Nadie se ha esforzado tanto como Joachim Fest por comprender los rasgos y mecanismos del nazismo. Su ponderado análisis del Tercer Reich, sus biografías de Adolf Hitler y de Albert Speer, así como la magistral descripción de los últimos días vividos en el búnker de Hitler que hace en El hundimiento, cuentan con millones de lectores en todo el mundo. Pero ¿cómo vivió él mismo, nacido en 1926, el nazismo, la guerra y la derrota de Alemania?
Para Joachim Fest que falleció poco después de terminar este libro, la profunda tragedia alemana fue la incapacidad de las élites culturales de hacer frente al fascismo. Atípico y conmovedor, este libro recoge la resistencia al régimen nazi de una familia católica alemana desde la profunda convicción moral de su padre, que asumió la pérdida de privilegios y la precariedad por resistirse a las presiones de unirse al partido nazi y a las estructuras del régimen.
En estas memorias de sus años de infancia y juventud, Joachim Fest nos ofrece por primera vez una visión íntima de sus vivencias más directas durante esos años oscuros. La temprana prohibición de ejercer la enseñanza que sufrió su padre, su propia expulsión del colegio, su iniciación en el mundo de la ópera berlinesa, sus lecturas durante el servicio militar, o su intento de fuga de un campo de prisioneros americano, son algunos de los episodios protagonizados y narrados en primera persona por un observador nato. Pero sobre todo Fest revela cómo, a pesar de las dificultades, era posible enfrentarse al agobiante acoso ideológico del régimen desde la humildad, la firmeza de principios, la cohesión familiar y la dignidad.
Joachim Fest
Yo no
El rechazo del nazismo como actitud moral
ePub r1.0
Titivillus 24.11.15
Título original: Ich nicht
Joachim Fest, 2006
Traducción: Belén Bas Álvarez
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
PROLOGO
Por lo general, uno suele empezar a escribir sus memorias cuando se da cuenta de que ya ha transcurrido la mayor parte de su vida y ha alcanzado, en mayor o menor medida, lo que se había propuesto. Instintivamente, se mira hacia atrás: sorprende ver cuántas cosas del pasado han caído en el olvido o han desaparecido como «tiempos muertos». Se querría retener lo más importante o, si ya ha caído en el olvido, rescatarlo para el recuerdo.
Al mismo tiempo, hay que hacer un esfuerzo por recordar el pasado. ¿Qué dijo mi padre cuando mi madre le reprochó su pesimismo mientras intentaba convencerle de que fuera más tolerante con los gobernantes? ¿Cómo se llamaba el profesor de alemán del instituto Leibniz que lamentó ante toda la clase que yo me marchara? ¿Con qué tono me hizo el doctor Meyer sus observaciones cuando me acompañaba hacia la puerta durante mi última visita? ¿Con melancolía o simplemente con resignada ironía? Vivencias, palabras, nombres: todo está perdido o a punto de perderse. Sólo algunos semblantes pueden relacionarse, después de mucho indagar, con una opinión, una imagen o una situación. Otros datos proceden de la tradición familiar. Aunque en muchas ocasiones se ha roto el hilo conductor. Esto se debió en parte a que durante la evacuación de la familia de Karlshorst se perdieron todos sus recuerdos, escritos, dibujos y cartas. Lo mismo ocurrió con las fotos familiares: las imágenes de este libro nos las han facilitado, en su mayoría después de la guerra, amigos que en algún momento las consiguieron y pudieron salvar sus bienes de los avatares de los tiempos.
Yo no habría podido escribir sobre mis más tempranos recuerdos si a comienzos de los años cincuenta la radio no me hubiera encargado un relato sobre la historia reciente de Alemania. Como el material bibliográfico no era por entonces muy amplio, completé el estudio, hasta donde fue posible, con conversaciones con testigos de esa época, desde Johann Baptist Gradl hasta Ernst Niekisch, pasando por Heinrich Krone. Pero a quien más consulté fue a mi padre, quien como ciudadano políticamente comprometido había vivido en primera persona los conflictos y padecimientos de esa época. Por supuesto, estas conversaciones pasaron pronto al terreno personal y pusieron de manifiesto problemas familiares que yo había vivido, pero de los que apenas me había dado cuenta.
Por lo general, yo me limitaba a tomar notas de lo que me iba contando mi padre, y eso me ocasionó ciertas dificultades. Después de casi cincuenta años, en ocasiones no he podido recordar el trasfondo de alguna anotación, por lo que sólo puedo dar somera cuenta de ella o, alternativamente, dejarla fuera. Algunas de sus opiniones no se pueden mantener a la luz de los conocimientos que he adquirido. Sin embargo, en lugar de corregirlas, las he mantenido en su redacción original, ya que me parecían muy importantes como exponentes del punto de vista de un testigo presencial: no reflejan la perspectiva histórica que tenemos hoy, sino las percepciones, las preocupaciones y las esperanzas frustradas de un contemporáneo de los hechos.
Para facilitar la lectura, me he tomado la libertad de reproducir en estilo directo algunos de los apuntes breves que figuraban en mis cuadernos. A un historiador le está tajantemente vedado actuar así. Resulta innecesario decir que todo lo que aparece en forma de diálogo se ajusta tanto al contenido como al tono de lo que se dijo. Las observaciones aisladas que aparecen entrecomilladas corresponden a una cita literal.
Mis observaciones, como siempre sucede en el caso de registros biográficos, no pretenden ser en modo alguno irrefutables. Lo que cuento sobre los amigos de mis padres, de los profesores y superiores expresa sólo mi punto de vista. Presento a los Hausdorf y los Wittenbrink, los Gans, Kiefer, Donner y otros tal y como yo los recuerdo. Esto no quiere decir que fueran exactamente así, pero esto no me causa ninguna preocupación.
El periodo al que se refieren las páginas que siguen lo he analizado en numerosas exposiciones de carácter histórico. Por este motivo, en el presente libro me he ahorrado reflexiones más profundas: éstas quedan para el lector. En cualquier caso, no he pretendido hacer una historia de la época de Hitler, sino plasmar su reflejo en un entorno familiar. Por ello, predomina lo que se ha vivido, lo incidental, incluso simplemente lo anecdótico, que forma parte de la vida. Cuando de adolescente, a comienzos de los años cuarenta, describía los tics de un amigo de mis padres enfermo de los nervios, mi padre me recriminó: «¡Pues no le mires tanto!». Mi respuesta fue que ni quería ni podía apartar los ojos de él. Nunca me he arrepentido de ello, ni se me ha reprochado dentro del acogedor entorno en el que yo crecí. Para este libro era incluso necesario. Mucho mayor fue la tentación de reprimir las poses de los años de juventud, o incluso presentarlas con otra luz, más clara.
Para terminar, quiero expresar mi agradecimiento a las numerosas personas que me han ayudado en la realización de este libro. Entre la larga lista de nombres, citaremos a la señora Ursel Hanschmann, a Irmgard Sandmyr y a mi amigo Christian Herendoerfer; a los compañeros de prisión Wolfgang Münkel y Klaus Jürgen Meise, que se escapó mucho antes que yo, y con éxito, del campo de prisioneros. Guardo un especial agradecimiento a mi editora Barbara Hoffmeister, por sus importantes y numerosas indicaciones. Por último, cabe citar a los numerosos amigos de mis días de juventud que me han ayudado aportando episodios vividos, fechas y nombres.