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Chris Bellamy - Guerra absoluta

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Chris Bellamy Guerra absoluta
  • Libro:
    Guerra absoluta
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2013
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Guerra absoluta: resumen, descripción y anotación

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En esta obra magistral fruto de más de una década de investigación Chris - photo 1

En esta obra magistral, fruto de más de una década de investigación, Chris Bellamy proporciona una historia moderna del mayor y más aterrador conflicto bélico de la historia.

En el Frente Oriental, entre 1941 y 1945, la mayoría de las fuerzas terrestres y de apoyo aéreo de la Alemania nazi y sus aliados terminaron destruidas por la Unión Soviética en lo que todavía se conoce como la Gran Guerra Patria. Fue posiblemente el hecho más decisivo de la Segunda Guerra Mundial, y el meticuloso relato de Bellamy narra la historia tanto del lado soviético como del alemán.

Fue una contienda que libraron todos los elementos de la sociedad: una guerra absoluta, porque ambos beligerantes pretendían exterminar a su oponente y destruir su existencia política.

Gracias al material nuevo y al profundo conocimiento de la estrategia militar y política, así como al talento narrativo de su autor, Guerra absoluta está destinado a convertirse en la historia definitiva del más cruel de los conflictos bélicos.

Chris Bellamy Guerra absoluta ePub r10 NoTanMalo 310117 Título original - photo 2

Chris Bellamy

Guerra absoluta

ePub r1.0

NoTanMalo 31.01.17

Título original: Absolute War

Chris Bellamy, 2013

Traducción: Javier Guerrero Gimeno

Editor digital: NoTanMalo

ePub base r1.2

A mi padre Peter Bellamy uno de los velocistas más rápidos del Imperio - photo 3

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Chris Bellamy es profesor de Ciencia y Doctrina Militar y director del - photo 4

Chris Bellamy es profesor de Ciencia y Doctrina Militar y director del Instituto de Estudios de Seguridad de la Universidad de Cranfield. Nacido en 1955, estudió en las universidades de Oxford, Londres, Westminster y Edimburgo. Después de servir como oficial en la Artillería Real y en el servicio civil del Ministerio de Defensa británico, se doctoró por la Universidad de Edimburgo con la tesis «The Russian and Soviet View of the Character of Future War» (1991), bajo la dirección del profesor John Erickson. A partir de 1990, fue corresponsal del periódico Independent, y escribió desde Arabia Saudí e Irak durante la guerra del Golfo de 1991, desde el sureste de Turquía y el norte de Irak durante la crisis de refugiados kurdos, desde Bosnia en numerosas ocasiones entre 1992 y 1997 y desde Chechenia en enero de 1995. Fue candidato a Reportero del Año en los Premios de la Prensa Británica de 1996 por sus artículos sobre la guerra de Chechenia. En septiembre de 1997 se incorporó a la Academia Militar de Ciencias de la Universidad de Cranfield en Shrivenham. En 1999, creó y puso en marcha un doctorado en Seguridad Global que ha dirigido desde entonces. Fue director adjunto y colaborador de la obra Oxford Companion to Military History (2001). También mantiene su participación en los medios como comentarista sobre seguridad moderna y cuestiones estratégicas. Vive en el oeste de Londres.

1La huida del Lobo rabioso:
el impacto a largo plazo de la guerra en el Este

A finales de la década de 1960, una nueva oleada del virus de la rabia, que se había extendido con rapidez hacia el oeste entre los mamíferos salvajes de toda Europa, alcanzó el canal de la Mancha. La rabia es endémica en muchas partes del mundo. Un mordisco con saliva infectada transmite el virus —y puede causar una muerte horrible— a animales domésticos y seres humanos. Las autoridades del Reino Unido, que llevaba mucho tiempo sin rabia gracias a unas estrictas regulaciones de cuarentena, temían que la enfermedad saltara la barrera natural del canal de la Mancha. Los científicos estaban de acuerdo en que el virus, transmitido en la vida salvaje sobre todo por lobos y zorros, había estado extendiéndose hacia el oeste a través de Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945. En 1967, se conocieron 2775 casos de rabia en la República Federal de Alemania y los primeros 199 casos en Suiza. En 1968 la enfermedad llegó a Francia, con 60 casos comunicados. Estaba claro que, desde la guerra, la epizootia —el equivalente animal de una epidemia humana— se había dirigido de manera implacable hacia el oeste, más que hacia el este, el norte o el sur. ¿Por qué?

Todo empezó cuando lobos y zorros afectados por la rabia habían huido del frente oriental en la Segunda Guerra Mundial, en el momento en que los alemanes se veían obligados a retroceder hacia el oeste por el avance del ejército rojo entre 1943 y 1945. Los mamíferos enfurecidos portadores de la rabia se habían desplazado hacia el oeste antes del descenso del telón de acero al final de la guerra y, por supuesto, no se detuvieron. Y un cuarto de siglo después, los efectos medioambientales de esa guerra estaban lamiendo el canal de la Mancha y amenazando al Reino Unido.

Si los combates en el frente oriental tuvieron ese efecto en lobos y zorros enloquecidos, y sobre el medio ambiente, ¿qué efecto hubo de tener la guerra en los millones de personas de las naciones educadas y civilizadas de Europa central y oriental? ¿Cuáles fueron las consecuencias de una guerra que fue «espantosa más allá de lo imaginable», que no solo no tenía precedentes en su escala y violencia, sino que además se «revolcó en un lodo de criminalidad»?

A finales de la década de 1960, el miedo a la rabia no era la mayor preocupación para la seguridad de Europa occidental y el Reino Unido. La mayor amenaza —y entonces era muy real— era la de una guerra termonuclear. Al margen de quién había empezado un conflicto así, los misiles que caerían en Europa occidental, el Reino Unido y Estados Unidos probablemente habrían salido de la Unión Soviética. Y la Unión Soviética se había convertido en una potencia mundial armada con misiles nucleares como resultado directo de la guerra en el frente oriental.

Este libro narra la historia de esa guerra. La guerra terrestre más grande, costosa y brutal de la historia de la humanidad se libró entre la Unión Soviética y la Alemania nazi durante 1418 días, desde el 22 de junio de 1941 hasta el 9 de mayo de 1945, en un frente que iba desde el círculo ártico hasta el Cáucaso, desde el mar de Barents hasta el mar Negro, a lo largo de 3200 kilómetros. Tal y como se prometió, justo tres meses después de que terminara la guerra en Europa, entre el 8 y el 9 de agosto de 1945, la Unión Soviética atacó a un ejército japonés de un millón de hombres en Manchuria y logró que se rindiera en ocho días, aunque la lucha continuó en la región y en las islas Kuriles hasta el 1 de septiembre.

Las bajas soviéticas en ese período de 1941-1945 se estiman ahora en 27 millones de muertes directas, entre militares y civiles. La cifra supone casi la mitad de las víctimas totales de la Segunda Guerra Mundial. Pero la «pérdida demográfica global», la diferencia entre la población que tenía la Unión Soviética después de la guerra y la que debería haber tenido si esta no hubiera estallado, podría ser de 48 o 49 millones. Alemania probablemente perdió 4,3 millones de militares como consecuencia de las batallas en el frente oriental. Y esas bajas no incluyen el legado invisible de las guerras que solo ahora estamos empezando a reconocer: las bajas psicológicas, las víctimas afectadas de trastornos nerviosos y estrés postraumático, y el consuelo que esas personas buscan.

Otro truculento efecto secundario de la guerra en el este fue una intensificación de la persecución nazi de los judíos y la «solución final», que solo alcanzó sus dimensiones más obscenas después de 1941. El Holocausto había empezado antes: periódicos británicos atentos ya estaban denunciando la deportación de judíos alemanes en la década de 1930, aunque muchos judíos pudieron emigrar. No obstante, la ofensiva alemana a través de Europa central y oriental puso a varios millones de judíos más bajo control alemán. Hitler había identificado a los bolcheviques que gobernaban en la Unión Soviética con los judíos, pese a que la actitud del Kremlin hacia su propia población judía mostró un antisemitismo sin reparos. Pero los delirios de Hitler estaban formados por una lógica pervertida y supersticiosa. Con la muerte de tantos arios en el frente oriental, tenía que acelerarse la exterminación de judíos y otros «indeseables» para equilibrar las cuentas. El ejército rojo y el NKVD no eran aprensivos, pero cuando liberaron Auschwitz en enero de 1945, incluso ellos quedaron atónitos.

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