AGRADECIMIENTOS
En primer lugar, debo agradecer a Dios por darme la habilidad de perder la cabeza y seguir con vida. A mi abuelo que desde el cielo me cuida e intercede ante el creador para que todo esto sea posible. A mi novia Nicol Ramírez, por su amor y paciencia de leer cada capítulo y llenarme de ideas. A mi amiga Ana Sanhueza y mi primo Alexis González por todas las noches de comentarios y por no cansarse jamás de leer cada corrección. A mis padres y profesores por motivarme a escribir y demostrar en esta novela el poder de la mente por sobre la conciencia. A la familia de José Miguel Martínez, que me permitió incluir un trozo de su vida dentro de ésta novela. Eternamente agradecido de todos y cada uno.
Germán Novas, Julio, 2016
PRÓLOGO
Su nombre era Helena, Helena Floren. Una compleja y peligrosa mezcla de tez morena y ojos claros que gustaba salir a caminar descalza por la playa de noche, quizá era aquel sonido de un mar enamorado que besaba la orilla mientras se desvanecía y volvía a nacer lo que le daba aquella paz que nunca tuvo. La rutina era sagrada, dormía una larga siesta por la tarde, tras apagar el molesto ruido del despertador caminaba somnolienta a la cocina para calentar agua en una tetera vieja, tomaba un café en su habitación mientras escribía en su diario de vida, finalizaba el ritual cerrando su diario y colgando como siempre la llave de éste en su cuello. Una chaqueta oscura cubría su piel y tras salir por la puerta principal, caminaba por media cuadra hacia la izquierda hasta llegar a un paradero, en el que se divertía mirando los escritos que ahí dormitaban, aunque hubo uno en particular que le llamó la atención esa noche, no estaba hace unos días atrás, y que decía: “nada de lo que pienses sucederá” y como no todo podía ser perfecto en Helena, lo ignoró.
Al tomar el autobús que la alejaría de la ciudad, cogía su celular y sintonizaba la radio costera, se relajaba tanto con el jazz contemporáneo, mientras pensaba en su novio Andrés. Pasaba noches completas mirando las estrellas a orillas de la playa, esa sensación de armonía, creo que la hacían volver una y otra vez, lloviese o no, allí estaba, contemplando el vasto horizonte.
Era de esas típicas chicas retraídas, sin opinión, que gusta estudiar siempre y a todas horas, aquel año terminaría la universidad, sería un año sensacional sin lugar a dudas. Andrés había pedido su mano hace unos cuantos días, luego de una discusión debido a sus celos, los cuales eran su mayor complejo. Por lo mismo ella le pidió que le dejara madurar un poco más la propuesta y a regañadientes, él decidió esperarla.
Había días en que Andrés acompañaba a Helena a la playa, y otras veces, la seguía en su auto, y la esperaba a distancia para retornarla a casa. No sé por qué les hablo de ella, al fin y al cabo, está muerta.
Mi nombre es Arthur Morgan. Desde que comencé a trabajar en la policía de investigaciones de la comuna de Coronel, me ha tocado ver de todo un poco. Todos los días roban en algún punto de la ciudad. Cada día asaltan a un anciano en pleno centro o secuestran a un niño mientras su madre está haciendo la fila en el supermercado. Tan sólo si les contara cuantas veces me han llamado madres para que vaya a detener a sus hijos ebrios que no paran de tocar y patear la puerta de sus casas. Cuando van en mi auto, camino a la estación, vomitan mi espalda o me cuentan el motivo de la borrachera, sus penas de amor y en algunos casos, me cuentan místicas historias sobre el existencialismo y temas profundos que solo a un borracho se le podría ocurrir hablar con un policía, pero eso es cuento aparte.
Hoy recibí una llamada algo extraña de un colega, de aquellas que te enfrían la cabeza de tan solo pensar que habrá una investigación larga de por medio. Al principio pensé que era una broma, pero pronto me di cuenta que iba en serio. Por el camino me imaginaba todo tipo de cosas; experiencias anteriores asimiladas a un llamado a estas altas horas.
Al llegar comprendí el grosor de la situación. Los peritos ya estaban fotografiando la escena y mis colegas rastreando la zona. Me acerqué a Richard, -un joven aspirante a coronel de la brigada de homicidios- estaba tan blanco como lo que tenía en sus manos.
-¿Qué sucedió?
- Homicidio en primer grado con un arma contundente. Se delimitó la zona y nos comunicamos con el fiscal de turno.
-¿Quién contactó con ustedes por el hallazgo?
-Una joven que iba pasando por aquí. Asegura que vio un tipo subir a un auto rojo con matrícula PDAN-13 en dirección al sur. Presume que él podría tener algo que ver con esto.
-Llámala, quiero hacerle un par de preguntas.
-Sí, mi oficial.
- ¿Qué tienes en las manos, Richard?
-El informe policial señor, aquí tiene. Iré a buscar a la testigo.
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Habiendo fallecido por homicidio calificado según certificado médico del Dr. Jorge Echegoyen, que bajo número de esta acta, doña Helena Floren Martinelli, de 27 años de edad, soltera y de nacionalidad Chilena, a eso de las 00:17 del día 9 de abril de dos mil quince, quien suscribe el presente documento, Don Rodrigo Soto Sánchez, fiscal de turno da licencia levantar el cadáver para realizar las pericias pertinentes.
Se adjunta a este documento la recopilación de información detallada por parte de la brigada de investigación criminalística.
*Informe profesional: “Muerte cerebral debido a golpe en el cráneo con un objeto contundente. El arma homicida no se encuentra en la escena. El cuerpo es encontrado a pocos centímetros bajo la arena de playa de Schwager, específicamente en el sector de los hornos y presenta leves contusiones en brazos, piernas y costado. Se investiga a posibles homicidas según descripción de la única testigo. Se informa a personal policial que el presunto sospechoso huye del lugar en un Chevrolet Spark rojo de patente PDAN-13 en dirección sur.
En la escena del crimen es encontrado un lápiz labial, una cadena de plata con una cruz, una colilla de cigarro, una moneda y una boleta de juguetería. Entre las manos de la joven se encuentran un lápiz y un diario de vida. Todos estos artículos están siendo analizados por personal para detectar huellas dactilares y otros indicios que aporten a la investigación”
Un suspiro claveteaba la garganta seca de Arthur mientras terminaba de susurrar el informe profesional de su colega. Richard era un joven postulante a la policía de investigaciones, había terminado hace poco sus estudios en la escuela de investigaciones y realizaba sus primeros casos. Según los oficiales más antiguos de la estación, describen a Richard como un chico humilde que no se siente en condiciones aun, de ser llamado “oficial” y a su vez transmite su respeto tratando a sus colegas por su cargo y no por su nombre como es habitual, lo que genera una risa culposa entre sus pares.
-Oficial, aquí está la testigo, su nombre es Sofía.
-Gracias Richard, puedes retirarte, buen trabajo. –Haciendo una pausa dirige su mirada hacia la testigo- Sofía, cuéntame. Dices que viste salir a un tipo en un auto rojo hacia el sur, ¿No es así?
- Si oficial. El tipo en sí no era raro, pero sí incomodaba en cierto modo su manera de ser. ¿Quién no sospecharía de una persona que camina a media noche con un abrigo hasta los tobillos junto al rompeolas? Además de ser corpulento, usaba unos guantes negros muy ajustados y un sombrero marrón.
- ¿Y qué le hace creer a usted que esa persona pudo haber asesinado a Helena?
-Quizá su manera de actuar después que me vio, estaba fumando a dos metros del cuerpo de ella. Y vamos, ¿Qué persona normal, estando tan cerca no vería algo así?, si el pie sobresalía de la arena. Pero bueno, lo más extraño sucedió cuando me vio…
-Espera, -interrumpió Arthur- ¿Dijiste que estaba fumando?
-Sí, ¿Por qué?
-No, nada. Continúa.
-Bueno, yo no fumo, pero de pequeña, cuando mi padre fumaba, tenía la mala costumbre de arrojar las colillas al piso -aún encendidas- y una vez casi quema el patio de nuestra casa, de ahí obtuve dos conclusiones. La primera era regar más a menudo el pasto, y la otra era apagar las colillas de papá. Creo que por eso adopté la manía de apagar cualquier resto de cigarro que viera prendido por la calle y justo este tipo después de verme arrojó la colilla a la playa y salió en el auto, me causó extrañeza. Me dirigí ahí, y mientras la buscaba, vi el pie de la niña que sobresalía de la arena y, entre el susto, llamé a la PDI.
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