MIGUEL ALCALÁ (Colombia). Escritor Colombiano. Autor de Diario de un taxista y de otras obras por editar. No tiene un género establecido, aunque cuenta con un gusto especial por la literatura infantil. Comunicador social de profesión.
La tentación de la muerte
(11:34 pm).
Llueve, es domingo y decido partir a mi casa después de una reunión familiar, además de que es tarde y las calles están solitarias, me encuentro cansado y ansioso de comenzar una nueva semana. Levanto mi brazo derecho (como siempre) para escoger el vehículo que me llevará a mi destino y que obviamente me contará su experiencia la cuál convertiré en obra literaria.
Luego de una corta charla de bienvenida y agradecimiento, comienzo con la pregunta que me sirve para sacar de la boca de cada transportador amarillo su más profundas, coherentes (en algunos casos) y sinceras experiencias.
—¿Cómo estuvo o va el día?, parece una pregunta simple, pero siempre me funciona.
Durante dos o tres minutos nuestro intercambio de palabras se basó en cuestiones económicas; sin embargo luego sus matices fueron cambiando a temas más personales del personaje sentado allí durante más de 4 horas, quien me quería mostrar un poco de los motivos de para trabajar en esto. Decido pasarles a primera persona la historia que nuestro personaje me transmite desde su ser.
Estuve casado… felizmente casado durante 3 años, pero aunque parezca raro, nunca tuve la oportunidad de conocer a la que es o sería mi suegra, finalmente llegó ese momento. Ella decidió venirse a vivir con nosotros luego de una mala racha financiera en su cuidad, perdió todo y nosotros decidimos ayudarla. Aunque yo solo contaba con 25 años, ya había hecho algo dinero por negocios de legumbres que había heredado de mi padre y me sentía confiado y con la obligación de hacerlo.
Nosotros y mi mujer, que tenía en ese entonces 22 años, estábamos con ansias de verla, y un martes, nunca se me olvida (voz baja y entrecortada) arribó a lo que era nuestra casa y nuestro hogar.
Nunca pensé que fuera tan joven, solo 45 años, era hermosa, con un pelo negro azabache y un cuerpo que cualquier joven envidiaría o quisiera tener. Me impactó apenas la vi, aunque mi esposa nunca lo notó.
Ella era juiciosa con los oficios de la casa, muy acomedida y atenta conmigo, pero nada más que eso. Nunca se me pasó por la mente siquiera tener algún tipo de pensamiento equivocado con ella, hasta que… cometí el error de expiarla mientras se bañaba en un agujero que había en la habitación que quedaba al lado del baño, era espectacular, perfecta, su cuerpo era incluso mejor que el de mi esposa, me pasaron todo tipo de escenas y pensamientos por la cabeza, que aunque sabía que estaban mal no podía dejar de hacerlo. Esa noche me acosté pensando en ella, en que era un deseo que tenía, ya no la podía ver lo con los mismos ojos.
Al día siguiente mis palabras para dirigirme a ella, ya no eran las de un yerno hablando con su suegra, eran las de un hombre cortejando a una mujer, me sentía deseoso, de algún tener ese cuerpo en mi cama, era un sensación de arrepentimiento con mi esposa aunque no había pasado nada, pero ansioso de que mi momento de placer con aquella señora, llegara de una buena vez. Mis miradas, mis palabras, mis movimientos con mi suegra, eran profundos y solo decían una cosa: “Tengo ganas de usted”.
Mi esposa siempre había querido trabajar pero yo como hombre y jefe del hogar nunca la dejé, pero pensé que si la dejaba podría tener tiempo libre de sobra con su madre, y sobre todo, a solas.
Por fin, ella consiguió su tan anhelado trabajo en una entidad bancaria y yo obtendría lo que tanto me quemaba por dentro, esa tentación que ya no podía detener.
Eran las 8 de la mañana, mi mujer salió con una sonrisa en la cara, a su primer día de trabajo, y con unas palabras al oído, porque me encontraba a medio despertar se despidió: “Me voy mi amor, deséame suerte, gracias por dejarme hacer esto, le diré a mi mamá que te prepare el desayuno”. Apenas ella salió de la casa, me levanté como un resorte de la cama y bajé a la sala, volteé mi mirada y allí estaba ella, con una pijama corta que me paró el corazón y otras cosas, pensé muchas cosas, sabía que esa oportunidad no podía desperdiciarla, y algo me decía que ella sentía lo mismo que yo.
—¿Quieres café?
Me preguntó, acto seguido respondí.
—¿Solo café? ¿No hay algo más fuerte que me puedas dar?
—Pues… hay tostadas, bien calientes, cómo me dijo mi hija que te gustaban, jugo de naranja y pan francés, que es el que más me gusta porque es bien «duro».
Empecé a sudar mucho, no paraba de hacerlo, y sentía como miles de corrientazos en mi cuerpo se presentaban, ya no podría aguantar… y lo hice, arrojé todos los platos al suelo, un estruendo que creo que se escuchó en toda la cuadra sonó, la agarré las piernas y como pude la subí al mesón de la cocina y la besé como nunca lo había hecho, ella al principio no opuso resistencia, pero unos minutos después me empujó, se bajó de aquel mesón y con una fuerte cacheada me dijo:
—¿Qué haces? No te equivoques conmigo, que no te he dado ningún motivo para que hagas lo que acabas de hacer.
Me sentí como una cucaracha y subí a la habitación con los pálpitos de mi corazón a mil, arrepentido pero extasiado de por fin probar aquellos labios. Y me recosté en la cama a meditar lo que había hecho.
Pasaron algunos minutos, casi una hora, y tocaron a la puerta de mi habitación, y tras de ella dijeron:
—¿Estás ahí? Sal y hablemos de «lo que pasó» otra vez mi corazón se puso a mil y abrí la puerta. Para mi sorpresa, estaba como la naturaleza la había traído a este mundo, totalmente desnuda ante mis ojos y con el mismo empujón de la cocina me arrojó a la cama.
—«Los mismos pensamientos que tú tienes, los tengo yo, hagámoslo realidad».
Hicimos el amor como nunca, allí estaba ella, la mujer que me tenía loco, encima de mí, llena de sudor y gimiendo de placer. No pensé en mi esposa en ningún momento, aunque aquel acto lo estábamos realizando en el lugar donde le juré amor eterno a ella. Fue un sueño realidad para mí. Ella se bañó en donde lo hacíamos mi esposa y yo, sin pudor, entró y salió sin decir una sola palabra, bajó y siguió haciendo las labores cotidianas como si nada hubiera pasado.
Me pellizqué, pensando en que tal vez todo lo ocurrido lo había imaginado, pero no, todo era real. Lo mejor es que esa misma situación ocurrió muchas muchas veces más, mi esposa salía y ya mi suegra y yo sabíamos el libreto de nuestra historia. Mientras mi mujer llegaba en las noches cansada, hablábamos y reíamos con ella, me sentía mal pero me excitaba ver como ella no sospechaba de los encuentros entre su madre y yo. Hasta que un día pasó lo inesperado.
Todo sucedió de acuerdo a lo planeado, mi mujer salió y me hice el dormido, bajé y allí estaba ella, esta vez, decidimos cambiar y hacerlo en el tapete de la sala. Me le abalancé como fiera tras su presa, y empezamos la contienda.
Cuándo estábamos en la mejor parte de la escena, unas llaves se escucharon entrando a una cerradura, ¡era mi esposa! Que se encontraba en ese tiempo enferma y decidió no ir a trabajar.
Nos vio y quedó estupefacta, blanca como un pañuelo, sin inmutar, sin decir una sola palabra, se le escaparon unas lágrimas, era obvio su madre y su marido juntos… haciendo el amor. Mientras nosotros ocultábamos nuestra desnudez, ella cayó como un edificio desplomándose. Ambos nos paramos y corrimos como rayo a socorrerla, semidesnudos cogimos un taxi y la llevamos a la clínica, había sufrido un infarto… Mientras estábamos en esa situación la que sufrió un ataque a su salud fue mi suegra que se desmayó; Pensé que era por ver a su hija en aquella situación tan penosa, pero no, era algo que me dejó perplejo: mi suegra estaba embarazada, y yo era responsable del suceso.