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Rodolfo Enrique Fogwill - La introducción

Aquí puedes leer online Rodolfo Enrique Fogwill - La introducción texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2016, Editor: Penguin Random House Grupo Editorial Argentina, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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    La introducción
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No hay mayor soberbia ni más tolerada que la de la ciencia médica Encaramada - photo 6

No hay mayor soberbia ni más tolerada que la de la ciencia médica. Encaramada sobre siglos de progreso, no pasa un día sin anunciar el perfeccionamiento de un método de diagnóstico, la invención de un nuevo medicamento o algún avance en la interpretación de los factores que determinan la enfermedad, la salud y el standard medio entre salud y enfermedad en el que estamos condenados a flotar. En esto la medicina científica es absolutamente eficaz y satisface el ideal humano de bienestar, felicidad y longevidad que parece un artículo tácito de la constitución del Estado Moderno. Para cumplir en plenitud estas metas colectivas la ciencia no necesita brindar bienestar ni felicidad a nadie. Le basta permanecer fiel a su programa de acumulación de conocimiento, celebrar su progreso incesante y exhibir sus estadísticas y pruebas de laboratorio. Mientras, los humanos siguen muriendo igual y cada vez son más los que ni siquiera llegan a nacer, pero son casos computables en el repertorio de excepciones que confirman la regla y no incumben a la ciencia ni a las llamadas medicinas alternativas. Entre estas predomina la homeopatía. Nunca se conocerá la efectividad de los agentes naturales que con tanto cuidado y ritual combinan en la trastienda de la farmacia homeopática. Es posible que el médico, el farmacéutico y los laboratorios que destilan esencias y tinturas-madre tengan respecto de la idea de cura la misma incredulidad que predomina en los medios científicos y universitarios. Pero ante ellos se presenta el mundo y su evidencia bajo la forma de un flujo de pacientes deseosos de creer y de someterse al tratamiento y al consumo. Y en eso la medicina alternativa es absolutamente eficaz y abundan pruebas de que satisface plenamente lo que su clientela reclama. De algún modo estos profesionales y empresarios han de saberlo y aciertan al despreocuparse de la enfermedad y sus causas para concentrar su trabajo en un objeto rimado que sería lo que el paciente siente.

Distinto es lo que ocurre con la literatura. Las novelas se escriben, algunas se publican, algunos llegan a leerlas y con el tiempo se las olvida. En ellas todo puede estar en juego, salvo la vida humana. Fuera del cuerpo médico no hay imbéciles más soberbios que los escritores. Pero como la literatura de ficción es en sí misma una alternativa a la vida, no hay lugar en el mundo para una novelística alternativa y las constituciones de los Estados, que son ficciones de probada eficacia, omiten en sus artículos cualquier referencia al arte literario y a las múltiples actividades sociales y comerciales ligadas a él.

Subsanar esta falta no es el propósito de esta novela: se trata de una obra del siglo XXI y se limita a narrar lo que hacen, piensan, desean y padecen sus personajes, humanos del tercer milenio con deseos, acciones, sufrimientos y pensamientos que rondan la banalidad, aunque siempre algo provoca que una banalidad narrada termine pareciendo más digna de atención que la que cotidianamente habita el lector.

El lector: lo habíamos olvidado. Es otro efecto de la soberbia literaria. A semejanza del homeópata y de los funcionarios de la medicina científica, el autor siempre apuesta a encontrar una entrega paciente a la ilusión de cura o de algo y una sumisa obediencia a la extorsión de lo inevitable. Y eso, a pesar de que lo primero que se aprende escribiendo es que nada es inevitable, ni siquiera la vigencia del pacto de bienestar, eternidad y felicidad que liga a los personajes de la novela con sus lectores y a éstos con el sistema editorial en sus tres instancias: la compra, la lectura, el olvido. Recordemos lo que venía sucediendo:

1

Siempre las cosas parecen a punto de caer. Antes de salir había mirado los titulares de los diarios del día pensando que todo aquello terminaría derrumbándose. Ahora viajaba en la penúltima fila y pensaba en la inercia. Era cerca de las tres de la tarde y el ómnibus estaba semivacío. Desde su lugar pensaba en la inercia mirando las cabezas de todos los pasajeros, sus peinados, las nucas. A unos pocos alcanzaba a verles los hombros y las partes más altas de la espalda. Sería gente de mayor estatura, o que eligió viajar más estirada en sus asientos.

Desde aquí, pensaba, domino prácticamente todas las nucas, incluyendo la de la cabeza del chofer. Era una nuca de pelo ralo que encanecía hacia abajo hasta convertirse en un vello blanco y finísimo a la altura del cuello.

Y pensaba en la inercia y con ella en tantas cabezas que a un mismo tiempo acompañaban o repetían los movimientos del ómnibus. Aceleraciones, sacudidas, arranques y frenadas acompañaban esas nucas simultáneas, paralelas, todas a un tiempo, pero cada cual en su estilo, según su posición, según sus condiciones.

Tal vez influyera su propio peso, o el peso de los cuerpos que inevitablemente llevarían debajo. Y también debía influir el peso de los hábitos: las distintas maneras de viajar, de relajarse y de ceder o de sobreponerse a las fuerzas que actúan sobre uno mismo.

Reconocer un estilo en la manera con que cada cabeza se entrega al movimiento, producto de su peso, de su posición y de sus relaciones de masa y de distancia con el propio cuerpo, era parte de un pensamiento acerca de la inercia, que gradualmente tendía a convertirse en un pensamiento autónomo sobre el estilo. La noción de estilo en este párrafo también se aplica a las leves diferencias con que repetían o acompañaban los movimientos del ómnibus todas las otras cabezas.

La suya no. Su cabeza permanecía fuera de toda contemplación, libre de cualquier atribución de estilo. Estaba allí como si constatar la armonía y las inarmonías del movimiento mecánico de otras cabezas fuese la única misión que tenía en el mundo y, por ello, el único motivo que lo habría llevado a abordar el ómnibus y a emplazarla allí, consigo, en la penúltima fila de asientos.

Pero había elegido aquel ómnibus para acercarse a la avenida Independencia, donde tomaría un taxi. Era su plan de aquella tarde: ahorrar parte del largo y costoso viaje en taxi hacia Las Termas. Sin embargo, al cabo de sentarse en la penúltima fila, el proyecto de economizar había cedido espacio —todo el espacio de la mente— a una reflexión sobre la inercia, que a su vez pronto se convirtió en una contemplación de nucas tan absorta como si nunca hubiese visto nucas y tratara de encontrar un significado coral a la expresión de esa docena de imágenes ovales desplazándose a la par y conjugando sus diversos estilos.

Él era uno de los tantos que pasaron sus vidas viendo nucas y nunca repararon en ellas hasta el extremo de interpretarlas como regidas por una armonía de conjunto. Esto podría ser una señal. Una señal de algo. Quizás se estuviera convirtiendo en hipnotizador.

Ensayó con una: seis filas adelante detectó una nuca de melena corta, canosa, grasienta, enrulada. Correspondía a una cincuentona con verrugas y arrugas, que tenía un aro morisco colgando del lóbulo de la única oreja que, por su ubicación, se alcanzaba a ver. Se concentró: sabía que no bastaba una mirada firme, clavada en esa nuca. Necesitaba elaborar un pensamiento chato, plano y filoso como una espátula capaz de atravesar la pelambre grasienta y el hueso occipital para curvarse dentro y terminar cubriendo con una bóveda de pensamiento hipnótico toda la mente de la arrugada mujer.

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