Isabel Florez - Parte de mi equipaje
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- Libro:Parte de mi equipaje
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- Año:2014
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Parte de mi equipaje: resumen, descripción y anotación
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©2014 Isabel Quintín
Diseño de portada: Isabel Quintín
Todos los derechos reservados
Primera edición: Agosto de 2014
ISBN-10: 150047343X
ISBN-13: 978-1500473433
Esta es una obra de ficción, producto de la imaginación de la autora.
Cualquier parecido o similitud con la realidad es pura coincidencia. La autora posee los derechos reservados de esta obra. Quedan prohibidas la reproducción y/o publicación total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento sin permiso previo.
A Mamá ¡Apoyo, fuerza y guía!
Angie y Blanca ¡Gracias miles!
A H aizan y Cristian
Porque gracias a su amistad sincera
Y desinteresada pude pasar de nivel.
A las Julianas.
“…Tengo que hacer las paces con tu imagen
Para así poder seguir adelante.
O al menos comprender
Que te volviste imborrable…
…Que vas a acompañarme en cada paso
Como pieza de todo mi equipaje...
.
Parte 1
El pasado
La luz del sol se coló por las rendijas de la ventana, traspasó la cortina y me bañó con su luz el rostro. Intento abrir los ojos y se me hace imposible. Están marcados por una larga noche de llanto, por las horas largas del insomnio y por la necesidad de no tener que despertar éste día.
Me doy vuelta en la cama y trato de levantarme. Mi cuerpo ahora lleva el peso de un alma triste y desolada, lleva a cuestas la amargura, por la traición de la que fue víctima.
Camino hacia el baño y al verme al espejo se refleja mi realidad; unos ojos cansados, enrojecidos por tanto llanto, el cabello alborotado y además, una migraña insoportable que me exige volver a la cama y no salir de allí en todo el día.
Regreso y me cubro con las sabanas hasta la cabeza; escucho pasos aproximarse y finjo estar dormida. Se alejan en silencio.
Trato de soñar y así, acabar con mi pesadilla terrenal.
Al fin logro dormir y despierto de nuevo en la noche. El dolor de cabeza ha desaparecido pero el peso en el alma y mis ojos devastados, aún permanecen. Decido darme una ducha. Necesito limpiar las heridas que a pesar de ser del alma; las siento en el cuerpo.
Sé que no es suficiente, puedo esterilizarme el cuerpo, pero no el corazón y regresa el llanto, porque no lo puedo evitar, porque me duele un lugar que no sabía que dolía, porque, sé que así, se siente perder la dignidad; porque es la misma sensación de impotencia, de suciedad, de odio, rabia, deseos de venganza y a la vez; deseos de que la tierra se abra y me trague. Sensaciones que regresan; por segunda vez.
Las lágrimas corren y se disuelven en el agua, llevo mucho rato aquí, mi piel comienza a arrugarse. Cierro la llave de la regadera y me pongo la bata de baño. Tomo una toalla pequeña y blanca y me seco la cara; vuelvo a la habitación y me visto. Una camisa de algodón, larga y negra, de letras blancas que dicen « I love NY » hace las veces de pijama.
En otras circunstancias, podría ver una película o leer un libro; sin embargo, prefiero dejar la mirada fija en un punto infinito de la pared, sentada en el suelo y recargada contra mi cama.
En medio del silencio, regresan las preguntas y la necesidad de entender:
¿Cómo no me di cuenta de todo?
¿Cómo pudo pasar sin que yo tuviera la más mínima sospecha?
Por fortuna, antes de entrar a ese túnel sin salida, surge un ángel a salvarme de un patético amanecer entre preguntas sin respuestas.
Mi teléfono suena.
Es Javier.
Javier Bermúdez es un chico fanático de los aviones, estudia aviación y sueña con llegar a ser un gran piloto. Vive y estudia en Bogotá y el amor de sus amores es su isla natal: San Andrés. Lleva en su piel el color que le ha dado ese paradisiaco lugar, es alto, atlético, con el cabello corto, negro y muy rizado. Tiene una sonrisa encantadora; unos expresivos y coquetos ojos negros y ese acento que a mí, en especial, me fascina. Además de eso, él es un hombre prudente y de decisiones directas que sabe cuándo y dónde, hacerme aterrizar. Y como por arte de magia, aparece siempre que la tristeza se acerca a mí. Debe ser su procedencia de una isla, lo que hace que siempre me caliente el corazón; aunque sea a través de la computadora o el móvil.
Y tal parece que adivina mi situación.
— Hola.
— Hola.
— Carla, ¿cómo estás?
— (Suspiro) Bien y ¿tú?
— En este momento no importa como estoy ¿qué pasa?
— (Silencio)
Hablar de ésta triste historia no es una opción cómoda a través del teléfono; solo comenté con mamá lo sucedido y, como es natural en las madres, ella decidió odiar al causante de mi dolor y con eso no logró consolar mi corazón. Además de todo, tenía razón, ella me lo dijo y me lo advirtió muchas veces. Este es el resultado de mi desobediencia y mis impulsos. Aunque parecen palabras sin piedad, lo hizo en un intento de darme fortaleza. Si hubiese intentado aliviar mi aflicción; estaríamos ahogadas en nuestras lágrimas.
— Estoy Bien, de verdad.
— ¿Cómo estás? — Insiste.
— Más o menos… — respondo con un hilo de voz.
— ¿Problemas con Mario?
Tardé aún más en contestar.
— Sí.
Conversamos alrededor de una hora; le conté parte de la historia y me enteré que él hace unos meses, vivió una situación similar. A raíz de eso, se dio un año de soltería para estar tranquilo y preparado y entonces, volver a empezar. Es lo más lógico; pensar en volver a empezar; lo difícil no está en intentar, sino, en lograrlo.
Es triste saber qué siempre y de alguna manera al recordar, sufriré, pero al menos es un punto fijo en el horizonte, es una meta llegar a disminuir la sensación de aflicción profunda que ahora, cargo sobre mis hombros.
Regresé a la cama disfrazando el dolor con una sonrisa de ilusión. Con la idea de que mañana, llamará Mario, me lo explicará todo y encontraremos una solución y todo esto quedará en el pasado…
¡Qué tontería tratar de jugar al payaso que ríe, cuando su alma llora!
La calma sólo duró hasta ese instante, estar sola de nuevo, quebró mi voluntad . Es absurdo pensar en el mañana, porque me aterra enfrentarme al más oscuro presente que jamás imaginé tener que vivir. Ésta odisea está marcando mi pasado y mi futuro. No diviso porvenir, yo me siento enraizada en un momento de dolor eterno, sin salida; como si de esta manera fuese a pasar el resto de mis días.
A Mario le dio lo mismo; con o sin mí, su vida sigue mientras la mía se hunde.
Vuelvo a sentir ese fuego por dentro, ese ardor en el pecho que se roba mi aire…
Me parece entrar en otro lugar…
Todo da vueltas…
Se distorsionan las imágenes…
Se ven puntos de muchos colores…
Zumbidos en los oídos…
Parece que el piso se eleva…
Un sonido ensordecedor…
Tengo mareo y no lo puedo contener.
Vomito.
Mamá ingresa a toda prisa en la habitación. Está asustada; me habla pero no entiendo lo que dice…
Todo queda negro.
***
Mucho más luego, estoy soñando.
Una mujer que vi por primera vez el día que se presentó en mi casa y por venganza o valor, me dijo la verdad. Ésa mujer me ataca, corre tras de mí y termino en el suelo, oyendo esa verdad que me niego a aceptar.
Ni en mis sueños me encuentro a salvo. Todo en mí, es una pesadilla sin fin. No obtuve la libertad entre las sabanas de mi cama.
Cuando despierto encuentro a mi madre junto a mi . Verla allí me da fuerza — aunque poca — para hallar alguna manera de acabar con mi tormento.
Mi semblante no ha cambiado mucho y sigo con la expresión de irrealidad.
Es hora de levantarme. No me puedo quedar para siempre en la cama, no otra vez. Me dirijo al balcón de mi habitación y desde allí veo las nubes alojadas en un profundo azul. Esas nubes que siempre me dan calma y me ayudan a encontrar soluciones, hoy sólo son nubes. Mis ojos fijan la vista en los tejados de color rojizo de las casas vecinas. Nunca logro recordar cuantas casas son. Mario siempre me hacía contarlas…
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