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María Fernández-Miranda - No madres: mujeres sin hijos contra los tópicos

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María Fernández-Miranda No madres: mujeres sin hijos contra los tópicos
  • Libro:
    No madres: mujeres sin hijos contra los tópicos
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2016
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No madres: mujeres sin hijos contra los tópicos: resumen, descripción y anotación

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Ser o no ser madre, esa es la cuestión para tantas y tantas mujeres…

Esta es la historia de María Fernández-Miranda, pero también de otras mujeres como Soledad Lorenzo, Rosa Montero, Maribel Verdú, Mamen Mendizábal, Carmen Ruiz, Inka Martí, Paula Vázquez, Almudena Fernández, Sandra Ibarra y Alaska, que explican por qué no son madres con la esperanza de que un futuro cercano ninguna mujer tenga que dar explicaciones al respecto.

«Junto a tantas supermadres, también hay mujeres (cada vez más) que no quieren tener hijos, y hay mujeres que no pueden tener hijos. Yo he pertenecido a ambos bandos […]. Y en este proceso de aceptación sólo me ha ayudado una cosa: escuchar a las que se encuentran en mi mismo barco, a las que por distintas razones no han podido o no han querido tener descendencia. Lo que pasa es que me ha costado encontrarlas, porque casi todas están calladas, sepultadas bajo la avalancha de blogs, libros y tuits que machaconamente debaten sobre pañales y biberones, como si nunca antes en la historia de la humanidad hubiesen existido las mujeres que dan a luz. Y yo me pregunto: ¿acaso no ha llegado la hora de que nosotras también expresemos cómo nos sentimos?» María Fernández-Miranda.

Los seres humanos nacen, crecen, se reproducen y mueren, nos hacían repetir en clase. Pero las estadísticas afirman que casi un 30% de las mujeres nacidas en la década de los 70 no tendrá hijos. Un colectivo tan numeroso como poco visibilizado, que ni siquiera cuenta con un nombre propio para definirse y tiene que hacerlo desde la negación: no madres. María Fernández-Miranda nunca sintió eso que llaman instinto maternal y, sin embargo, se sometió a siete fecundaciones in vitro. Esta experiencia le hizo reflexionar acerca de los motivos por los que tenemos hijos y tomar conciencia de los tópicos que convierten la maternidad en destino ineludible para toda mujer. Un valioso aprendizaje en el que descubrió que no estaba sola, sino que las no madres habían permanecido calladas por demasiado tiempo. Y consiguió que su historia individual se transformase en un relato coral en el que Soledad Lorenzo, Rosa Montero, Maribel Verdú, Mamen Mendizábal, Carmen Ruiz, Inka Martí, Paula Vázquez, Almudena Fernández, Sandra Ibarra y Alaska le prestan su voz para reivindicar el derecho a no ser juzgadas. Porque este no es un libro en contra de la maternidad, sino en defensa de la libertad de elección. Ser no madre no constituye ninguna anomalía y ellas son el mejor ejemplo posible de que cuando la puerta de la maternidad se cierra (o ni siquiera se abre), lo que queda no es el vacío, sino la posibilidad de desarrollar una vida diferente, feliz y completa.

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Hay que amasar el pan con rencor, con tristeza, con recuerdos, con el corazón hecho pedazos […] Hay que amasar el pan con pánico a no poder hacerlo nunca más, a que se queme, a que salga crudo, a que no le guste a nadie […] Escribir. Amasar el pan. No hay diferencia.

LEILA GUERRIERO,

extracto de la columna «Escribir»,

publicada en El País, 8 de junio de 2016

En algún momento de 2011, el año en que me casé, mi madre me dijo: «Voy a rezarle a san Antonio para que tengas un bebé». Le respondí, riendo: «Anda, mamá, ¡mejor pídele que publique un libro, que me haría más ilusión!». Le he dado muchísimas vueltas a ese recuerdo. Ha martilleado mi cabeza, sin ir más lejos, durante las siete veces en las que me he visto a mí misma tumbada en una camilla, camino del quirófano, para que un médico pinchase mis ovarios con el objetivo de extraer óvulos que más tarde se fecundarían (o no) en un laboratorio. Lo cierto es que lo que con tanta frivolidad le contesté a mi madre ese día de 2011 no era una pose. Era lo que realmente sentía, y por aquel entonces hacía tiempo que había dejado de ser una quinceañera: estaba a punto de cumplir los 36, o sea que el maldito reloj biológico tenía que estar ya funcionando a pleno rendimiento, aunque yo no lo escuchara. Si la maternidad no era el gran objetivo de mi vida ni siquiera a aquellas alturas, ¿por qué después me sometí voluntariamente a la tortura de pasar por siete fecundaciones in vitro?

Creo que hay varias respuestas a esa pregunta. En primer lugar está mi propia responsabilidad en este embrollo; ese afán mío por lograr todo lo que me propongo, aunque para ello me tenga que dejar la salud por el camino. Pero también está la influencia del entorno. Las personas (sobre todo mujeres, y ojalá no tuviera que subrayar que ellas son las peores a la hora de meter el dedo en la llaga) que te preguntan abiertamente por qué no has sido madre aún, o las que te insinúan que tú todavía no estás completa, o las que te advierten que no sabes lo que te estás perdiendo, o las que te miran compasivas y te dejan caer que tranquila, ya llegará… ¡cuando te relajes! También están la televisión y las revistas, que muestran con cierta periodicidad a la famosa de turno embarazada después de los 40, porque las técnicas de reproducción asistida han avanzado tanto que hoy cualquiera puede en el momento que quiera (lo que jamás cuentan es que muchas de las que son madres a partir de esa edad han tenido que tomar la difícil decisión de recurrir al óvulo de una donante). Y finalmente está el lenguaje: a la mujer que tiene descendencia se la llama madre; a la que no está emparejada, soltera; a la que ha perdido a su pareja, viuda. Las que no tenemos hijos carecemos de un nombre propio, así que en vez de definirnos como lo que somos debemos hacerlo desde lo que no somos: no madres. Nos vemos abocadas a catalogarnos desde la negación porque representamos una anormalidad en un momento en el que la mayoría de las madres de mi generación (las nacidas entre mediados de los setenta y principios de los ochenta) se venden a sí mismas como auténticas heroínas por la frenética carrera en la que se encuentran inmersas para llegar a todo. Fijémonos en este detalle tan tonto y al mismo tiempo tan ofensivo: a pesar de que no tengo hijos, a principios de mayo suelo recibir puntualmente, en la redacción en la que trabajo, diversos detalles (una planta, un libro, unas flores…) de varias relaciones públicas que me felicitan por el día de la Madre, dando por hecho que si soy mujer también seré madre. ¿Desde cuándo se trata de dos términos indisolubles?

Pues resulta que, junto a tantas supermadres, también hay mujeres (cada vez más) que no quieren tener hijos, y hay mujeres que no pueden tener hijos. Yo he pertenecido a ambos bandos. Como declaró una vez la cantante Luz Casal, «cuando pude, no quise, y cuando quise, ya no pude». Y en este proceso de aceptación solo me ha ayudado una cosa: escuchar a las que se encuentran en mi mismo barco, a las que por distintas razones no han podido o no han querido tener descendencia. Lo que pasa es que me ha costado encontrarlas, porque casi todas están calladas, sepultadas bajo la avalancha de blogs, libros y tuits que machaconamente debaten sobre pañales y biberones, como si nunca antes en la historia de la humanidad hubiesen existido las mujeres que dan a luz. Y yo me pregunto: ¿acaso no ha llegado la hora de que nosotras también expresemos cómo nos sentimos?

María Fernández-Miranda nació en Gijón en 1975 Se licenció en Periodismo por - photo 1

María Fernández-Miranda nació en Gijón en 1975. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Navarra, profesión que ha ejercido en diversos medios. Trabajó durante seis años en La Nueva España hasta que, en 2003, comenzó su andadura en las revistas femeninas: estuvo dos años en la redacción de Marie Claire y otros nueve en la de Yo Dona. Los dos años siguientes fue directora de Belleza en la revista Elle y desde enero de 2017 ocupa el cargo de subdirectora en Cosmopolitan.

Actualmente vive en Madrid. Está casada y no tiene hijos.

Mi historia de no maternidad Tratamiento 5 qué hacemos aquí El cuarto - photo 2

Mi historia de no maternidad
Tratamiento 5:
¿qué hacemos aquí?

El cuarto fracaso estuvo a punto de acabar conmigo, pero conseguí levantarme del barro para comprar el quinto boleto. Eso sí, me sentí incapaz de regresar al mismo hospital y verme sentada de nuevo en la misma sala de espera en la que todos los vientres iban creciendo excepto el mío. A través de mis contactos de prensa conseguí una cita con el director de la clínica de fertilidad más cara de España.

En la siguiente escena de mi interminable historia de no maternidad, J. y yo estamos esperando nuestro turno en la nueva clínica, un centro privado que se anuncia en la teleprometiendo tasas de éxito altísimas: El 90 por ciento de nuestros pacientes quedan embarazados. Nos encontramos en una sala grande e impersonal —⁠cuyo mobiliario se reduce a unas cuantas sillas de plástico y varias máquinas de vending⁠—, rodeados de un montón de parejas. Yo estoy calculando mentalmente la edad de cada una de aquellas personas para concluir con satisfacción que nosotros somos de los más jóvenes cuando mi marido me da un codazo y se acerca a mi oído derecho para susurrarme:

—¿Qué hacemos aquí? ¿Y si nos largamos?

Nos entra la risa. En cualquier momento la enfermera nos va a llamar para que el director de la clínica en persona escuche nuestro desastroso historial médico y nosotros no podemos parar de reír.

Fundido a negro.

Por aquel entonces yo ya había descubierto que tenía superpoderes: todas las mujeres que se acercaban a mí se quedaban embarazadas. Mis amigas, mis compañeras de trabajo, mis familiares, mis vecinas… Yo me pinchaba y eran ellas las que se preñaban. Verdaderamente, era para morirse de la risa.

El nuevo ginecólogo fue muy claro, como lo había sido la doctora anterior: teníamos pocas opciones.

—Entonces ¿por qué hablan de un 90 por ciento de éxito en sus pacientes? —⁠le pregunté⁠—. Si ustedes han conseguido que una famosa se quede embarazada con cerca de 50 años, ¿cómo no voy a lograrlo yo a los 39?

—Depende de hasta dónde estés dispuesta a llegar. La gente no cuenta lo que se hace exactamente, pero la realidad es que muchas mujeres logran el embarazo no con sus propios óvulos, sino recurriendo a los de una donante —⁠me explicó.

Acto seguido cogió un papel y dibujó una escalera en la que cada peldaño representaba una alternativa: intentar otra fecundación in vitro con mis propios óvulos, recurrir al óvulo de una donante, adoptar o elegir una vida sin hijos. A esas alturas ya casi había olvidado que la no maternidad, ese modelo de vida que me había parecido tan atractivo a los 30, también era una opción… Pero es que yo no veía a mi alrededor, ni en los medios de comunicación, a casi ninguna mujer (excepto Maribel Verdú) que tomase ese camino, así que por alguna razón no debía de ser el acertado.

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