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Mireille Pasos - Persiguiendo espejismos

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Mireille Pasos Persiguiendo espejismos
  • Libro:
    Persiguiendo espejismos
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  • Año:
    2016
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Persiguiendo espejismos: resumen, descripción y anotación

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PERSIGUIENDO ESPEJISMOS

Historias de amores efímeros y eternos desencuentros

Por Mireille Pasos Rodríguez

OBERÓN

Tráeme esa flor: una vez te la enseñé. Si se aplica su jugo

sobre párpados dormidos, el hombre o la mujer se enamoran locamente del primer ser vivo al que se encuentran. Tráeme la flor y vuelve aquí antes que el leviatán nade una legua.

—William Shakespeare, «El sueño de una noche de verano»

PRÓLOGO

Siete de la mañana.

Al abrir los ojos, Alejandra no reconoce la habitación en la que se encuentra, pero la ola de besos que se desata sobre ella le trae recuerdos de la noche anterior: el club nocturno, la música, el alcohol; haber distinguido a Samanta desde el extremo opuesto de la pista y haberse encerrado con ella en el baño del lugar.

—Buenos días —dice Samanta mientras le besa el cuello. Su mano derecha sube, amenazante, por el interior del muslo de Alejandra.

Alejandra mira su reloj sin responder.

—Anoche fue una de las mejores noches de mi vida —Samanta sonríe, encuentra el lóbulo de la oreja de Alejandra y lo atrapa con sus dientes—. Fue como si nos hubiésemos conectado en otros niveles; fue casi…

Alejandra la empuja suavemente, aprovechando la inercia para incorporarse.

—¿Estás bien? —la voz desencantada de Samanta no detiene a Alejandra en la recolección de las ropas que dejó en el suelo entre las prisas de la madrugada.

—Sí.

—¿Entonces cuál es la prisa?

—Tengo que ir a trabajar.

—Pero todavía es temprano.

Alejandra sigue vistiéndose. Entra al baño, se lava la cara y la boca, sale del baño. La mirada endurecida de Samanta se le resbala sin causar un estrago.

—Nos vemos, Sam.

—¿Así nada más?

—Sí —se acerca a la cómoda, toma su cartera y la pone en la bolsa trasera de sus jeans . Luego mira las llaves que tiene en la mano para asegurarse de que sean las suyas.

—¿No me vas a pedir mi número ni siquiera para guardar las apariencias?

—No hago eso.

—¿Te das cuenta de lo cruel que eres? —Samanta se pone de pie, recoge su ropa interior y comienza a vestirse.

—No es mi intención lastimarte, pero ya que estamos en eso, dime una cosa ¿te prometí una relación?

—No.

—¿Te prometí amor?

—No —Samanta se pone la blusa.

—¿Qué te dije anoche cuando te acercaste?

—Que te gusta divertirte y que si yo estaba en el mismo canal nos podíamos pasar una noche muy divertida —Samanta se cruza de brazos, presintiendo el rumbo que tomará la conversación.

—¿Te mentí?

—No.

—¿Te divertiste? —la sutileza y sinceridad en el tono de Alejandra son quizás lo que más daño le hace a Samanta.

—Sí, pero…

—¿Pero qué? No te prometí absolutamente nada más que eso y eso es lo que te di.

—Sí, pero…

Alejandra aguarda en silencio con las cejas arqueadas, casi retando a que el final de esa oración tenga algún argumento de peso.

—Fue mágico, no lo puedes negar. Fue algo muy intenso; fue más que algo de una noche.

Alejandra niega con la cabeza mientras sale de la habitación y atraviesa la sala para llegar a la puerta principal.

—¿Ale? —Samanta la sigue de cerca.

Ella se detiene pero no voltea.

—¿Nunca te has considerado que alguna de las mujeres que dejas con tanta prisa en la mañana podría ser el amor de tu vida?

—No.

—¿Por qué?

Alejandra voltea hacia ella y por primera vez desde que se despertó, mira a Samanta a los ojos.

—Porque el amor no existe, Sam; por eso —Alejandra se da vuelta una vez más y se marcha.

CAPÍTULO 1
Noctámbula

Junio de 2012.

Al abrir los ojos, Alejandra no reconoce la habitación; algunos parpadeos después, siente la mirada insistente de la mujer que está a su lado. La hace esperar un poco antes de mirarla. Al encontrarse con los ojos maravillados de Lucía, presiente lo que se avecina.

—¡Buenos días! —el tono acaramelado de Lucía y el modo en que estira las letras para hacer que esas palabras duren más de lo necesario, causa escalofríos en Alejandra, pero no del tipo que Lucía quisiera.

—Buenas —responde Alejandra con el tono más frío que puede encontrar en su escala de groserías matutinas.

—¿Quieres desayunar o prefieres repetir la dosis de anoche? —Lucía estira la mano debajo de las sábanas para recorrer el vientre desnudo de Alejandra con dedos ligeros.

Alejandra le empuja la mano sutilmente, se pone de pie casi de un salto y comienza a vestirse.

—Gracias, no puedo; tengo que irme.

—¿No puedes o no quieres? —el tono de Lucía menos amable, pero aún sin rayar en el enojo.

—¿Hay diferencia? —Alejandra sigue vistiéndose; el tono de su voz, cada vez más frío.

No hay respuesta.

—Tengo que ir a bañarme —Alejandra se esfuerza por suavizar su tono, pero no lo logra—, nos vemos después ¿de acuerdo?

—No es como que tengas alternativa —ella deja caer la cabeza sobre su almohada. Un suspiro de frustración la traiciona cuando Alejandra toma las llaves que están sobre la cómoda.

Alejandra hace caso omiso; continuando, impasible, con su ritual de retirada.

A las ocho con cuarenta y cinco de la mañana, Alejandra entra a las oficinas de «Croma Visión» —el despacho de publicidad más exitoso de Cancún— vistiendo una blusa blanca de mangas de tres cuartos, sobre la cual contrasta un chaleco gris que hace juego con sus pantalones sastre del mismo color; lleva zapatillas color humo y un collar turquesa que resalta alegremente sobre la seriedad de su conjunto. Su cabello ondulado resbala por sus hombros hasta descansar en su pecho, enmarcando con elegancia su rostro afilado.

Fresca como una lechuga, café en mano y portando una enorme sonrisa en el rostro, se abre paso por la recepción del edificio en su camino hacia los ascensores; saluda de nombre a los tres guardias de seguridad y apresura el paso al ver que las puertas de un elevador están por cerrarse. La última persona en subir sostiene la puerta para darle oportunidad de llegar.

—Gracias —dice, usando un tono que no marca diferencia entre amabilidad y coquetería.

—Un placer —responde el hombre sonriendo—. ¿A qué piso vas? —él ya con la mano cerca del panel.

—Al tres, por favor.

El hombre presiona el botón. Alejandra se da vuelta, quedando de espaldas al hombre, con la mirada hacia las puertas del ascensor. Entonces él aprovecha para bajar la mirada y examinar con lentitud los atributos posteriores de Alejandra.

Cuando la pantalla digital del ascensor marca el piso tres, y las puertas se abren, Alejandra lo mira sobre su hombro y le sonríe una vez más, mientras comienza a bajar, exagerando el movimiento de sus caderas.

—Hasta luego.

—Hasta luego —responde él sin dejar de verle el trasero.

Alejandra deja sus cosas sobre su escritorio, toma su agenda y su café y se va directo a la sala de juntas B, donde ya se encuentran todos sus compañeros en espera de Gonzalo Urzaiz, el gerente del departamento de diseño y jefe directo de todos los presentes; su asistente —una mujer voluptuosa de bucles rubios y ojos color miel—, derrama su galanura por cada rincón de la sala de juntas mientras reparte la agenda a cubrir.

Alejandra hace un barrido rápido de la mesa buscando a Renata, la única compañera a la que considera su amiga. La única persona de todas las presentes a quien en realidad aprecia y en la cual puede confiar. Renata, como siempre, tiene un asiento reservado para ella. Alejandra toma asiento al lado izquierdo de su amiga.

—Buenos días.

Renata la mira, la examina, frunce el ceño.

—Me das miedo cuando tienes esa sonrisa. ¿Qué hiciste?

En ese momento Lucía se planta frente a Alejandra y le extiende, con toda frialdad, una copia de la agenda.

—Aquí tienes.

—Gracias.

Renata espera a que Lucía se aleje un poco, pero en cuanto considera que la distancia es suficiente, se inclina para estar más cerca de su amiga.

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