Cova Galena - Aceptación: La historia de Víctor Bright (Spanish Edition)
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- Libro:Aceptación: La historia de Víctor Bright (Spanish Edition)
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- Año:2015
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Aceptación: La historia de Víctor Bright (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación
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ACEPTACIÓN
La historia de Víctor Bright
A mi princesa.
Digna hermana de un valeroso caballero.
Todos los derechos reservados © Cova Galena
Índice
¿Cómo contar mi historia?, ¿cómo explicarle a alguien, por muy crédulo que sea, que el mundo que le rodea no es como parece?, ¿cómo hacerle entender que existen cosas que jamás sería capaz de imaginar?, ¿cómo decirle que la realidad supera la ficción?
Durante años he intentado luchar contra lo que soy, he negado mi ser porque no concebía un mundo distinto al del resto de los humanos. Quería poder jugar con mis amigos al igual que todos los niños, con despreocupación y vitalidad; quería enamorarme como cualquier adolescente alocado…; sin embargo, aunque soy tan humano como ellos, soy diferente.
Nuestro mundo es el mismo, pero no vemos la misma realidad. Una realidad que tardé en comprender que era parte de mí y que ahora soy capaz de ver con otros ojos. Ya no me domina a mí, soy yo quien la controla y lucha por mejorarla. No existe el mundo perfecto pero podemos contribuir a que su mundo sí lo sea. Esa es nuestra misión.
Juntos, mi amor, emplearemos toda nuestra energía y nuestro talento por mantener la paz. No descansaremos hasta que desaparezca la maldad de su realidad y de la nuestra y solo podremos morir cuando sepamos que nuestro extraordinario legado está a salvo.
“¡Qué difícil es vivir en un mundo en el que no encuentras tu sitio!,
¡qué difícil es vivir con una familia a la que no pareces pertenecer.”
EDDL
Me llamo Víctor Bright. No conozco mi lugar de nacimiento, quizás París, aunque podría ser cualquiera, y el origen de mi historia es una profunda laguna tenebrosa que no consigo recordar. Los primeros años de mi vida los pasé en un orfanato en Giverny, una localidad francesa en la Alta Normandía, que tuvo el privilegio de ser el escenario de muchos de los cuadros de Monet. Mis padres adoptivos, Max y April Bright, grandes amantes de todas las formas de arte, se enamoraron de aquel bucólico lugar y decidieron vivir allí durante una corta temporada. No recuerdo mucho acerca de aquella época, tal vez mi memoria haya borrado todo aquello que le resultaba doloroso, cubriéndolo de tinieblas; pero sí hay una imagen que se quedó grabada en mi memoria porque fue el inicio de lo que soy ahora.
En el orfanato, muy de vez en cuando, cuando nuestro comportamiento era supuestamente modélico, nos llevaban a pasear por jardines de la casa museo de Monet. Vivíamos aquellos días con intensa emoción porque nos permitían corretear en libertad entre las espesas flores de un lugar que para nosotros era como el paraíso. Sin embargo, un día jugando con Priscilla, mi querida Pris, mi cómplice, mi confidente y mi única amiga en aquel orfanato, vi algo que me produjo la mayor de las envidias. Algo que consiguió alterar la calma que me provocaba bucear en mi único edén de felicidad. En medio de aquel arco iris de colores y aromas primaverales, nunca mis sentimientos habían sido tan oscuros. Mi inocente corazón infantil había sido recubierto por una fina capa de rabia que no le permitía latir con normalidad.
Una familia unida y feliz, eso era lo que parecían. Si la abstracta felicidad pudiese plasmarse en algo concreto, aquella sería su viva imagen. Una pareja visitaba la casa rodeada de tres niños entre risas, caricias, miradas cómplices e incluso regañinas. “Jean y Samuel, dejad de pelearos” gritaba la mujer con la ternura de una madre protectora y no consentidora de los más banales caprichos infantiles; mientras el hombre, acariciaba la rodilla de la pequeña intentando hacerle entender que si no se hubiese empecinado en querer subir aquel muro de piedra tan alto y peligroso, no se habría lastimado en la pierna.
Deseé ser uno de ellos. Anhelaba tener una madre que me reprendiese cada vez que hacía algo mal o un padre que sanase mis heridas. Tan solo tenía cinco años pero conocía a la perfección mis sueños: quería ser parte de una familia, una familia que algún día había tenido y que por cuestiones que desconocía (mala suerte, la furia de un Dios injusto o simple casualidad) había perdido.
Pris, se acercó a mí, prácticamente pegando su cuerpo al mío y agarrándome de la mano, me sacó de mi ensoñación. Probablemente habría estado presenciando la misma escena que yo y necesitaba sentir que había alguien a su lado que la quería. Miré sus ojos que habían sido inundados por las lágrimas. Quise llorar con ella mientras que sentía como el calor de sus pequeños y sucios dedos, intentaban reconfortar mi alma. Si no fuese porque quería mostrarme fuerte ante su mirada entristecida y desesperada, me habría derrumbado allí mismo y habría escondido mi cabeza entre mis muslos para poder llorar con el desconsuelo que me provocaba no tener lo que aquellos niños tenían.
Aquella mujer, con el pelo del color del cobre, ojos verdes y una dulce expresión en su rostro, al vernos llorar, caminó hacia nosotros casi levitando como si fuese un ángel y acariciando nuestras cabezas, nos preguntó si nos encontrábamos bien. Ni Pris, ni yo, fuimos capaces de pronunciar palabra, pero en cuanto la piel de sus manos tocó mi cabello, sentí algo especial que jamás había sentido y que en cuestión de segundos fue capaz de sosegar mi enfurecido corazón: algo extraordinario iba a ocurrir.
Durante varios días no pude dejar de pensar en aquella familia, tanto de día como de noche ellos formaban parte de casi la totalidad de mis pensamientos y en mis disparatadas fantasías me veía jugando con aquellos niños en una preciosa casa, rodeados de decenas de juguetes, mientras nuestros padres nos preparaban una deliciosa merienda; y cuando menos me lo esperaba, cuando aquellas fantasías lo único que me causaban era dolor, mis sueños, o parte de ellos, se convirtieron en realidad. Nunca me habría imaginado que algo así sería posible, pero había sucedido, dando respuesta a unas esperanzas que jamás había perdido. Esa era una de las maravillas que había marcado los primeros años de mi vida: era capaz de vivir permanentemente en un mundo reinado por extraordinarias quimeras.
En el orfanato no conocíamos ningún caso de ningún niño que hubiese sido adoptado, sin embargo, Pris y yo íbamos a ser los primeros.
Cuando nos dieron la noticia, no supimos cómo reaccionar, no éramos más que niños y teníamos miedo. No sabíamos que nos íbamos a encontrar tras los muros de aquel orfanato y de aquel pueblo, puesto que nunca nadie había salido de allí, ni había tenido la oportunidad de regresar para contárnoslo. Y aunque ni Pris ni yo supimos como transmitírnoslo con palabras ni con gestos, si algo nos daba tranquilidad era saber que los dos estaríamos juntos. Solo necesitamos mirarnos a los ojos para estar seguros de que si seguíamos unidos, nada malo podría pasarnos.
Priscilla era mi alma gemela, la única persona con las que era capaz de sentirme bien y feliz. Velaba por mí, me protegía y me consolaba y para mí, ella era una hermana y no podría concebir mi vida sin sentir su presencia a mi lado. Pris, mi delicada niña de pelo del color del sol y mirada triste que siempre será parte de mi corazón . No soy capaz de recordar la cara de ningún otro niño del orfanato, ni siquiera su nombre. Las únicas pinceladas que me unen a mi pasado en Giverny tienen el rostro de Priscilla. Puedo verla durmiendo plácidamente en la pequeña cama de al lado, su sonrisa cada vez que me ganaba en un juego, como se enrabietaba si acababa las tareas antes que ella o como compartíamos nuestros sueños escondidos en algún sucio rincón de aquel orfanato.
La Srta. Florence, a la que solo puedo recordar regañándonos, con ese gesto enfadado y brusco que la caracterizaba, había entrado al salón común para comunicar en alto la gran noticia, provocando el recelo en los niños más mayores y el desconcierto en los más pequeños. Los más veteranos deseaban tener una excusa para salir de aquel orfanato, mientras que los más pequeños, entre ellos Pris y yo, no entendíamos con exactitud qué significaba una adopción. La Srta. Florence siempre nos decía que sí nos portábamos bien y cumplíamos con nuestras obligaciones, tal vez algún día conseguiríamos una familia que nos quisiese y por ese motivo, mi cabeza turbada por un cúmulo de nuevas emociones, solo era capaz de asociar la palabra adopción con el calor de un hogar.
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