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Melanie Klein - Obras completas

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Melanie Klein Obras completas

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La obra de Melanie Klein se desarrolló a lo largo de casi cuarenta años; es inevitable, tratándose de un esfuerzo creador que abarcó un lapso tan prolongado, que sus ideas sufrieran constantes ampliaciones, enmiendas y clarificaciones. En consecuencia no es fácil para el estudioso, frente a una producción que bien puede calificarse de copiosa, descubrir cuáles son las ideas más maduras de Melanie Klein o cómo llegó a concebirlas.

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1. El desarrollo de un niño (1921)
I. La influencia del esclarecimiento sexual y la disminución de la autoridad sobre el desarrollo intelectual de los niños
Introducción

La idea de explicar a los niños temas sexuales está ganando terreno progresivamente. La instrucción que se da en las escuelas en muchos lugares tiene por objeto proteger a los niños durante la época de la pubertad de los peligros cada vez mayores de la ignorancia, y es desde este punto de vista que la idea ha logrado mayor simpatía y apoyo. Sin embargo, el conocimiento obtenido gracias al psicoanálisis indica la necesidad, sino de «esclarecer», por lo menos de criar a los niños desde los años más tempranos en forma tal, que convierta en innecesario cualquier esclarecimiento especial, ya que apunta al esclarecimiento más completo, más natural, compatible con el grado de madurez del niño. Las conclusiones irrefutables a extraerse de la experiencia psicoanalítica requieren que los niños sean protegidos, siempre que sea posible, de cualquier represión demasiado fuerte, y de este modo de la enfermedad o de un desarrollo desventajoso del carácter. Por consiguiente, junto a la intención realmente prudente de contrarrestar con la información los peligros reales y visibles, el análisis procura evitar peligros igualmente reales, aunque no sean visibles (porque no eran reconocidos como tales), pero mucho más comunes y profundos, y que por ende exigen ser observados mucho más urgentemente. Los resultados del psicoanálisis —que siempre en todo caso individual retrotrae a las represiones de la sexualidad infantil como causa de la enfermedad posterior, o a los elementos más o menos mórbidos actuantes o a inhibiciones presentes incluso en cualquier mente normal—, indican claramente el camino a seguir. Podemos evitar al niño una represión innecesaria liberando —primero y principalmente en nosotros mismos— la entera y amplia esfera de la sexualidad de los densos velos de secreto, falsedad y peligro, tejidos por una civilización hipócrita sobre una base afectiva y mal informada. Dejaremos al niño adquirir tanta información sexual como exija el desarrollo de su deseo de saber, despojando así a la sexualidad de una vez de su misterio y de gran parte de su peligro. Esto asegurará que los deseos, pensamientos y sentimientos no sean en parte reprimidos y en parte, en la medida en que falla la represión, tolerados bajo una carga de falsa vergüenza y sufrimiento nervioso, como nos pasó a nosotros. Además al impedir esta represión, esta carga de sufrimiento superfluo, estamos sentando las bases para la salud, el equilibrio mental y el desarrollo positivo del carácter. Sin embargo, este resultado incalculablemente valioso no es la única ventaja que podemos esperar para el individuo y para la evolución de la humanidad, de una crianza fundada en una franqueza sin límites. Tiene otra consecuencia no menos importante: una influencia decisiva sobre el desarrollo de la capacidad intelectual.

La verdad de esta conclusión extraída de las experiencias y enseñanzas del psicoanálisis quedó confirmada en forma clara e irrefutable por el desarrollo de un niño del que tengo ocasión de ocuparme con frecuencia.

Historia previa

El niño en cuestión es el pequeño Fritz, hijo de conocidos que viven cerca de mi casa. Esto me dio oportunidad de estar a menudo en compañía del niño, sin ninguna restricción. Además, como la madre sigue todas mis recomendaciones, puedo ejercer amplia influencia en su crianza. El niño, que tiene ahora cinco años, es fuerte y sano, de desarrollo mental normal pero lento. Empezó a hablar a los dos años, y tenía más de tres y medio cuando se pudo expresar con fluidez. Incluso entonces no se observaron esas frases especialmente llamativas, como las que se oyen ocasionalmente a edad muy temprana en niños bien dotados. A pesar de esto, daba la impresión, tanto por su aspecto como por su conducta, de ser un niño inteligente y despierto. Consiguió adquirir muy lentamente unas pocas ideas propias. Ya tenía más de cuatro años cuando aprendió a distinguir los colores, y casi cuatro años y medio cuando se familiarizó con las nociones de ayer, hoy y mañana. En cosas prácticas estaba evidentemente más atrasado que otros niños de su edad. A pesar de que a menudo lo llevaban de compras, parecía (por sus preguntas) que le resultaba incomprensible que la gente no regalara sus pertenencias, ya que todos tenían muchas cosas, y era muy difícil hacerle comprender que debía pagarse por ellas, y a diferentes precios según su valor.

Por otra parte, su memoria era notable. Se acordaba, y aún recuerda, cosas relativamente remotas con todo detalle, y domina completamente las ideas o hechos que alguna vez ha comprendido. En general, ha hecho pocas preguntas. Cuando tenía alrededor de cuatro años y medio se inició un desarrollo mental más rápido y también un impulso más poderoso a hacer preguntas. También en esta época el sentimiento de omnipotencia (lo que Freud ha llamado «la creencia en la omnipotencia del pensamiento») se volvió muy marcado. Cualquier cosa de que se hablara —cualquier habilidad u oficio— Fritz decía que podía hacerlo perfectamente, incluso cuando se le probaba lo contrario. En otros casos, cuando como réplica a sus preguntas se le decía que el papá y la mamá también desconocían muchas cosas, esto no parecía quebrantar su creencia en su propia omnipotencia y en la de su ambiente. Cuando no podía defenderse de ninguna otra manera, incluso bajo la presión de las pruebas en contra, solía afirmar: «¡Con una vez que me muestren, podré hacerlo muy bien!». De modo que, a pesar de toda demostración de lo contrario, estaba convencido de que podía cocinar, leer, escribir y hablar francés perfectamente.

Aparición del período de preguntas sobre el nacimiento

A la edad de cuatro años y nueve meses aparecieron preguntas concernientes al nacimiento. Uno se veía obligado a reconocer que coincidía con esto un notable incremento de su necesidad de hacer preguntas en general.

Quisiera señalar aquí que las preguntas planteadas por el pequeño (que en general dirigía a su madre o a mí) eran siempre contestadas con la verdad absoluta, y, cuando era necesario, con una explicación científica adaptada a su entendimiento, pero tan breve como fuera posible. Nunca se hacían referencias a las preguntas que ya se le hubieran contestado, ni tampoco se introducía un nuevo tema, a menos que él lo repitiera o comenzara espontáneamente una nueva pregunta.

Después que hubo preguntado. Su pregunta al día siguiente, hecha a su madre inmediatamente después del beso de la mañana, «Mamá, dime, ¿cómo viniste tú al mundo?», mostraba que allí había una conexión causal entre su cambio deliberado de padres y el previo esclarecimiento que había sido tan difícil de asimilar.

Después de esto también mostró mucho más placer en entender realmente el tema, al que retornaba repetidamente. Preguntó cómo sucedía en los perros; después me dijo que recientemente él «había espiado dentro de un huevo roto» pero no había conseguido ver un pollito dentro. Cuando le expliqué la diferencia entre un pollito y un niño, y que este último permanece dentro del calor del cuerpo materno hasta que está lo bastante fuerte como para salir afuera, se sintió evidentemente satisfecho. «¿Pero, entonces, quién está dentro de la madre para darle de comer al chico?», preguntó.

Al día siguiente me preguntó «¿Cómo crece la gente?». Cuando tomé como ejemplo un niñito que él conocía, y como ejemplos de diferentes estadios del desarrollo a él mismo, a su hermano y a su papá, dijo «Yo sé todo eso, pero ¿cómo se crece?».

Durante la tarde lo habían regañado por desobedecer. Estaba perturbado por ello y trataba de hacer las paces con su madre. Le dijo «Seré obediente mañana y al otro día y al otro día…»; y deteniéndose súbitamente pensó por un instante y preguntó «Dime, mamá, ¿cuánto falta para que venga pasado mañana?». Y cuando ella le preguntó qué quería decir exactamente, repitió: «¿Cuánto tiempo tarda en venir un nuevo día?» e inmediatamente después: «Mamá ¿la noche pertenece siempre al día anterior, y temprano a la mañana es otra vez un nuevo día?». La madre fue a buscar algo y cuando retomó a la habitación él estaba cantando para sí. Cuando ella entró dejó de cantar, la miró fijamente y dijo: «¿Si hubieras dicho ahora que yo no tenía que cantar, yo tendría que dejar de cantar?». Cuando ella le explicó que nunca le diría una cosa así, porque siempre él podría hacer lo que quisiera excepto cuando había alguna razón para impedírselo, y le dio ejemplos, pareció satisfecho.

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