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Herman Troi - Crónica de Moscas

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Herman Troi Crónica de Moscas
  • Libro:
    Crónica de Moscas
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  • Año:
    2015
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Crónica de Moscas: resumen, descripción y anotación

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Crónica de Moscas

Novela por:

Herman Troi

La Controversia viene del Corazón…

Capítulo 1

La Concepción del Deseo

A veces no era conveniente cerrar los ojos al atardecer, porque en ocasiones la mente tiene momentos de disfuncionalidad, y una imagen tan simple como un ocaso anticipado por el mal tiempo, podría convertirse en una variante definitiva para sumergir a cualquiera en un hondo y oscuro océano de ficciones y realidades. Sólo bastaron unos segundos para experimentar esta vivencia, tras un breve desfallecimiento causado quizás por el estrés, mismo que desapareció cuando comencé a escuchar en la radio la canción Pablo Pueblo, de Rubén Blades. Mientras me consolaba con la grata melodía ajusté la temperatura del aire acondicionado de mi auto, luego maldije el embotellamiento que por tanto tiempo había arrancado horas a mi vida, y que lentamente se tornaba monstruoso, como una gigantesca serpiente hecha de ruedas y cilindradas. Las ráfagas de lluvia crepitaban y se designaban de forma diagonal ante el efecto del viento que la empujaba con sigilo y a la vez con rudeza de un lado a otro. Esta imagen por demás insólita que ondulaba indescriptiblemente me hizo creer por un instante que las ánimas de las víctimas que habían muerto en la carretera, comenzaban a manifestarse de forma siniestra, y que por algún motivo volvían del más allá a cobrar venganza, justo cuando yo me dirigía a casa. Sin embargo al movilizarse la fila de automóviles me di cuenta que el cansancio me había producido nefastos pensamientos, porque aquello no era más que una jugarreta del resplandor del ocaso sobre las múltiples gotas de agua que reventaban al golpear el pavimento. Cuando la luz del semáforo cambió al color verde, la fila de automóviles se movió unos cuantos metros, algo que sólo sirvió para que me pudiera acercar a la intersección próxima al barrio de Las Carmelitas, un sitio predominantemente clase media en donde vivían las familias que se consolidaron tras el advenimiento de la última dictadura militar, aquella que desapareció después que los norteamericanos intervinieron con sus tropas para instaurar una democracia que en nada había cambiado las cosas.

Por una vieja costumbre observé el reloj que yacía junto al velocímetro y me di cuenta que eran casi las siete de la noche. Luego miré hacia la acera, y como si fuese una nefasta revelación, vi a un niño de poca estatura que quizás tendría unos diez años de edad, protegiéndose de la lluvia bajo una marquesina de cinc que formaba parte de la entrada a una abarrotería. El niño de rostro melancólico y atavíos pobres, sostenía en sus manos cuatro bolsas con limones que seguramente vendía en la intersección, cuando fue sorprendido por la lluvia. La indignación que sentí fue terrible. Desperté de mi ensimismamiento al oír el concierto de cláxones detrás de mi auto, entonces avancé rompiendo con la humedad que se asía al pavimento para dirigirme al barrio. De aquel lugar a mi casa tardé media hora. Afortunadamente el garaje estaba techado. Después de estacionarme apagué el limpiaparabrisas, luego los faroles, y por último el motor. Estos movimientos los repetía todos los días con una exactitud casi perfecta, y los había efectuado por espacio de años.

Y pues, hablando de lo que me atañe, creo que no es fácil relatar una historia sobre moscas, en especial si una de ellas era yo. Sí, así es. Una de ellas era yo.

Seguramente esto vino a ser la consolidación de muchas cosas extrañas en torno a mi vida. Mi nombre por ejemplo: Fidencio Cabeza de Vaca. Mucha gente al oírlo creyó que se trataba de una broma o un castigo impuesto por algún enemigo de mis antepasados. No obstante, aquello no era el resultado ni de una cosa ni de otra. Mi apellido era simplemente la combinación de muchos conceptos y arquetipos de una época en la que no había prejuicios a la hora de expresarse. Por lo que sé, mi tátara abuelo fue Cabeza de Vaca, mi bisabuelo fue igualmente Cabeza de Vaca, mi abuelo fue definitivamente Cabeza de Vaca, y mi padre quien ya murió, fue indudablemente Cabeza de Vaca. Para mí no fue fácil manejarlo, y menos cuando fui niño. Tengo algunos recuerdos lúcidos en la mente que, aunque el tiempo los haya distorsionado un poco, son memorias que jamás desaparecerán. Sobre todo el acoso al que fui sometido durante mis años en la escuela. Mis compañeros me hacían toda clase de burlas comparándome con los antílopes, y sobre todo con los becerros. Y fue tanto el acoso de aquellos imbéciles que un día sin pensarlo los embestí cual toro acorralado. El incidente terminó con una suspensión de tres días y una reprimenda por parte del director de la escuela. Lo bueno de todo eso fue que mi padre me felicitó por haber defendido el honor de nuestro apellido. Así entonces me di cuenta que a veces era bueno ser agresivo, ya que hay gente que no escarmienta por palabra sino por dolor.

Me casé a una edad muy temprana, creo que fue el primer error de mi vida aunque no debo considerarlo como tal, lo que sucede es que, casarse a los veinte años no debe ser fácil para nadie, sobre todo para alguien que estaba lleno de sueños y grandes perspectivas con respecto a la vida. Me dejé llevar por el acuciante impulso de unas hormonas inmaduras que en vez de beneficiarme, me perjudicaban. Marta, quien aún sigue siendo mi esposa, era posiblemente la mujer más deliciosa que había conocido hasta entonces. Sus grandes pechos y su monumental trasero, enorme como la joroba de un camello, me puso en una difícil situación, y siendo yo un mozuelo de criterio limitado no supe discernir entre lo realmente valioso y lo meramente superficial. Me casé con ella porque la única alternativa que tenía de hacerla mía, era adquiriendo un compromiso serio, y eso incluía un matrimonio y una estabilidad económica que yo no tenía. Yo sabía que las mujeres imponían pautas antes y después de enredarse con un hombre, y en el caso de Marta, su aparente rectitud me pareció una estupidez, porque yo estaba muy consciente de que su decencia no era del todo inmaculada. Pero acepté casarme con ella porque no vi otra alternativa. Además yo era un hombre de retos y procuraba no mostrarme temeroso ante los compromisos. Poco a poco, Marta supo ganarse mi voluntad pese a que ella, y esto siempre lo supe, nunca me ha querido como yo a ella.

Después de la boda hicimos planes para muchas cosas, entre estas la llegada de los hijos. Yo creí conveniente que tuviéramos nuestro primer hijo luego de dos o quizás tres años, teniendo ya una certeza económica y una casa digna para comenzar a criarlo. Sin embargo como hacíamos el amor todos los días, nos agarró una noche sin luna, una de esas en donde se mezclan el deseo y la pasión, en perfecta combinación. Por una de esas vicisitudes de la vida, Marta olvidó tomarse la píldora diaria, y no sé por cuál razón lo olvidó habiendo sido tan estricta en este menester. Creo que su embarazo se dio una noche al regresar a casa, luego de asistir a una fiesta a la que no habíamos sido invitados, pero que de igual manera nos divertimos bailando merengue y reggaetón hasta el cansancio. Yo me bebí unos tragos de ron, por lo que tuve que conducir lentamente tratando de conservar el juicio, al llegar a casa nos pusimos a charlar de las tonterías que hicimos en la fiesta, y en pocos minutos quedamos sobre la cama, besándonos como dos adolescentes que vivían su primera experiencia sexual. La muy tonta se vino a acordar de la píldora la mañana siguiente, luego de que inclusive habíamos roto algunas reglas que limitaban el acto amoroso.

De aquel desliz no nació un bebé, sino dos, un par de mellizos de sexos distintos, pero muy parecidos físicamente.

Ya habían transcurrido diecinueve años, y el tiempo pareció involucrarse en una carrera constante que hasta ahora no parecía parar. Adriana y Roberto, son bellos ante mis ojos. Creo que heredaron la mayoría de los genes de Marta, con todo y que he tratado de darles la mejor parte de mis cualidades como persona. La educación de ambos ha corrido por cuenta de los dos, pero he notado que en ambos hay una afectación que no me gusta, seguramente inducida por las influencias de su madre.

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