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Javier Vivancos - Las matemáticas del caos

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Javier Vivancos Las matemáticas del caos
  • Libro:
    Las matemáticas del caos
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    2015
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Las matemáticas del caos: resumen, descripción y anotación

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LAS MATEMÁTICAS DEL CAOS

JAVIER VIVANCOS

Copyright Javier Vivancos García. Murcia, 2007

Diseño de la portada: Saray Mata (http://scrapstudio.es/)

Imagen del monje: Paul Robertson

http://zanbar.scrapstudio.es/las-matematicas-del-caos/

https://www.facebook.com/lasmatematicasdelcaos

Para Black Swan,

el resultado de mis ecuaciones

Cada vez que intentamos imponer orden

Creamos caos, creamos caos

Killing Joke

Dios no juega a los dados.

Albert Einstein

No, lo juro por aquel que ha transmitido a

nuestra alma la tetraktys en que se encuentran

la fuente y la raíz de la eterna Naturaleza.

VERSOS DORADOS

Religión del nombre de los mares vencerá,

Contra la secta hijos Aduluncatú,

Secta obstinada deplorada temerá

De dos heridos por Alif y Alif.

Nostradamus

XCVI, Centuria X

El azar no es más que la medida de la ignorancia del hombre.

Poincaré

En la parte de demostración del sistema de la Geometria, en el Instituto Courtauld, explico cómo, durante un ritual de trabajo, identifiqué una corriente hostil (o fuerza extraña) emanando de Oriente Medio (Irán). Intenté representar esta fuerza en el desarrollo de una sección de la pista que da nombre al LP ‘Outside the gate’, empleando un inusual ritmo y una secuencia de música que escuché dentro de este ritualizado y alterado estado de conciencia. Con un metrónomo, espontáneamente fijé el tempo natural a 103 pulsaciones por minuto. En Geometria (un antiguo sistema de numerología), este número es el número de los Profetas.

Mientras escribo esta observación en un papel, las noticias de las 9 en punto en la BBC 1 puestas de fondo hablan sobre cómo se atribuye a un grupo revolucionario iraní la destrucción del vuelo P.A. 103 en Lockerbie, Escocia, y empiezo a preguntarme...

Jaz Coleman

CAPTACIÓN

ANUARIO DE 1982

En 1982, miembros de la banda británica de música Killing Joke se habían sumergido en las ciencias ocultas, particularmente en las obras de Aleister Crowley. Ese año se trasladaron a Islandia para afrontar el apocalipsis que habían predicho como inminente. Durante su estancia allí, la banda tocó junto a varios artistas islandeses. Tras algunos meses sin señal de apocalipsis alguno, la banda regresó a Inglaterra.

Frente al mismo espejo después de... ¿cuánto? No, su memoria no le está fallando; fue la semana anterior, aunque le da la impresión de que haya pasado mucho más tiempo. Un par de reencarnaciones, por lo menos.

Ahora no está comprobando la incipiente caída de su cabello como entonces. Se ha quitado las gafas de sol y se ha perdido en sus ojos, cargados de una vitalidad demencial que desentona con la acusada lividez de su rostro.

Sus dedos tabalean sobre la blanquecina superficie del lavabo. Se apoya en él, se acerca más al espejo. El vaho nubla su reflejo manchado de dactilares de sangre. Se lava las manos mientras inspecciona con una horrenda mueca su boca, amarillenta, con un regusto acre que no se va por mucho que se la enjuague. Y no va a volver a beber del grifo. A lo mejor todo esto ha sido por culpa del agua, y no por esa mierda de los números .

El hombre anteriormente conocido por el nombre de Jesús Coria se coloca sus gafas de sol con parsimonia. Cierra el grifo con la delicadeza acostumbrada (su madre siempre decía que hay que tratar bien las cosas para que duren), y se ajusta el largo abrigo, ahora con ronchas de humedad allí donde ha intentado limpiar la sangre.

Sale del aseo y se encuentra el salón tal y como lo dejó la semana anterior: el cable alargador de la televisión enrollado, los catálogos de las editoriales de material escolar mal apilados en el revistero, la chaqueta abandonada sobre la silla junto a la puerta de entrada, la caja con viejas cintas de vídeo sobre el puf, al lado de la bandeja con el vaso y la lata de conservas vacíos... El único rastro de su reciente estancia lo constituyen esos restos de barro sobre la mesita frente al sofá, donde apenas ha podido dormir entre pesadillas y ruidos que tal vez eran una misma cosa.

Echa de menos el murmullo del frigorífico. La mitad de la ciudad está sin electricidad, y la otra mitad no tiene a nadie para usarla. Abre la ventana y aún le sorprende lo silencioso que se ha vuelto él también cuando no camina. Ya no le crujen las extremidades ni va tropezando con los marcos de las puertas. Ya no le rugen las tripas al mediodía. Ahora son sus pesadas botas las que delatan su presencia. Levanta la persiana con los dedos para obtener una perspectiva discreta del cruce de abajo con el callejón, junto a los contenedores a medio llenar desde la semana anterior, cuando, preocupado, decidió seguir a su madre y a su hermana en mitad de la noche. Esos ruidos como lumbres a campo abierto en la oscuridad no resultarían tan inquietantes si estuviesen acompañados del habitual silbido de los coches al pasar, del canto de los pájaros, de las conversaciones lejanas, de las ramas de los árboles al agitarse o del peloteo en las pistas deportivas una calle atrás.

Anoche escuchó algo parecido. Alguien... o algo incumpliendo los obligados minutos de silencio en una ciudad de luto; alguien o algo arrastrando sus pies, jadeando, gruñendo... Cotidianidad deformada que no desea seguir presenciando, reflejos de vida grotescos, como el suyo frente al espejo.

Se enrolla la bufanda con sumo cuidado; tapar lo necesario, ajustar bien. En el fondo, hasta se siente como un superhéroe de cine, de cine de terror. Ya no va a esconderse más. Espía desde la ventana y se queda hipnotizado ante los andares erráticos pero apiñados de tres personajes de corta estatura.

Los enanos del circo , ríe sin aliento bajo la bufanda.

Pronto se le hace un nudo en la garganta. Carraspea y se aparta de la ventana. Acaricia su cintura, la culata del revólver. Luego se acerca a la mochila y al maltrecho libro abierto que ha dejado sobre la mesita. Al guardarlo, sin querer vuelca un retrato en blanco y negro de su madre con un largo y elegante vestido. No se ha roto, pero los recuerdos sí lo están. Imágenes que se desvanecen al cruzar el umbral del salón. Cierra la mochila mientras su madre inexistente se balancea en su mecedora, que rechina en su mente; ella ya no hace punto, solo contempla imperturbable la persiana casi echada. La silueta de mamá se funde con las sombras de la amplia estancia y sus muebles, sombras acentuadas por las gafas de sol, su cristal protector, el complemento necesario para justificar tanta oscuridad, como si pudiera quitárselas y ver la realidad de esta ciudad tal como fue no hace tanto, y no esta mala versión de película de Tim Burton.

Me he dejado las llaves dentro . Cae en la cuenta cuando se encuentra en el descansillo con la puerta cerrada a su espalda, pisando el felpudo que debiera haberse llevado todo el barro. Y lo mejor de todo es que no le importa, ¿para qué iba a regresar? Una casa vacía más en una ciudad fantasma. Podría autoproclamarse exorcista y deambular de calle en calle dando caza a esa burla de seres vivos que apestan a azufre, como él, en un infierno de fuegos ya consumidos. Así tendría un objetivo en la no-vida.

Gruñendo, baja las escaleras armando un estruendo del que nadie podrá quejarse. Llega hasta los buzones plateados, ve su reflejo al pasar, la estela de su abrigo queda atrás, los extremos de su bufanda, su cabello grasiento... No queda mucho para terminar, ¿verdad? Ojalá que no quede mucho.

Abre de golpe. El tope de la puerta se resiente, el metal contra el muro, el vestíbulo retumba, el aire se rebela y le atiza en el rostro. Descubre, además de que hace frío, que sigue con el nudo en la garganta.

Escucha risas demasiado roncas para tratarse de niños (enanos del circo) . Los movimientos sí son infantiles, aunque bruscos, obscenos.

Están «jugando» frente a los contenedores con el cuerpo macilento y agujereado de un anciano, a juzgar por los pliegues de su piel. Ellos también podrían ser ancianos con esas caras arrugadas y torcidas, encogidos, temblorosos; pero no tiemblan por un temor que no se refleja en su mirada, sino por esa curiosidad agresiva que manifiestan, esa prudencia nerviosa.

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