Chris Kyle ha sido el más letal francotirador de la historia de los Estados Unidos, con 160 muertes confirmadas de 225 posibles.
Nacido en Texas en 1974, su padre le regaló su primer rifle cuando tenía ocho años. Fue «cowboy» hasta que se hirió gravemente en un brazo, y se enroló entonces en los Navy Seals, con los que realizó cuatro campañas en Irak, donde destacó por sus hazañas como tirador, lo que le valió ser conocido como el «diablo de Ramadi» y ver cómo ofrecían 80 000 dólares por su cabeza.
Sus memorias no solo nos ofrecen una espléndida visión a ras de tierra del día a día de la guerra, sino también un análisis de la forma en que una vida desarrollada en un entorno cotidiano de violencia pudo transformarle, hasta complicar su relación con su esposa Taya y con sus hijos.
Retirado en 2009, Chis Kyle murió trágicamente en febrero de 2013, asesinado, en unión de un compañero, cuando ambos intentaban prestar ayuda a un veterano que sufría estrés postraumático.
Chris Kyle & Jim DeFelice & Scott McEwen
El francotirador
Memorias del SEAL más letal de la historia
ePub r1.2
Titivillus 09.03.15
Título original: American Sniper
Chris Kyle & Jim DeFelice & Scott McEwen, 2012
Traducción: David León Gómez
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Dedico este libro a mi mujer, Taya, y a mis hijos, por aguantar el tirón. Gracias por haber estado siempre ahí cuando volvía a casa.
También quisiera dedicarlo a la memoria de Marc y Ryan, hermanos míos de los SEAL, por el valiente servicio que prestaron a nuestra nación y por la amistad inagotable que compartieron conmigo. Lloraré su muerte el resto de mi vida.
Notas
[1] Se consignan aquí las graduaciones de suboficiales y clases de tropa según la nomenclatura estadounidense, que va del E-1 al E-9. Para su equivalencia en el ámbito de la OTAN, basta sustituir la «E» antepuesta (inicial de enlisted) por «OR» (other ranks). (N. del t.)
[2] Tanto esta cita como la que se recoge a continuación forman parte de la primera estrofa del himno nacional de Estados Unidos. (N. del t.)
[3] Nombre que recibe de forma no oficial la construcción en la que colgaron en 2004 a cuatro contratistas de la compañía de servicios militares Blackwater muertos en una emboscada. (N. del t.)
[4] El lead (o leading) petty officer es el cabo primero (E-4 o petty officer third class), cabo mayor (E-5 o petty officer second class) o sargento (E-6 o petty officer first class) que ejerce de subordinado inmediato del sargento primero. (N. del t.)
Nota del autor
Todo lo que se cuenta en este libro sucedió de veras y está narrado hasta donde alcanzan mis recuerdos. Hemos reconstruido de memoria los diálogos, y eso significa que pueden no ser literales. Sin embargo, se ha mantenido fielmente la esencia de lo que se dijo en cada momento.
Durante mi carrera profesional he participado en una serie de operaciones que siguen sin desclasificar por motivos de seguridad. Por eso no se incluyen en estas páginas, para cuya redacción no se ha empleado información reservada alguna.
Muchas de las personas con las que he servido siguen en activo en los SEAL, y hay otras que desempeñan diversas funciones para el gobierno. Tanto unas como otras pueden, como yo, contarse entre los enemigos de los enemigos de nuestro país. Esto explica que no se revele por completo su identidad en este libro. Ellos saben quiénes son, y espero que sepan también que tienen mi gratitud.
C. K.
Prólogo
El mal en el punto de mira
Finales de marzo de 2003, Nasiriya (Irak)
Recorrí a través de la mira de mi fusil de precisión la carretera de aquella diminuta ciudad iraquí. A cincuenta metros, una mujer abrió la puerta de una vivienda modesta y salió con una criatura.
La calle estaba desierta por lo demás: los habitantes se habían refugiado en el interior, muertos de miedo casi todos, y detrás de las cortinas se asomaban algunos curiosos. Oían el ruido de la unidad estadounidense que se acercaba. Los de la infantería de marina inundaban la carretera mientras avanzaban hacia el norte para liberar al país de Sadam Husein.
Yo tenía la misión de protegerlos. Mi sección había ocupado el edificio aquel mismo día, y había tomado a hurtadillas posiciones desde las que «sobrevigilar», es decir, evitar que el enemigo tendiera una emboscada a nuestros soldados mientras atravesaban la población.
No parecía una labor demasiado complicada, y, en cualquier caso, me alegraba de encontrarme en el lado de los marines: conocía la potencia de sus armas, y no me habría gustado nada contarme entre quienes tenían que hacerles frente. El ejército iraquí estaba acabado, y, de hecho, todo indicaba que a esas alturas había abandonado la región.
La guerra había empezado poco menos de dos semanas antes. Mi sección, Charlie (y más tarde Cadillac), del Equipo SEAL Tres, había ayudado a iniciarla la madrugada del 20 de marzo, cuando desembarcamos en la península de Al-Faw para hacernos con las instalaciones petroleras de allí y evitar que Sadam las incendiase como había hecho durante la primera guerra del Golfo, y ahora nos habían encomendado la misión de cubrir la marcha hacia Bagdad de la infantería de marina.
Yo formaba parte de los SEAL, comandos de la Armada adiestrados en operaciones especiales. El nombre procede de SEa, Air, Land («mar, tierra y aire»), y describe muy bien la variedad de terrenos en que operamos. En este caso nos encontrábamos bien adentrados en el continente, en un entorno mucho más interior que aquellos en los que actuaban tradicionalmente los SEAL, aunque acabaría por ser habitual a medida que se prolongara la guerra contra el terrorismo. Había pasado poco menos de tres años adiestrándome y aprendiendo a combatir, y estaba listo para afrontar aquella guerra; o, al menos, tan listo como cualquier otro.
El fusil que sostenía era un 7,62 largo, un arma de precisión de cerrojo para francotiradores que pertenecía al jefe de mi sección. Él llevaba un buen rato vigilando la calle y necesitaba descansar. Demostró tener una gran confianza en mí al elegirme para relevarlo con su propia arma. Yo estaba todavía muy verde; no era más que un novato en los SEAL, en los que alguien con mi experiencia no podía considerarse, ni mucho menos, fogueado.
Además, no había recibido la formación propia de un francotirador de los SEAL. Estaba deseándolo, pero aún tenía mucho trecho por delante. La de darme el fusil aquella mañana fue la manera que tuvo mi jefe de hacerme comprobar si estaba hecho de la pasta necesaria.
Estábamos en la cubierta de aquel edificio viejo y ruinoso situado en la periferia de la ciudad que debían atravesar los de la infantería de marina. El viento arrastraba polvo y papeles por la carretera maltrecha que teníamos a nuestros pies, y todo aquel lugar apestaba a cloaca. El hedor de Irak fue una de las cosas a las que jamás llegué a acostumbrarme.
—Ya llegan los marines —anunció mi jefe cuando empezó a temblar el edificio—. No bajes la guardia.