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Alejandro Wall - ¡Academia, carajo!: Pasión, locura y secretos del título 2001

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Alejandro Wall ¡Academia, carajo!: Pasión, locura y secretos del título 2001
  • Libro:
    ¡Academia, carajo!: Pasión, locura y secretos del título 2001
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    Sudamericana
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    2011
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ALEJANDRO WALL

¡ACADEMIA, CARAJO!

R ACING CAMPEÓN EN EL PAÍS DEL “ QUE SE VAYAN TODOS ”

P ASIÓN, LOCURA Y SECRETOS DEL TÍTULO 2001

SUDAMERICANA

A Natalia,

por el amor durante el paso a paso

A Camilo y Santiago,

por los goles que vamos a gritar

Un médico afirma que para fruncir

el entrecejo se necesita poner en juego

sesenta y cuatro músculos, mientras que

para reír son suficientes trece músculos.

El dolor es, por consiguiente,

más deportivo que la risa.

C ÉSAR V ALLEJO

E STO ES R ACING

Por Carlos Ulanovsky()

Racing, que empezó siendo “un sentimiento”, se convirtió en “una pasión inexplicable” y no son pocos los que piensan que su caso tiene envergadura de dilema psiquiátrico o de equipo con capacidades especiales.

De esta intensa y, en ocasiones, dolorosa travesía habla esta novela de hazañas y fracasos deportivos, y que es literariamente completa porque introduce con gracia, avanza con temperamento, entiende con resignación, informa con claridad y valentía y aclara con precisión esa frase que tantas veces utilizamos y probablemente seguiremos utilizando como hinchas: “¿Qué querés?... Esto es Racing”.

He leído con enorme interés y creciente placer los textos que me envió Wall, y esa lectura me permitió recuperar recuerdos estimulantes y sinsabores, me generó lo que es posible que produzca un libro que para llegar a una verdad escarba en detalles íntimos y sumamente desconocidos. Un libro que está seriamente investigado, estupendamente escrito y es, en muchos tramos, de una desafiante incorrección política.

Entre muchos episodios insólitos que caracterizaron los cuarenta y cinco años más recientes de nuestra querida institución, no debe de haber existido dislate mayor que el habernos coronado campeones en la semana de diciembre del 2001, cuando el país ardía en cada esquina y todo, o casi todo, tenía destino de inexistencia. Sólo a nosotros se nos ocurre salir campeones en esos días, luego de treinta y cinco años de frustraciones.

Sólo a nosotros nos pasa, imaginamos. Sólo a los argentinos: el récord de haber tenido cinco presidentes distintos en una semana. Sólo a los racinguistas: haber colmado dos estadios al mismo tiempo, el de Vélez, en donde al menos había un partido de fútbol para ver, y el de Avellaneda, en donde únicamente había ilusiones, lealtad a los colores y pantallas gigantes. O sea, que mientras en distintos puntos del país la gente sorteaba la represión y saqueba comercios, en el estadio José Amalfitani de Liniers y en el Presidente Perón de Avellaneda, los hinchas saqueaban las boleterías.

De todos estos claroscuros habla este magnífico trabajo de investigación de Alejandro Wall.

Voluntariamente o no (los resultados son óptimos en cualquiera de los casos), esta sólida crónica sobre “el Racing campeón del Apertura 2001, después de treinta y cinco años” cobra todavía mayor valor porque registra meticulosamente los acontecimientos sociales y políticos que conmovían al país y que estuvieron a punto de arruinar la singular conquista. Pero, al mismo tiempo, incluye detalles desconocidos de las entidades vinculadas con el fútbol (Racing, por supuesto, otros clubes, que no son Racing, la AFA, Futbolistas Argentinos Agremiados, referís, organismos de seguridad y de inteligencia, y, por supuesto, barras bravas) y pone en evidencia la cercanía de los intereses del mundo del fútbol con la política y los poderes en general. En este sentido, el libro contiene la enorme e inusual virtud (casi antiargentina) de estar identificado con una pasión futbolera pero sin enceguecerse, de contar los hechos sin creerse dueño de la verdad absoluta. Vale la pena conocer algunas de las sorprendentes historias que aquí se relatan.

La del juez de línea, de actuación decisiva en un partido de Racing, que confiesa cosas todavía más comprometedoras que simpatizar con un determinado club. O la del superhincha, seguidor del plantel campeón del 2001, que hace unos años en un accidente automovilístico perdió una pierna. O la del funcionario que afirma lo que más dolerá a cualquier hincha académico en estado puro. O tantas otras, desconocidas para mí. Eso, y mucho más, ofrece el libro en una temperatura informativa y periodística de muy alto nivel, que alberga la épica y también la época.

Libro de fútbol, escrito con la pasión declarada del hincha y con el fino artesanado del mejor periodismo de investigación, cuando éste se atreve a cruzarse con otras disciplinas, como la sociología y la psicología. Libro que, inevitablemente, quienes somos hinchas de Racing leeremos entre suspiros de resignación, jadeos de asombro y penosos sobresaltos, porque mucho de lo que nos ocurrió está fundamentalmente emparentado con la desdicha. Pero también —yo lo volví a sentir— podrá ser reinterpretado e incorporado como esa cosa maravillosa (por única, por impredecible) de pertenecer, de alma, de corazón, a un cuadro de fútbol, que casi nunca es lo que parece o promete. Suerte que tenemos, y seguiremos teniendo el “Esto es Racing” como eficaz antídoto para disolver inevitables y futuros disgustos.

Hincha de Racing, periodista y escritor.

I

Tac.

Alberto Barrientos espera el golpe. El partido está cero a cero. Tiene un ojo apuntando a la pelota y el otro enfocando el área, el cuerpo apenas inclinado hacia la izquierda y la bandera roja y amarilla a cuadros de punta al suelo. Barrientos debe mirar durante un mismo segundo dos puntos distantes de la cancha, una acrobacia para la que ha tenido que entrenarse: sólo así puede marcar un orsai. El truco, me dice, está en saber escuchar. Con un tiro libre es más sencillo. Hay que afinar el oído mientras con la mirada se cuida de que ningún jugador de ataque se encuentre entre el último rival y el arquero, una de las variantes del fuera de juego. Todos más o menos lo sabemos: si eso ocurriera al iniciar la pelota su vuelo, Barrientos tendría que levantar el brazo —y su extensión, la bandera— como si un resorte se le activara bajo la axila. La decisión hay que tomarla en lo que dura el sonido de un botín estrellándose en un cuero inflado.

Barrientos espía a los jugadores en el área y ve a todos en línea, divididos por parejas, tomándose como si fueran luchadores de judo sobre un tatami. Ahora uno de Racing está adelantado. Gabriel Loeschbor mueve su cuerpo espigado en soledad. Barrientos lo observa mientras tuerce un ojo hacia Gerardo Bedoya, que está listo para dar dos pasos y enviar con pie zurdo el centro desde la derecha. Maximiliano Estévez también se para con pose de pateador. Se van los primeros siete minutos del partido. Estévez trota hacia la pelota, pero la pasa por arriba llevándose su pequeñez maciza hacia el área. A sus espaldas, Bedoya completa el engaño.

Barrientos escucha la sequedad del golpe.

Tac.

La pelota vuela. Loeschbor intenta dar un paso hacia atrás para entrar en la jugada pero Emiliano Dudar, defensor de Vélez, le pone el brazo para frenarlo. Barrientos está parado a la altura del área chica y ve cómo Loeschbor se desprende de Dudar. La pelota surca el cielo de Liniers, atraviesa la zona de mayor densidad de futbolistas y desciende sobre el defensor de Racing. Loeschbor pega un salto breve, de costado, y es tan alto que debe administrar su vuelo enderezándose levemente en el aire, levitando como en un trance para meter el cabezazo en el vacío que deja la entrepierna del arquero.

Barrientos duda.

—Respiro hondo y siento como un silencio y el grito del gol.

Es un segundo, el aleteo de una aguja de reloj, como tantas veces. Desde el día en que se dedicó al oficio de levantar la bandera —o de tocar el pito, según la ocasión— cientos de dudas pasaron por su cabeza. Pero esta vez es más difícil. Barrientos sospecha que Loeschbor cabeceó adelantado, que nunca pudo entrar a la línea, que se quedó siempre en el lugar en el que lo había visto antes de que Bedoya lanzara su centro colombiano, y que, por lo tanto, no pudo regularizar su situación. Si levanta la bandera será el justiciero, una máquina fría para interpretar y aplicar el reglamento, el hombre que no se conmueve ni con los treinta y cinco años que Racing lleva sin ser campeón. Lo esperan los diarios.

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