En la Psiquis del Asesino: Las Crónicas de John Smith (Spanish Edition)
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Título Original: En la Psiquis del Asesino /Las Crónicas de John Smit
Autor: Richard Sulbarán
Fecha de la primera Edición: 27 de Agosto de 2015.
Caracas, Venezuela
Registro de propiedad intelectual : 1507274728948
Sinopsis
El reportero Brian Curtis encuentra en su escritorio un sobre que contiene una carta realizada con letras recortadas de revistas. En ella se relata cómo va a ser cometido un homicidio, sin dejar claro si era enviada por el propio asesino o un tercero. Fue el inicio de una serie de hechos que convirtió a su protagonista en un asesino serial. Involucrando en la historia al agente federal John Smith. Un relato que gira en varios escenarios y tiempos. Un homicida que parece imposible de detener, donde John Smith deberá entrar en la psiquis del asesino para evitar que la sangre corra sin castigo. Un reto que lo mantendrá en el filo de la realidad, donde no todo es lo que parece y donde el fin; puede en realidad ser el comienzo.
En la Psiquis del
Asesino
Las crónicas de John Smith
Parte Uno
Los Homicidios
Los Homicidios
El Cuarto Homicidio
Ella pensaba que esa noche iba a ser maravillosa, él la llevó a lo más alto del placer... hasta que la sangre, corrió por su garganta.
En Ciudad Central la noche estaba enmarcada en un oscuro y lúgubre cielo. Sus calles permanecían prácticamente desiertas desde muy tempranas horas de la noche. Donde solo algunas almas se atrevían a deambular por ellas, como coyotes en busca de migajas nocturnas se podían encontrar uno que otro vagabundo, buscando el lugar donde cerrar los ojos y así poder pasar la noche, sin tener idea si existiría un mañana. O las trabajadoras sexuales, en busca de satisfacer las necesidades más bajas de los contados clientes, que se atrevían a salir poniendo en riesgo su anonimato. Pocos vehículos transitaban por las calles algo descuidadas, con focos faltantes y algunos baches que parecían madrigueras de roedores, que hacían que los conductores demostraran su pericia al volante, intentando esquivarlos para no caer en ellos. El alcalde del lugar no gozaba del cariño de los habitantes de la ciudad, a pesar de haber ganado las elecciones de forma arrolladora. Hay que dejar claro que estaba apoyado por el partido de gobierno, un portaaviones difícil de ganar. Es normal escuchar a los transeúntes diciendo que tienen al gobernante que se merecen, acompañado de un buen número de improperios.
Ya entrada la medianoche el silencio es roto, como cuando un trueno alerta el principio de una tormenta, las sirenas de los vehículos policiales dejaban claro que un suceso había ocurrido. A alta velocidad recorren aquellas calles, dando la apariencia de una carrera de fórmula uno. Donde todos los vehículos iban con gran rapidez pero ninguno parecía tener intensiones de sobrepasar al otro. Como una jauría de lobos que intenta rodear a su presa, las patrullas se estacionaron frente al Hotel Frankal. Un lugar de encuentro de parejas donde la privacidad era el requisito buscado. No era un sitio muy elegante pero tampoco un antro. Contaba con puertas de vidrio batientes que tenían el nombre del hotel en hermosas letras doradas. Una alfombra roja que realzaba el sentido de lujuria abría el paso hasta la recepción. Donde los únicos requisitos eran el costo de la habitación y la identidad a registrar para facilitar la entrada al mundo del deseo y el placer, que normalmente era un invento de la imaginación para solo cubrir el requerimiento solicitado por el empleado de turno. Se daban casos donde los alias reflejaban el sentido del humor y lo caradura de los participantes de aquella ocasión, los apodos más utilizados eran de estrellas de cine o deportistas famosos y le adicionaban a su acompañante el glamoroso título de esposa. Todo un espectáculo de teatro solo para disfrutar del momento y tener un punto picante en la historia de cada uno en la oportunidad de contarla, si eso era posible, sino, un recuerdo que arrojaría alguna sonrisa picaresca en un instante de misterio y silencio.
Los agentes de azul entraron, acordonaron el lugar, los reporteros llegaron al instante como si tuvieran un cordón umbilical que los uniera a los patrulleros. Era increíble como en cuestión de minutos llegaban más vehículos de prensa que patrullas al lugar del suceso.
Algunos minutos pasaron para que la situación fuera controlada, ya los detectives se habían presentado en escena, eran los agentes John Smith y Marcus Hill. Ambos pertenecían a la agencia federal. Expertos en cacería de individuos de actividad criminal con características especiales, aquellos homicidas que salían de las manos de la policía común, individuos con necesidades delictivas psicópatas. Eran los cazadores de asesinos seriales.
John, el modus operandi concuerda con la carta, es seguro, tenemos a la cuarta víctima.
Le argumentó Hill, mientras observaban el hermoso rostro unido al mar de sangre que se abría paso entre el cadáver y aquella lúgubre habitación.
Encárgate con el forense, necesito toda la información de la víctima, mañana a primera hora nos reunimos.
Le solicitó a Hill con la imagen de preocupación reflejada en su rostro.
John Smith era un hombre de facciones recias, con las arrugas de la experiencia enmarcando su rostro. En su currículo estaban escritas las capturas de asesinos seriales que por un tiempo mantuvieron al colectivo en vilo. Junto a Hill, se habían enfrentado a lo más bajo de la sociedad. Pero este caso tenía algo diferente, solo una vez se había topado con un suceso en el cual su experiencia solo le servía para mantener la calma y usar su poder de deducción, pero no para apoyarse en similitudes. Recordó por un momento a Robert Thor, todo lo que significó para él como detective y como persona aquel acontecimiento. Pero eso ya es pasado y su intención era enterrar todo aquel recuerdo.
John recibió el caso del llamado asesino de las cartas, con el objetivo primordial de detener al criminal antes de que se convierta en un circo mediático por parte de la prensa. La policía central lo manejó, hasta que se determinó como homicida serial. La política de este tipo de casos es dar la prioridad a la policía regional, hasta que por intermedio de la investigación, se determine que se relacionan más de tres casos con el mismo modus operandi. A regañadientes los detectives originales le entregaron toda la información a la agencia federal. A ningún detective le hacía gracia entregar un caso, era como dar la razón sobre la creencia de que los federales eran súper policías y ellos unos neófitos que servían solo para capturar asesinos estúpidos. Los cuatro homicidios fueron anunciados, el psicópata usó a un reportero único de nombre Brian Curtis. Este recibió las cuatro cartas, John de inmediato trabajó en un plan para cercar al criminal en su intento por llevar la información al periodista. Las cartas tenían una particularidad, eran escritas presumiblemente por un tercero cercano al asesino. Explicaba en cada una cómo iba a morir la víctima, pero lo más peculiar, es la culpa que manifestaba en la redacción de los crímenes que iban a suceder, a pesar que dejaba claro que no eran de su autoría. John emprendió, junto con los expertos en mentes asesinas de Quántico a determinar qué tipo de conexión podría existir entre ambos, o si era un individuo muy astuto utilizando aquella forma de redactar las cartas como un artilugio, solo para despistar y hacerse famoso. ¿Por qué más iba a enviar la información a un periódico?, la respuesta era clara, quería audiencia. Imaginó que ese debe ser el comienzo de la investigación, debía especular, ampliar el caso. No solo buscar al posible asesino según sus movimientos, sino a un testigo o a un cómplice sumiso al asesino principal. Quizás una víctima perdonada por el psicópata, pero agobiada por el terror de caer nuevamente en las manos del asesino. Sirviendo a este como promotor de sus atrocidades. No había lapsos continuos entre los tres homicidios, tampoco el estilo. Lo único que los une es la descripción con anterioridad a los asesinatos en cada carta. El escribiente de las cartas, redactaba con detalle cómo iba a ser el homicidio. Con datos que solo el asesino podría saber y además como punto común en los casos, existía un detalle físico. Quizás el elemento más importante donde el perfil del homicida debía basarse. Cada homicidio perpetrado llevó un sello, una marca. El dedo índice faltante en cada cuerpo abandonado.
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