Anne Aband - Asandala: Las Crónicas de Aricia (Spanish Edition)

Las nubes blancas se arremolinaban a su paso, creando hermosas figuras que Aricia ni siquiera acertaba a ver. Su alegre risa se extendía por el cielo y volaba como su cabello rizado en todas direcciones. El águila blanca, estimulada por la velocidad, hacía giros imposibles para otro jinete menos experto que ella.

Planearon hasta la zona norte de Etherea, la bella ciudad capital del reino de Asandala, que se erguía orgullosa como queriendo alcanzar el cielo, y que apenas lo rozaba.

Bajaron volando por el puerto, cerca de las velas del barco procedente de Misoury, que vendría cargado de bonitas telas de Arenas Limpias, pescado de Terramar, o dulces de la Llanura Arbórea, sus favoritos.

«Mi hermana Amy será feliz con un nuevo vestido…»

El sol del sur comenzaba a esconderse tras las montañas dejando un cielo lleno de naranjas y violetas.

«Sólo llego un poco tarde», pensó. ¿Quién podría poner reglas a la futura reina de Asandala, aunque sólo tenga once años?

Aricia dirigió a su montura hacia el palacio. El águila bajó en picado sobre las cúpulas doradas de la zona noble de la ciudad, sobre las colinas. Las limpias calles donde los comerciantes exponían sus mercancías y las bellas esculturas de ninfas y sirenas que adornaban las fuentes de agua dulce eran su lugar favorito. En realidad, adoraba Etherea. Toda la ciudad; cada uno de sus rincones, bien conocidos por ella pues desde que pudo montar a Serena, a los seis años, había recorrido el pequeño reino suspendido en el aire.

Los habitantes reconocían a las dos, y alzaban la cabeza saludando con respeto a la pequeña que a menudo bajaba a tierra y hablaba con ellos. Más de una vez incluso se había puesto a ayudarles, a pesar de su corta edad.

El águila se posó limpiamente en la entrada de la cúpula superior, en un espacio reservado para ella. Sus afiladas garras chirriaron en las baldosas de cerámica traídas expresamente de Ignicia.

Aricia bajó de un salto y se acercó a la pequeña fuente con la escultura de dos hadas Asrai jugando con una burbuja de agua. Hoy no tenía tiempo para contemplar la hermosa talla. Hoy sólo tenía que arreglarse un poco antes de la presentación. Se miró en la cristalina superficie. El agua le devolvió el reflejo de un cabello alborotado con rizos volando en distintas direcciones. Lo salpicó con un poco de agua para intentar domarlo y tomó la cinta que llevaba en el cuello para intentar recogerlo y apartarlo de su rostro.

El vestido blanco recién lavado por su tata ahora estaba arrugado y caía sin gracia sobre sus estrechas caderas de niña. Arregló su aspecto lo mejor que pudo y miró a su alrededor buscando.

«Creo que tendré que entrar descalza. Michu se olvidó de traer mis sandalias.»

Su padre alzaría la mirada al cielo cuando la viera, como pidiendo al dios Helios un poco de compasión con su salvaje hija, pero luego le guiñaría el ojo. Y su madre, en sus últimos meses de embarazo, ni se daría cuenta. De hecho, ella tampoco veía sus pies. Las dos niñas que llevaba en su interior habían crecido mucho últimamente.

«Dos hermanitas más. Ya somos seis. Creo que ya no vendrán más», pensó con tristeza.

De las cuatro hermanas nacidas hasta ahora, sólo ella había heredado el Don, y por eso sería reina, como su madre. No es que ella no asumiera su destino, con once años era salvaje y curiosa, pero siempre se comportaba de forma muy responsable, excepto cuando volaba. Sus padres le hablaban a menudo de su futuro papel, por lo que había comenzado a pesarle. Hoy darían otro paso más. Se iba a comprometer con el príncipe de Ignicia.