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Linda Varner - una estrella Solitaria

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Linda Varner una estrella Solitaria
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Una estrella solitaria

Linda Varner

3º Tres bodas y una familia

Una estrella solitaria (2000)

Título Original: Lone star bride (1998)

Serie: 3º Tres bodas y una familia

Editorial: Harlequín Ibérica

Sello / Colección: Julia 1092

Género: Contemporánea

Protagonistas: Tony Mason y Mariah Ashe

Argumento:

Un hogar, una familia y un hombre que creyera en la felicidad parasiempre era el sueño de Mariah Ashe. Tony Mason no compartía esasideas… pero Mariah estaba a punto de enseñarle al soltero más sexy yempedernido de Pleasant Rest, Texas, qué era el amor.

Tony no estaba interesado en el compromiso. Pero deseaba a Mariah. Y,extrañamente, la peluquera de corazón tierno hacía que se pensara dosveces lo de su soltería. ¿Podría Mariah convertirle en un verdaderohombre de familia?

Capítulo 1

«Un chimpancé entrenado podría conducir este coche», pensó Mariah Ashe al tiempo que soltaba un suspiro de aburrimiento. No obstante, mantuvo los ojos clavados en la carretera de dos carriles, recta como una flecha en ese punto, sin colinas ni valles, vehículos o peatones que quebraran la monotonía.

Casi siempre, claro está.

Pero ese día, Mariah divisó un punto sospechoso kilómetros por delante en el paisaje llano del horizonte del sur de Texas. Al instante sintió curiosidad. Observó con interés cómo el punto crecía en tamaño hasta que se convirtió en una furgoneta con un trailer publicitario aparcada en el arcén.

—¡Ya la he visto con anterioridad! —exclamó Opal Crawford, una de las acompañantes de Mariah y propietaria a medias del coche.

—¡Yo también! —corroboró la otra propietaria, la hermana gemela de Opal, Ruby Smythe—. ¡Frena, Mariah! Queremos echar un vistazo.

Mariah obedeció y piso el pedal del freno hasta que el vehículo casi se arrastró por delante del bonito trailer. Largo y negro azabache, exhibía una matrícula de Texas y una portezuela lateral que se podía subir para mostrar la mercancía que llevara en su interior. Las palabras Tony Mason, Artista Independiente, aparecían pintadas tanto en el costado del trailer como de la furgoneta antigua, que resplandecía a pesar de que el sol apenas lograba atravesar las nubes tormentosas.

—Tony Mason. Tony Mason. Ese nombre me suena —murmuró Opal mientras Mariah pasaba despacio—. Estoy segura de que lo he conocido en alguna parte, hermana.

—Yo también —respondió Ruby—. Pero, ¿dónde?

—¿San Francisco? ¿Santa Fe? —ofreció Opal.

—¿De verdad habéis visto antes ese trailer? —inquirió Mariah cuando comenzó a acelerar. No sabía por qué se sorprendía. Las gemelas tenían parientes por todo el país y les encantaba visitarlos a todos.

—Oh, sí —afirmó Opal—. Fue en… en… —frunció el ceño, esforzándose por recordar.

—¡Ya lo tengo! —exclamó Ruby—. En el Royal Gorge en Colorado Springs.

—Eso es —convino Opal al agitar su pelo plateado y corto y dar una palmada en el apoyabrazos—. Hace cuatro años. Habíamos ido para la boda de la hija adoptiva de nuestra prima Elsie.

—Sí. John Andrew, el hijo adoptivo de la prima Elsie, compró una gorra, y su esposa, Misty, una camiseta.

No por primera vez, Mariah, que no tenía familia, se maravilló en silencio del número de personas que componía la familia de las gemelas.

—¿Dónde creéis que puede estar en este momento Tony Mason? —preguntó Opal.

—Probablemente marcha a pie más adelante, aunque no sé cómo puede dejar sola esa preciosa furgoneta —Ruby adelantó el cuello y miró por el parabrisas, igual que sus dos compañeras—. Acelera un poco, Mariah. Quizá podamos alcanzarlo y llevarlo a la ciudad.

—¿Bromeas? —repuso Mariah asombrada—. No pienso dejar que ningún desconocido suba al coche.

—Pero Tony no es ningún desconocido —protestó Ruby—. Si charló con nosotras todo el tiempo que tardó en pintar la camiseta de Misty. Nos habló de su trabajo y de sus viajes.

—¿Y eso hace que sea seguro? —Mariah meneó la cabeza con incredulidad—. No creo que deba recordaros lo que le sucedió a Sarah Louise Riley —se refería a una amiga de las gemelas de setenta y ocho años, igual de juvenil e impetuosa que ellas, a la que hacía poco un autoestopista al que en primer lugar nunca tendría que haber recogido le robó el dinero.

—Pobre Sarah —Opal meneó la cabeza con simpatía.

—Pobre, pobre Sarah —repitió Ruby.

Contenta de haber expuesto su punto de vista, Mariah concentró su atención en la conducción y se quitó de la cabeza la furgoneta y el trailer. Pensó en su hogar, el lugar al que iban, un bonito apartamento en el desván de la amplia casa que compartían las vivaces gemelas, ambas viudas y con hijos adultos.

Ruby y Opal eran unas caseras buenas y generosas, a las que quería mucho… razón por la que aceptó ese repentino viaje mañanero para ir de compras a México. Exhausta, se preguntó de dónde sacarían su energía las ancianas. Podrían haber estado una o dos horas más buscando regalos de navidad en las alegres tiendas de México mientras ella se asaba bajo las temperaturas más acordes con el cuatro de julio que con mediados de diciembre.

—¡Es él! ¡Es él! —exclamó de pronto Ruby, apoyando la mano en el hombro de Mariah.

—¡Es verdad! —convino Opal.

Un vistazo al frente reveló a un hombre caminando por el arcén de la carretera. Vestido con unos vaqueros ceñidos, una camiseta blanca y botas, giró la cabeza y las vio. Momentos después extendió el brazo derecho y alzó el dedo pulgar en el signo universal de que necesitaba que lo llevaran.

A Mariah no le sorprendió que las gemelas la miraran.

—No pienso recogerlo —anunció, pisando con firmeza el acelerador.

De inmediato el vehículo ganó velocidad. El hombre actuó en el acto; dio una zancada gigantesca y se situó directamente en su camino. Mariah gritó y pisó el freno. El coche derrapó y se detuvo a sólo unos centímetros del autoestopista, que se había puesto de rodillas en medio de la carretera con las manos hacia el cielo, suplicando que lo rescataran.

Mareada al pensar en la tragedia que se había evitado y furiosa por su manifiesta estupidez, durante unos momentos, Mariah sólo fue capaz de aferrarse al volante y mirarlo por el parabrisas. Qué vista recibieron sus ojos: un pelo dorado húmedo y necesitado de un corte, ojos del color del chocolate amargo, un mentón y una mandíbula cincelados… Los latidos de temor de su corazón pasaron a una cadencia de clara apreciación sexual. Entonces se sintió dominada por la indignación. Abrió la puerta y saltó del coche.

—¿Estás loco? —gritó al rodear el capó del vehículo.

—No, pero sí desesperado —repuso el atractivo desconocido. Se puso de pie y le regaló una sonrisa deslumbrante. Mariah tropezó y se vio obligada a agarrarse al parachoques para evitar caer sobre el caliente asfalto—. Tuve una avería unos kilómetros atrás. Probablemente han visto mi vehículo. ¿Podrías llevarme a la siguiente ciudad?

—Nunca recojo gente en la carretera —logró responder al recuperarse. Mantuvo la vista adrede por encima de su hombro izquierdo, para evitar los penetrantes ojos así como la deliciosa anatomía masculina que había debajo—. Sin embargo, avisaré a una grúa —dio media vuelta y regresó al coche. Se acomodó detrás del volante y recuperó el aliento.

Un vistazo bastó para indicarle que el hombre no había movido ni un músculo; la miraba como si hubiera quedado tan aturdido como ella por haberlo rechazado.

—¿No vamos a recogerlo? —preguntó Opal con incredulidad.

—¡No! —espetó Mariah, cuyas experiencias con los hombres atractivos la habían vuelto intolerante con la especie. Ese espécimen en particular le molestaba, quizá porque no le costó nada exhumar hormonas que hacía tiempo que había enterrado.

Ruby se deslizó a la ventanilla izquierda de atrás y la bajó.

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