«Cuidado conmigo» no es una biografía al uso, se compone de una serie de veinticuatro relatos en las que Moore nos desgrana retazos de su vida para presentarnos como el director de documentales ha llegado donde está y los problemas que su fama le ha traído, por ejemplo el ejército de guardaespaldas que debe llevar día y noche. No sólo eso, si no que nos presenta historias tiernas de su vida, pasajes que le reconcomen, ese tipo de situaciones en que nos preguntamos qué hubiera pasado si nuestras elecciones hubieran sido otras.
En un fastforward hasta 2003, asombra al mundo desde el escenario de los Oscar con las palabras «Vivimos en tiempos ficticios… con un presidente ficticio», en lugar del habitual «Quiero dar las gracias a la Academia». Y nada de eso se acerca a la noche en que un amable sacerdote decide enseñarle cómo hacer un exorcismo.
Michael Moore
Cuidado conmigo
Historias de mi vida
ePub r1.0
SebastiánArena 23.04.14
Título original: Here Comes Trouble: Stories from My Life
Michael Moore, 2011
Traducción: Javier Guerrero
Retoque de cubierta: SebastiánArena
Editor digital: SebastiánArena
ePub base r1.1
Para mi madre, que me enseñó a leer y a escribir cuando tenía cuatro años.
Al crecer todo parece muy parcial.
Opiniones ofrecidas, futuro decidido de antemano, separado y subdividido.
En la zona de producción en masa no se encuentra al soñador ni al desclasado, tan solo.
Neil Peart/Rush,
SUBDIVISIONS.
SANDY Bates [WOODY ALLEN]: ¿Y yo no debería dejar de hacer películas y hacer algo como ayudar a los ciegos o convertirme en misionero o algo así?
El EXTRATERRESTRE: Usted no da el tipo de misionero. No duraría mucho. Y tampoco es Superman, sino un comediante. ¿Quiere prestarle un servicio a la humanidad? Cuente chistes más graciosos.
WOODY ALLEN , Recuerdos.
NOTA DEL AUTOR
Este es un libro de relatos cortos basados en sucesos que ocurrieron en los primeros años de mi vida. Muchos de los nombres y circunstancias se han cambiado para proteger a los inocentes, y en ocasiones a los culpables. Dicen que la memoria puede ser un parque de atracciones extraño y retorcido, lleno de montañas rusas y espejos deformantes, números de monstruos aterradores y delicados contorsionistas. Este es mi primer volumen de estas características. Quería ponerlo en papel mientras el papel, las librerías y las bibliotecas todavía existen.
Epílogo: la ejecución de Michael Moore
E stoy pensando en matar a Michael Moore y me pregunto si podría matarlo yo mismo o tendría que contratar a alguien para que lo hiciera… No, creo que podría hacerlo yo. Se me ocurre que él podría estar mirándome a los ojos y, bueno, yo simplemente lo estrangularía. ¿Está mal? He dejado de llevar mi pulsera de «¿Qué haría Jesús?», y ya he perdido toda noción de lo que está bien o mal. Antes decía: «Sí, mataré a Michael Moore», y luego veía la pulsera «¿Qué haría Jesús?». Y lo comprendía: «Oh, no matarías a Michael Moore. O al menos no lo estrangularías». ¿Y saben? Bueno, no estoy tan seguro.
Glenn Beck,
En directo en el programa Glenn Beck,
17 de mayo de 2005
El deseo de mi prematuro fallecimiento parecía omnipresente. Sin duda, estaba en la mente del periodista de la CNN Bill Hemmer una soleada mañana de julio de 2004. Había oído algo que quería echarme en cara. Y así, sosteniendo un micrófono delante de mis narices en la sala de la Convención Nacional Demócrata de 2004, en directo para la CNN, me preguntó qué pensaba de la opinión de los estadounidenses respecto a Michael Moore.
—He oído a gente que dice que ojalá Michael Moore estuviera muerto.
Traté de recordar si había escuchado antes a un periodista formular semejante pregunta en televisión. Dan Rather no se la hizo a Saddam Hussein. Estoy convencido de que Stone Phillips tampoco se la planteó al asesino en serie y caníbal Jeffrey Dahmer. No sé, puede ser que Larry King se la hiciera alguna vez a Liza Minelli, pero no lo creo.
En cambio, por alguna razón, era perfectamente aceptable plantearme esa posibilidad a mí, un tipo cuyo mayor delito era rodar documentales. Hemmer lo dijo como si simplemente afirmara una obviedad, como: «¡Claro que quieren matarte!». Se limitaba a dar por sentado que sus espectadores ya comprendían esta obviedad, con la misma certeza con la que aceptaban que el sol sale por el este y el maíz viene en panochas.
No supe qué responder. Traté de no darle importancia, pero no logré sobreponerme a lo que acababa de decir en directo en una cadena que transmite a 120 países y al estado de Utah. Ese «periodista» posiblemente había inculcado una idea enfermiza en una mente perturbada, en algún descerebrado sentado en su casa poniendo su donut de hamburguesa con queso y beicon en el microondas mientras la tele de su cocina (una de las cinco de la casa) está accidentalmente en el canal de la CNN: «Bueno, más frío en todo el valle de Ohio, un gato en Filadelfia que prepara su propio sushi y, enseguida, ¡hay gente que quiere ver muerto a Michael Moore!».
Hemmer no había terminado con su dosis de escarnio. Quería saber quién me había proporcionado credenciales para estar allí.
—El Comité Nacional Demócrata no lo ha invitado a venir, ¿verdad?
Me lo soltó como si fuera un policía pidiendo la documentación, y seguro que no iba a preguntárselo a ningún otro de os asistentes a la convención en toda la semana.
—No —dije—, me ha invitado el Caucus Negro del Congreso. —Estaba cada vez más enfadado, así que añadí para llamar la atención—: Esos congresistas negros, parece mentira.
La entrevista concluyó.
Durante los siguientes minutos fuera de antena, me limité a quedarme allí sin dejar de mirarlo mientras otros periodistas me hacían preguntas. Hemmer se acercó para ser entrevistado por algún bloguero. Al final ya no pude soportarlo más. Me planté otra vez delante de él y le solté con calma propia de Harry el Sucio:
—Esto es sin lugar a dudas lo más despreciable que me han dicho nunca en la televisión en directo.
Me dijo que no lo interrumpiera y esperara hasta que terminara de hablar con el bloguero.
«Por supuesto, capullo, puedo esperar».
Y entonces, cuando yo no estaba mirando, se escabulló. Claro que ¡no tenía dónde esconderse! Se refugió entre la delegación de Arkansas —¡el refugio de todos los bribones!—, pero lo encontré y volví a plantarme ante sus narices.
—Ha hecho que mi muerte parezca aceptable —dije—. Acaba de decirle a cualquiera que está bien matarme.
Trató de retroceder, pero le corté el paso.
—Quiero que piense en sus acciones si alguna vez me ocurre algo. Y se equivoca si cree que mi familia no irá a por usted.
Murmuró algo sobre su derecho a preguntarme lo que quisiera, y decidí que no valía la pena romper mi récord de una vida entera sin pegar a otro ser humano, y tampoco a una rata de una cadena de noticias por cable («Guárdatelo para Meet the Press, Mike»). Hemmer me esquivó y se alejó. Al cabo de un año dejó la CNN y se fue a Fox News, donde debería haber estado desde el principio.