El misterioso caso del anciano. Parte I
El misterioso caso del anciano. Parte II
Capítulo 1: El caso del alquimis t a
Me encontraba inmerso en un intrincado caso, pero tenía la certeza de que, a pesar de su complejidad, sería capaz de resolverlo. Sentado delante de una desordenada mesa repleta de papeles, libros y restos de comida (propios de un desorden pro-vocado por estar empleando demasiado tiempo a la investigación), me dedicaba, durante unos instantes de descanso, a observar la luna a través de la ventana. Corría una suave brisa y ni una sola nube se cernía sobre un sublime cielo despejado que me permitía contemplarla con claridad. Cuando mi atención se centraba en su blanca y luminosa superficie al tiempo que surcaba la inmensa bóveda apagada, sentía que me sumía en el más absoluto estado de relajación y serenidad. Todos aquellos días atrás la observé en su estado creciente, mostrándose cada noche más plateada, insinuando que pronto se revelaría llena en su totalidad. Su luz se volvía más impetuosa y cada vez se reflejaba con más intensidad en el mar que se hallaba en el horizonte. No obstante, eran más pequeñas las distantes estrellas, mas no por ello insignificantes. Pensaba por aquel entonces que son mis casos como el cielo oscuro, pues, si bien la luminosa luna sería la resolución que permanece en la incógnita, se me asemejaban las estrellas a las diminutas pistas que me conducirían hasta ella.
Debo reconocer que la suerte no estaba precisamente de mi lado cuando de r e solver casos se trataba. Me apasionaban el misterio, la intriga, la aventura… pero no siempre acertaba en concluirlos. Justo cuando creía tener la respuesta delante, se esfumaba rauda como una estrella fugaz en el oscuro firmamento. Supongo que todo esto tenía que ver con aquello que algunos me reprochaban: “Siempre escoge los casos más extraños, Sigmund”. Mas yo pensaba: “¿Los más extraños o los que esos incrédulos no se atreven a elegir?”.
T enía frente a mí un caso descartado: el caso del alquimista. ¡Qué interesante! ¡Cuánta incertidumbre! Esta vez sí, esta vez sí que iba a descubrir algo… No como en el caso de la momia maldita o el fantasma de la fábrica abandonada, que resu l taron ser un fraude; en esta ocasión, tenía una corazonada.
Estaba ya bien entrada la noche. No podía tomar ni una gota de café más para mantenerme despierto y , como de costumbre, me quedé dormido delante de la mesa. Esto me proporcionaba fuertes incomodidades durante el día, pero qué remedio… Aquella mañana tenía que ir a entregar el informe de los avances del caso.
Solí a ponerm e m i gabardin a y u n sombrer o qu e m e regalaro n e n un a ocasió n esp e cial . Cre o qu e habí a sid o e l últim o regal o qu e habí a recibid o desd e hací a u n tiempo, pue s últimament e pasab a mucho s día s e n soleda d y apena s disponí a d e u n rat o para pode r dedicársel o a alguien . N o er a d e extraña r qu e n o m e visitasen . Si n emba r go , decid í qu e cuand o po r fi n resolvier a u n bue n misteri o remediarí a est e tem a co n premura.
Antes de sali r , tras perderme en otras tantas cavilaciones, busqué mi reflejo en el espejo de la entradita. “¿ T anto me ha crecido el pelo? ¿Y la barba?”, pensé en cuanto me topé con la imagen que se me mostraba (y que mucho distaba de la que esperaba). Estaba tan inmerso en lo mío que ni me percataba del movimiento de las agujas del reloj. No tenía muy buen aspecto… Así que esa mañana me retrasé unos minutos, porque concluí que no tenía más remedio que afeitarme. Al menos eso; la cabellera podía esperar…
Durant e e l camino , intentab a ordena r tod a l a informació n sobr e e l cas o de l alqu i mist a mientra s recorrí a la s calle s flanqueada s po r lo s oscuro s edificio s d e l a gri s ciudad . Result a qu e esto s señore s buscaba n l a piedr a filosofa l y e l elixi r d e l a etern a juventud . S e cuent a qu e existiero n persona s qu e fuero n capace s d e vivi r siglo s gracias a est a especi e d e “magia” . Desd e u n principio , l o cre í poc o probabl e y m e resultaba difíci l cree r qu e pudier a existi r hombre s dedicado s a tod a est a materia . N o obstante, quizá s u n enfoqu e má s lógic o serí a pensa r e n ello s com o homb r e s d e ciencia .
N o s e tratab a d e u n asunt o qu e despertar a especialment e m i interés , per o tuv e que investiga r sobr e ellos , porqu e habí a cierto s rumore s sobr e u n tip o que , po r l o visto , se creí a Joh n De e a l qu e había n acusad o d e comete r crímene s y de l qu e s e decí a qu e estaba ocult o tratand o d e lleva r a cab o algú n tip o d e inusua l descubrimiento . Y , tra s mucho recapacita r , ¿ a qu é conclusió n m e llevaro n todo s lo s indicios ? Pue s a qu e m e temí a que est e cas o estab a relacionad o co n un a seri e d e extraño s delito s cometido s recientemente.
Como de costumbre cuando visitaba la comisaría, no me miraban con cara de buenos amigos. Y o no prestaba demasiada atención y , como siempre hacía, me d i rigí directamente al despacho del jefe. Le planteé algunas conclusiones sobre caso, pero, como venía ocurriendo en cada encuentro, se mostraba incrédulo: