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Juan Luis Marín - Almas grises

Aquí puedes leer online Juan Luis Marín - Almas grises texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2013, Editor: La Factoría de Ideas, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Juan Luis Marín Almas grises
  • Libro:
    Almas grises
  • Autor:
  • Editor:
    La Factoría de Ideas
  • Genre:
  • Año:
    2013
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Almas grises: resumen, descripción y anotación

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La Capital, una ciudad emponzoñada por los miasmas de la corrupción, es azotada por una ola de desapariciones. Toledano y Castro tienen mucho que ver con ello, tanto que necesitan escapar. Fueron seres sin barreras morales, tan libres como esclavos, adictos a la peor de las sustancias: la adrenalina que se segrega al provocar el sufrimiento extremo a otro ser humano. Hastiados de la tortura y la muerte, trazan un endeble plan para poner a la policía tras la pista de su oscura comunidad, aquella que los aceptó y les dio cobijo, aquella que no tolera la traición. Acosados por su propia naturaleza, por su antiguo mentor y por las fuerzas de seguridad, los dos asesinos tratarán de huir de su antigua vida en una cruenta carrera en pos de la libertad.

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ALMAS GRISES

JUAN LUIS MARIN

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A ti odio inagotable fuente de inspiración Prologo Mi verdadero nombre - photo 2

A ti, odio, inagotable

fuente de inspiración...

Prologo

Mi verdadero nombre no importa, porque pertenece a una época en la que era alguien que ya no soy.

Estaba a punto de cumplir treinta y tres años cuando me diagnosticaron una enfermedad terminal. Me dieron seis meses. No creo que sea necesario describir cómo me sentí al recibir aquella noticia, y no por mi mujer o mis hijos, sino por mí mismo: lágrimas, desesperación... y después odio y rabia. Me dije entonces que solo debía pensar en cómo iba a vivir esos seis meses que me quedaban. Solo eso.

Abandoné a mi familia, dejé todo atrás y comencé a hacer todo aquello que no había hecho en treinta y dos años, todo aquello que no hubiera hecho en caso de tener una vida por delante: el libre albedrío, la lujuria, la mentira, el sadismo, el asesinato..., la VIOLENCIA.

Dejé de mirar a mi alrededor para fijarme solo en mí y disfrutar de todo aquello que nadie se atreve a hacer por unas estúpidas normas que alguien nos impuso.

Cuando abrí de nuevo los ojos no habían pasado seis meses, sino seis años. Y yo seguía viviendo...

Aunque de otra manera.

1

«La civilización creó originariamente seres fuertes y débiles, su intención fue que estos estuvieran siempre subordinados a aquellos, como el cordero lo está siempre al león, como el insecto lo está al elefante.»

Marqués de Sade, Los infortunios de la virtud

Domingo

Un cuarto oscuro.

Diez personas desnudas.

Sin luz, sin ventanas, sin nada salvo piedra para formar suelo y paredes.

Hombres y mujeres, todos ellos heridos, todos ellos hambrientos. Todos ellos sufriendo.

Y sangre.

Sangre por todas partes; sobre los cuerpos, salpicando las paredes, extendiéndose por el suelo... Reseca, coagulada, fluida... Flotando en el aire irrespirable, el hedor del sudor, de la orina y de las heces acumuladas en un rincón, fruto de una democracia ciega y muda.

La oscuridad, la asfixia, la humedad, el dolor... y un solo sonido por encima de los lamentos y gemidos de esas diez personas desnudas, aún vivas tan solo por la inercia de unos corazones incapaces de detenerse por sí mismos.

Un solo sonido, leve, discontinuo y rítmico; atronador, interminable y deforme en diez mentes abandonadas a una muerte que ya acaricia unas cáscaras que pronto estarán vacías.

Un incesante goteo que se arrastra hacia el infinito.

Una tortura que no acaba.

Una noche perpetua.

Que devora sus corazones.

Lunes, 02.15 h

La Capital; casi seis millones de habitantes.

Una ciudad que duerme. Sin tráfico. Sin peatones. Casi desierta. El asfalto y la acera mojados por una lluvia que ha cesado hace apenas unos minutos. Y una sombra que se interna por una de sus arterias, la Avenida Mayor; alguien que no respeta el sueño de las calles ni el suyo propio.

Carlos.

Veinticinco años, el cuello de la chaqueta levantado para protegerse del inusual frío, las manos en los bolsillos del pantalón, la mirada fija en el frente. Hubiera cogido un taxi para volver a casa de no haberse gastado todo el dinero en cervezas y cubatas, creyendo que podría acabar la noche disfrutando de un poco de sexo. Pero se equivocó. Como siempre. Y Carlos se pregunta por qué. Por qué se siente culpable cada vez que le hace saber a su novia que quiere follar con ella. Porque ni siquiera se atreve a pedirlo. Solo lo sugiere. Lo insinúa... Y se guarda para sí que además le gustaría que se la chupase. Ella lo sabe... pero no hace nada.

¿Por qué?

Y preguntándose qué podría hacer para que las cosas fueran más fáciles, como les son a todos sus amigos, como deberían serles a todo el mundo, Carlos no presta atención a los carteles que cubren la pared de ladrillo desnudo junto a la que pasa. Son carteles de personas desaparecidas. Rostros fotocopiados en blanco y negro, con la mirada vacía, hueca... Retratos que nunca aspiraron a ser públicos. Unos sonríen, otros no. Pero bajo cada uno de ellos hay un nombre que rompe el anonimato, datos físicos y descripción de vestuario para dar color imaginario a una monocromía real, para dejar constancia de que, al menos, han existido, han sido, y alguien los está buscando. Y una fecha, la última vez que alguien los vio; un mes atrás, dos, tres... No más.

Diez rostros que están pudriéndose en un cuarto oscuro.

Un único peatón en la Avenida Mayor y un único vehículo circulando por ella a gran velocidad; un Audi A3 indiferente a semáforos y demás señales de tráfico. En su interior, tres ocupantes, los tres superada la treintena, los tres vestidos con traje oscuro y corbata, los tres en silencio. Uno empapado en sangre, su rostro contraído por el dolor.

Suñer.

—¿Cómo vas? —pregunta el que conduce observándole por el espejo retrovisor.

Suñer, despatarrado en el asiento trasero, emite un gemido e intenta disimular su grave estado con una patética sonrisa.

—Aguanta solo unos minutos más —le anima el que está al volante.

El copiloto es ajeno a las palabras amables de su compañero. Su mirada busca algo en las calles, sus piernas tiemblan de arriba abajo, su respiración se agita, sus mandíbulas están apretadas, sus puños cerrados con fuerza. Y con ellos golpea el salpicadero.

Castro.

—¡Acabo de ver a uno!

—¿Dónde?

—¡Atrás, a tu derecha!

El piloto mira por el retrovisor y ve a alguien caminando por la acera; el cuello de la chaqueta levantado, las manos en los bolsillos del pantalón...

—Ese nos servirá.

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