SEDUCCIÓN EN EL CARNAVAL
Laimie Scott
1.ª edición: abril, 2015
© 2015 by Laimie Scott
© Ediciones B, S. A., 2015
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
www.edicionesb.com
Depósito Legal: B 10698-2015
ISBN DIGITAL: 978-84-9069-085-7
Maquetación ebook: Caurina.com
Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright , la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.
Un realista, en Venecia, se convertirá en un romántico por simple fidelidad a lo que verá ante él.
(Arthur Symons 1865-1945)
Contenido
Londres, 1815
—Caballeros, tengo que comunicarles algo que, de ser cierto, podría tener consecuencias nefastas para la paz del continente —anunció Sir Thomas Brumble con un gesto que denotaba su seria preocupación, a pesar de ser un hombre curtido en mil y un envites de la política exterior de Gran Bretaña. La urgencia de la noticia que debía revelar requería una acción rápida, decidida y arriesgada para quien la llevara a cabo en aquellos días. La pequeña audiencia convocada en aquel salón del Ministerio fijó su atención en él. Su rostro daba la impresión de ser el de un hombre de avanzada edad, pese a no ser un hombre demasiado mayor. Pero las inquietudes que había debido sobrellevar en los últimos años habían hecho mella en él, sin que hubiera podido remediarlo. Largas noches en vela en negociaciones desesperadas para conseguir detener el avance de Napoleón en Europa. Y ahora que, por fin, todo parecía en calma, con el emperador en la isla de Elba, surgía aquella inesperada e inquietante noticia. Las principales potencias europeas estaban reunidas en Viena para resolver los asuntos concernientes al gobierno de Francia, y no habían tardado en mostrar su preocupación ante este hecho—. Nuestros agentes en Europa, y más en concreto en Italia, han interceptado un mensaje de alguien cercano a Napoleón.
El mero hecho de escuchar aquel nombre levantó una serie de voces, y propició los habituales corrillos entre los asistentes. Pero nadie pareció demasiado preocupado por esta noticia.
—Napoleón está en Elba —comentó alguien, de entre los asistentes, con un tono que denotaba la seguridad de que nada malo podría suceder—. No hay nada que debamos temer.
Sir Thomas siguió en silencio ante aquella afirmación, mientras sus manos descansaban apoyadas en su espalda y sus ojillos de comadreja se entrecerraban, escrutando a su interlocutor. Asintió levemente, dándole la razón, pero en su fuero interno sabía que no las tenía todas consigo. Y que, en cuanto los hiciera partícipes de las últimas noticias, tal vez sus perspectivas con respecto a Napoleón cambiarían.
—Cierto, Sir William, pero es necesario incidir en que los bonapartistas están planeando liberar al emperador —les anunció con parsimonia mientras parecía divertirse con aquella noticia. Paladeando cada una de las palabras como si, en el fondo, estuviera regocijándose por este hecho.
Los corrillos se dispersaron al tiempo que los murmullos se acallaron por completo al conocer el verdadero motivo de aquella reunión urgente.
—¿Los bonapartistas? —Preguntó Sir William, frunciendo el ceño, contrariado por aquella información—. ¿Acaso quedan seguidores del emperador? Pensaba que después del desastre de su campaña en Rusia, y su capitulación en Fontainebleau, nadie estaría dispuesto a seguir apoyando a Napoleón —matizó con gesto de incredulidad mientras pasaba su mirada por todos los allí presentes, buscando una aclaración.
—Posiblemente hemos pensado lo mismo. Pero, según nos consta, todavía restan muchos seguidores del emperador dispuestos a arriesgarse a una última jugada —le comentó mientras, ahora sí, la atención de todos estaba fija en Sir Thomas—. Déjenme decirles que hemos interceptado un correo dirigido a un supuesto agente bonapartista en Venecia.
—¿Venecia? —El tono de curiosidad de su voz hizo que todos giraran sus rostros y fijaran sus miradas en Richard Alsbrook, quien, sentado en su silla, observaba cada gesto del rostro de Sir Thomas, así como asimilaba e interpretaba cada una de sus palabras. Por primera vez comprendía el motivo de su presencia en aquella reunión. El motivo por el cual lo habían sacado de la cama tan temprano y con tanta urgencia. Pero él se había retirado una vez que Napoleón descansaba en Elba. Había presentado su renuncia para alejarse de todo. ¿Acaso su presencia significaba que iba a regresar al servicio activo? Contemplaba a su anfitrión con una ceja arqueada, en clara señal de escepticismo.
—Nuestro agente ha conseguido esa información —le aclaró Sir Thomas, con total naturalidad, mientras se encogía de hombros.
—¿Os estáis refiriendo a alguien del gobierno de su majestad? —preguntó Sir William, con un toque de admiración y sorpresa en su justa medida.
—Así es. Logramos que uno de nuestros hombres entrara en contacto con los partidarios que todavía apoyan al emperador.
—¿Y qué resultados ha obtenido? —inquirió Sir William con gran interés por lo que ello podía suponer.
—Logró la información oportuna e inquietante que acabo de exponer. Hay un complot en marcha para liberar a Napoleón de la isla de Elba.
Aquel mensaje pareció calar hondo entre los asistentes, quienes volvieron a murmurar en corrillos.
—Interesante —murmuró Richard, mientras su mirada permanecía suspendida en un punto fijo de la habitación y le daba vueltas en su cabeza a esa información—. Pero, ¿y nuestro hombre? ¿No ha sido descubierto?
—No. Hemos conseguido hacerlo desaparecer una vez conseguida la información requerida.
—Desconocía que el gobierno estuviera investigando a los partidarios de Napoleón. Pensaba que con su encarcelación en Elba… —comentó Sir William, dejando su comentario sin terminar mientras fruncía el ceño y se pasaba la mano por el mentón en clara señal de desconcierto.
—Eso era algo que preveía sir William: lo de vigilar a los bonapartistas. Y fijaos lo que están tramando. Pero decidnos, Sir Thomas, ¿cuáles son los planes del gobierno? —quiso saber Richard con inusitado interés en el cariz que pudiera tomar aquella situación.
—Como iba diciendo, hemos conseguido detener a un agente francés que debe entrevistarse con un partidario de Napoleón en Venecia. Él mismo nos ha facilitado la información, sin sospechar que la persona a quien se la pasaba era, en realidad, un espía británico —aseguró Sir Thomas con un deje de orgullo en su voz.
—Pero, ¿y cuál es el siguiente paso? —preguntó Sir Ralph Swansea, incorporándose de su asiento y paseando por la habitación, con las manos a la espalda y un claro gesto de preocupación.
—Interceptar al enlace francés en Venecia —resumió Sir Thomas, captando las atenciones de los presentes, incluida la de Richard—. Y hacerle creer que vamos a darle los planos de Elba y el plan de escape del emperador. Era lo que llevaba consigo nuestro detenido.
—Dentro de una semana será Carnaval. ¿Y pretendéis encontrarlo en Venecia en esos días? —inquirió Richard con una sonrisa divertida, puesto que aquello le parecía una completa locura.
—¿Qué sugerís, pues? —le preguntó de manera directa Sir Thomas, dirigiendo su mirada hacia Richard con toda atención.
—No sugiero nada… por ahora. Tan solo me limito a expresar mi opinión. Y creo descabellado pretender encontrar a un agente francés en Venecia durante el Carnaval, eso es todo. ¿Sabéis cuanta gente acude esos días a la Serenísima ? —le preguntó, empleando el nombre con que se conocía a Venecia.
Página siguiente