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Edelweiss - La ira de los Darwans (Crónicas de Beriand) (Spanish Edition)

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Edelweiss La ira de los Darwans (Crónicas de Beriand) (Spanish Edition)
  • Libro:
    La ira de los Darwans (Crónicas de Beriand) (Spanish Edition)
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La ira de los Darwans (Crónicas de Beriand) (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación

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LA IRA DE LOS DARWANS

D. Edelweiss


Texto © 2011 D. Edelweiss

Ilustración © DM7 – Fotolia.com


Con todo mi cariño

dedicado a la hija del viento y al caballero de la armadura dorada


ÍNDICE


CAPÍTULO 1 EL APRENDIZAJE

Era daveram, sannan acariciaba suavemente la tierra, la hierba, todo irradiaba calidez incitando a descansar o a disfrutar.

El pequeño diguan jugaba alegremente con otros compañeros, en un riachuelo de agua clara, se zambullían salían del agua y hacían competiciones de quien llegaba antes a la otra orilla.

Apenas medían 1 palmo del suelo el color de sus pieles era verde musgo de igual manera que el de sus sedosos cabellos que casi siempre solían estar alborotados. Poseían unos rasgos parecidos a los de los humanos, pero más suaves y dulces de aspecto travieso, junto con unas graciosas orejas puntiagudas. Portaban unas curiosas vestimentas, que ellos mismos creaban a partir de hojas y fragmentos de cortezas entretejidas.

-Ven Elian. –Dijo el maestro algo airado.

-Venid. – Volvió a gritar. - Los elegidos se dijo a si mismo sarcásticamente, más les valdría mandar 2 cabras montesas.

Los Diguanes eran conocidos como una de las razas más antiguas de la tierra.

Protectores de los bosques, poseían una sabiduría adquirida arduamente tras una serie de entrenamientos y aprendizajes, eran capaces de regenerar árboles enfermos o moribundos.

-Ya estamos aquí. - Dijo Elian sonriente acto, seguido se fueron sentando ceremoniosamente alrededor del maestro, sobre la mullida hierba, las abejas revoloteaban laboriosamente alrededor de unas flores cercanas.

-Buenos tekars. - Dijo el maestro Eroban. Era dentro de los humanos un hombre visiblemente alto, de porte arrogante y rasgos agraciados, poseedor de una voz grave y cadenciosa.

-Buenos tekars. - Le respondieron al unísono.

-Hoy quiero enseñaros a establecer un diálogo interior con el espíritu de un árbol o de una planta, pero antes que nada debéis aprender a escuchar en silencio.

-¿Por qué no nos enseñas a hablar primero? – Dijo impaciente Elian tirando piedrecillas
al río. No deja de ser un humano. Pensó rascándose la cabeza.

-Debéis de aprender a escuchar a la hermana planta, al hermano árbol primero, el no ser receptivo es un error, puede ser el origen de muchos conflictos, de muchas enemistades y guerras aquí y en el mundo de los hombres… - Dijo y se quedó pensativo absorto en otro mundo, vivencias tristes que no quería compartir con los pequeños diguanes.

-Vamos allá – Se incorporó de golpe el maestro, envolviendo con su manto blanco a los dos pequeños sorprendidos, al tiempo que pronunciaba un solemne conjuro.

Pocos darendos después cayeron de bruces en medio de un resplandor dorado en la linde de un bosque frondoso de pinos.

Los diguanes un poco magullados se sacudieron el polvo del suelo.

Lo del aterrizaje no se le da muy bien. Pensó Daria.

-Estamos justo en la linde de vuestros bosques frontera con el reino de los humanos.

Los Diguanes se miraron el uno al otro.

-Tranquilos pequeños, los humanos no somos tan malos como nos pintan. – Dijo Eroban leyendo en sus rostros un pequeño atisbo de miedo.

No sabía de las pequeñas escapadas que ellos hacían a espaldas de su grupo. Elian y Daria tenían una pequeña venganza personal contra el mesonero, que un tekar malhirió a un burro, porque no iba a la velocidad que él quería. A hurtadillas realizaban unos pequeños cambios en su mesón, sin que él percibiera nada.

Ellos tenían un sentido de la justicia innato, algo compartido por toda su comunidad, lo único que era un poco extraño, lo que los diferenciaba del resto era esa sed de conocimiento que nunca se llegaba a calmar.

Dos yuanas atrás los más sabios del grupo les pidieron ayuda a los magos blancos del bosque de los sauces. Dichos magos no pudieron eludir un pacto antiguo que estaba basado en la ayuda mutua frente a la adversidad, viniera de donde viniera. Así que les mandaron a Eroban un mago blanco un tanto singular. Si que era cierto que encerraba sabiduría, pero también era bien cierto, que sus maneras eran un tanto personales…un poco rudas quizás. Pese a ello nuestro mago pudo dictaminar la causa de todo, los dos diguanes poseían la marca sagrada. Podían ser los partícipes de una antigua leyenda…unos pocos elegidos de entre la raza de los diguanes, junto con los dragones, los humanos y los magos…

Decía algo así la leyenda: Cuando el mundo este al punto del caos, del portal antiguo surgirán los portadores de luz blanca, que restablecerán el orden en la tierra… Dicha inscripción estaba grabada sobre una piedra en el bosque de los sauces.

Las señales que los diguanes tenían grabadas en sus frentes no eran visibles a simple vista pero un mago concienzudo podía visualizarlas tras una serie de sencillos rituales.

Eroban se escondió tras unos arbustos y se cambió la ropa de mago por la de un sencillo campesino.

-Nada de trucos de magia, debemos pasar inadvertidos. – Les dijo mirándolos a los ojos preocupado.

-Vale – Asintieron los diguanes, un tanto contrariados, no les gustaba nada el mesonero.

Eroban los escondió en su bolsa y entraron en la pequeña taberna. Era un lugar agradable, las paredes eran de madera y el suelo era de piedra rojiza.

Que extraño casi no hay gente. Pensó al entrar Eroban.

-Buenos tekars mesonero. –Dijo Eroban.

-Buenos tekars señor. – Dijo untoso el mesonero, era visiblemente gordo, de piel muy rojiza salpimentada con algunas moraduras y pequeñas magulladuras en el rostro y en los brazos. Sus pequeños ojillos eran un tanto huidizos, algo turbio, se leía en el fondo de su alma, en esa falsa amabilidad.

-Quiero algo de comer y de beber. -Dijo Eroban.

-Por supuesto señor ahora mismo.

De repente el mago notó como Elian y Daria se agitaban y decían algunas palabras incomprensibles, que no lograba entender.

-¿Qué ocurre? – Susurró Eroban disimuladamente.

-Nada, nada. -Dijeron desde el fondo de la bolsa.

Al poco se oyeron unas voces en el local.

-Maldito bribón. – Dijo un aldeano exaltado. – He pedido vino y me das vinagre, pido queso y me das jabón ¿Te burlas de mí? – Se levantó de la mesa, le lanzó dos jarras al suelo y salió de la taberna insultando y maldiciendo su suerte.

-No se vaya, le volveré a servir, debe haber sido una equivocación. - Se excusaba con torpeza el mesonero.

-Una equivocación. – Dijo el aldeano con la cara ajada por el sol y el viento y el cuerpo enjuto, herencia de una familia de trabajadores. - ¡Maldito vinagrero! - Le espetó.

Sannan se iba ocultando tras las montañas, ya en el bosque el mago se puso hacer un fuego en un claro, preparó un círculo de piedras y en el centro fue colocando ramas y yesca. Al girarse se dio cuenta de que los dos diguanes se habían apartado varios girbanders de él.

-¿Qué ocurre? – Les preguntó intrigado Eroban.

-Nada – Dijo Daria.

-¿Y entonces por qué os alejáis tanto de mí? -Volvió a preguntar desconcertado Eroban.

-Sabemos que tienes frío y entendemos que tengas que hacer fuego pero… ¡El tuyo es tan grande y enorme! El fuego descontrolado, es un peligro para mi pueblo, los incendios destrozan los árboles y a los diguanes que moran cerca de ellos. –Dijo Daria.

-El mal no esta en el fuego, sino en quién lo utiliza malintencionadamente ¿En quién creéis que esta el problema, en el cuchillo, o en el asesino que lo blande?- Dijo Eroban.

¿Os puedo hacer una pregunta?- Añadió Eroban.

-Si dijo Elian. - Imaginándose la pregunta. - Fuimos nosotros, transformamos la mitad de su vino en vinagre y algo parecido hicimos con sus quesos y el resto de su despensa.

Vaya no habrá que enfadar a los diguanes. Pensó el mago.

-Vimos como maltrataba a sus animales. - Se justificó Daria algo incomoda. - No nos gusta la crueldad con los animales, le dimos una lección.

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