confinamiento solitario. Una persona molesta con el rumbo que ha tomado su matrimonio le lanza a su cónyuge la amenaza suprema: « Voy a dejarte » . En momentos de enojo es común profetizar: «¡Por culpa de tu humor de perros, te vas a morir solo! » . En la escuela, a los niños que se portan mal los mandan a la biblioteca a estar solos. Un castigo casi teatral consiste en poner al pequeño infractor de frente a la pared, solo, aislado, sin nadie que lo acompañe. Como en el cine, la soledad es vista con mucha desconfianza y como una forma de castigo.

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