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Presentación
Para poder leer los evangelios de forma que su lectura no sea motivo de constantes preguntas, dudas e inseguridades, lo primero que debemos tener en cuenta es que los evangelios son una recopilación de relatos que constituyen lo que bien podemos denominar y calificar como una teología narrativa. Lo que significa –entre otras cosas– que, en los relatos de los evangelios, lo que nos interesa y nos importa no es su “historicidad para nuestra información”, sino su “mensaje para nuestra forma de vivir”. Esos relatos no fueron escritos, ante todo, para informarnos de lo que hizo y dijo Jesús de Nazaret. Los evangelios fueron escritos para que comprendamos el mensaje que la forma de vivir de Jesús nos dejó, para que nuestra vida sea lo más semejante posible a la forma de vida que llevó Jesús. O sea, lo central de la teología narrativa de los evangelios es el “proyecto de vida” que nos presentan, en una serie de relatos, redactados en formas literarias o géneros literarios, que ya no se suelen utilizar como se utilizaban entonces. Por eso, no tiene pies ni cabeza romperse los sesos dándole vueltas a la verdad histórica de la existencia de Jesús, de los milagros de Jesús o de otros datos por el estilo, que nos resultan chocantes. La vida de Jesús nos interpela de tal forma, que nos da miedo aceptar que lo que leemos en el Evangelio nos indica y nos plantea el “proyecto de vida” que Jesús nos presenta y nos exige, para encontrar a Dios. Y para ser como tenemos que ser. En esto está la clave de todo cuanto se dice en este libro. Lo importante y determinante de los evangelios no es el “Jesús histórico”, sino el “Jesús ejemplar”.
Adviento
3 de Diciembre - DOMINGO
1º DE ADVIENTO
Mc 13, 33-37
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, porque no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!”.
El libro de los evangelios, antes que un libro de religión, es un PROYECTO DE VIDA. Esto es lo primero que se ha de tener en cuenta al meditar cada uno de estos relatos que se nos recuerdan en este libro. No pensamos, en estos relatos, para ser más religiosos, sino para ser más honrados, mejores ciudadanos, mejores profesionales y, ante todo, personas más honestas en todo y con todos. Por eso, lo primero que se nos recuerda aquí es que tenemos la necesidad de “estar siempre despiertos”. Eso justamente es lo que significa el imperativo que pone aquí el evangelio de Marcos en boca de Jesús. El que no está despierto, es el que se dedica a dormir. Y el que duerme, se desentiende de todo. Y se dedica solamente a cuidar de sí mismo: de su propio bienestar, de su propio descanso. Esto es lo que quiere todo el mundo. Pero, si todos nos dedicamos a nuestro propio interés, ¿qué va a ser de los que carecen de casi todo? Eso no es humano. Eso, en el fondo, es in-humano.
Los especialistas en el estudio del evangelio de Marcos, ponen en duda que Jesús dijera lo de la vigilancia, pensando en el fin del mundo, en la muerte inesperada y en otras amenazas por el estilo. Todo esto ha sido tema de la predicación de muchos clérigos en sermones y homilías. Así se le metía miedo a la gente. Y se sabe que el argumento del miedo a la muerte ha sido bastante utilizado por el clero. Eso se tiene que evitar a toda costa. Porque así, lo que se hace es hablar, no de Dios, sino del miedo. Pero el Dios que nos explicó Jesús, no es un Dios del miedo, sino el Padre de la Bondad y la Misericordia.
En el fondo, lo que muchos hombres de Iglesia quieren, al hablar tanto del miedo, es “someter a la gente”. Una persona asustada es una persona sumisa. Y sabemos que la sumisión de la gente es lo que más buscan, necesitan y quieren los poderosos, ya sean civiles o clérigos. El Dios del miedo quiere personas sometidas, no personas honradas. Pero lo que más necesitamos en la vida es honradez, honestidad, bondad, justicia. No tanto hablar de sumisión.
4 de Diciembre - LUNES
1ª SEMANA DE ADVIENTO
Mt 8, 5-11
En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaúm, un centurión se le acercó diciéndole: “Señor, tengo en casa un muchacho que está en cama paralítico y sufre mucho”. Jesús le contestó: “Voy yo a curarlo”. Pero el centurión le replicó: “Señor, ¿quién soy yo para que entres bajo mi techo? Basta que lo digas de palabra y mi muchacho quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes y le digo a uno ‘ve’ y va; al otro ‘ven’ y viene; a mi muchacho, ‘haz esto’, y lo hace”. Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: “Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de Oriente y Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos”.
Estamos ante uno de los relatos más elocuentes de los evangelios, para comprender el significado de la fe, a juicio de Jesús. Viene a él un centurión romano. Era, pues, un cargo militar importante (responsable de cien legionarios de las fuerzas de ocupación que había en Palestina, dominada por Roma en aquel tiempo) que, como todos los militares de entonces, tenía que hacer un juramento de fidelidad al Emperador al que, en aquellos años, se veneraba como un “dios”. Tal como nosotros entendemos la fe y la religión, aquel militar tenía una fe equivocada. No creía en Dios. Creía en el emperador de Roma. Era un pagano, un hereje. Diríamos que tenía una fe falsa. Pues bien, lo desconcertante es el juicio que Jesús hace de la fe de este militar. ¿Por qué? ¿En qué sentido se puede decir tal cosa?
Aquel militar de alta graduación, o sea un hombre que tenía un cargo importante, tenía además “un siervo” que estaba enfermo, que sufría mucho y (según parece) estaba en peligro de muerte. Sin duda alguna, aquel centurión era un hombre bueno. Profundamente bueno. Porque no podía soportar ver a un siervo de su mansión sufriendo tanto y amenazado de muerte. Y eso era para él lo más importante en la vida. Es decir, lo más importante no era la religión de la fidelidad al emperador, sino la fuerza de la bondad ante el sufrimiento de un siervo. Y esto es lo que llevó a aquel hombre importante a buscar a Jesús, a suplicarle a Jesús, a fiarse de Jesús y poner en Jesús su esperanza. En esto está la clave de la explicación de este relato genial.
Porque esta actitud de bondad del centurión produjo en Jesús una profunda admiración. Jesús se quedó admirado. Nunca había visto tanta humanidad y tanta bondad en las personas más religiosas de su propio pueblo. Y es que, a juicio de Jesús, lo decisivo no es la religión a la que uno pertenece, sino la sensibilidad ante el sufrimiento, el empeño por remediarlo, y la confianza en Jesús que puede darle solución. Jesús nunca antepuso las ideas a las personas. Ni siquiera las ideas religiosas fueron lo primero para él. Lo primero, para Jesús, fue siempre el comportamiento ético, la bondad de las personas, la sensibilidad que los humanos tenemos ante el dolor ajeno. Esto era la fe, para Jesús:
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