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Jack Kerouac - Los Vagabundos del Dharma

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Jack Kerouac Los Vagabundos del Dharma
  • Libro:
    Los Vagabundos del Dharma
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1958
  • Índice:
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Los Vagabundos del Dharma: resumen, descripción y anotación

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Los Vagabundos del Dharma expone el deslumbramiento que el budismo zen produjo - photo 1

Los Vagabundos del Dharma expone el deslumbramiento que el budismo zen produjo en los representantes de la Generación Beat. Su primera ley, «la vida es sufrimiento», calza a la perfección con la época en que su autor se sentía un fracasado por no encontrar editor para sus libros. Además de relatar la búsqueda del auténtico significado —el Dharma—, por parte de unos jóvenes desharrapados y febriles, expresa la comunión con la naturaleza en la cima de altas montañas, la fraternidad y la poesía.

Kerouac aparece aquí como Ray Smith, aunque el auténtico protagonista es el poeta budista Gary Snyder, quien figura bajo el nombre de Japhy Ryder. Junto a ellos puede identificarse fácilmente a Allen Ginsberg (Alvah Goldbook), Philip Whalen (Warren Coughlin), Kenneth Rexroth (Rheinhold Cacoethes) y Neal Cassady (Cody Pomeray), entre otros participantes del llamado «renacimiento de San Francisco», retratado con suma fidelidad en el libro.

Jack Kerouac Los Vagabundos del Dharma ePub r10 jugaor 170513 Título - photo 2

Jack Kerouac

Los Vagabundos del Dharma

ePub r1.0

jugaor17.05.13

Título original: The Dharma Bums

Jack Kerouac, 1958

Traducción: Mariano Antolín Rato

Editor digital: jugaor

ePub base r1.0

JEAN-LOUIS KEROUAC Nació en Lowell Massachusetts en 1922 en el seno de una - photo 3

JEAN-LOUIS KEROUAC Nació en Lowell Massachusetts en 1922 en el seno de una - photo 4

JEAN-LOUIS KEROUAC. Nació en Lowell (Massachusetts) en 1922, en el seno de una familia de origen franco-canadiense. Estudió en escuelas católicas y posteriormente en la Universidad de Columbia, aunque no llegó a graduarse. Recorrió Estados Unidos trabajando en múltiples empleos. Influido por las lecturas de London, Hemingway, Saroyan, Wolfe y Joyce, publicó su primera novela, La ciudad y el campo, en 1950, convirtiéndose en uno de los patriarcas de la Generación Beat, junto a Burroughs y Ginsberg. Entre sus obras más importantes están: En el camino (1957), Los subterráneos (1958), Los Vagabundos del Dharma (1958), Doctor Sax (1959) y Big Sur (1962). Después de alcanzar el reconocimiento literario, se retiró a su natal Lowell, se casó y abandonó toda actividad pública. Murió en St. Petersburg, Florida, en 1969, debido a un derrame interno, producto de la cirrosis.

Notas
1

Saltando a un mercancías que iba a Los Ángeles un mediodía de finales de septiembre de 1955, me instalé en un furgón y, tumbado con mi bolsa del ejército bajo la cabeza y las piernas cruzadas, contemplé las nubes mientras rodábamos hacia el norte, a Santa Bárbara. Era un tren de cercanías y yo planeaba dormir aquella noche en la playa de Santa Bárbara y a la mañana siguiente coger otro, de cercanías también, hasta San Luis Obispo, o si no el mercancías de primera clase directo a San Francisco de las diecinueve. Cerca de Camarillo, donde Charlie Parker se había vuelto loco y recuperado la cordura, un viejo vagabundo delgado y bajo saltó a mi furgón cuando nos dirigíamos a una vía muerta para dejar paso a otro tren, y pareció sorprendido de verme. Se instaló en el otro extremo del furgón y se tumbó frente a mí, con la cabeza apoyada en su mísero hatillo, y no dijo nada. Al rato pitaron, después de que hubiera pasado el mercancías en dirección este dejando libre la vía principal, y nos incorporamos porque el aire se había enfriado y la neblina se extendía desde la mar cubriendo los valles más templados de la costa. Ambos, el vagabundo y yo, tras infructuosos intentos por arrebujarnos con nuestra ropa sobre el hierro frío, nos levantamos y caminamos deprisa y saltamos y movimos los brazos, cada uno en su extremo del furgón. Poco después enfilamos otra vía muerta en una estación muy pequeña y pensé que necesitaba un bocado y vino de Tokay para redondear la fría noche camino de Santa Bárbara.

—¿Podría echarle un vistazo a mi bolsa mientras bajo a conseguir una botella de vino?

—Pues claro.

Me apeé de un salto por uno de los lados y atravesé corriendo la autopista 101 hasta la tienda, y compré, además del vino, algo de pan y fruta. Volví corriendo a mi tren de mercancías, que tenía que esperar otro cuarto de hora en aquel sitio ahora soleado y caliente. Pero empezaba a caer la tarde y haría frío enseguida. El vagabundo estaba sentado en su extremo del furgón con las piernas cruzadas ante un mísero refrigerio consistente en una lata de sardinas. Me dio pena y le dije:

—¿Qué tal un trago de vino para entrar en calor? A lo mejor también quiere un poco de pan y queso para acompañar las sardinas.

—Pues claro.

Hablaba desde muy lejos, como desde el interior de una humilde laringe asustada o que no quería hacerse oír. Yo había comprado el queso tres días atrás en Ciudad de México, antes del largo y barato viaje en autobús por Zacatecas y Durango y Chihuahua, más de tres mil kilómetros hasta la frontera de El Paso. Comió el queso y el pan y bebió el vino con ganas y agradecimientos. Yo estaba encantado. Recordé aquel versículo del Sutra del Diamante que dice:

«Practica la caridad sin tener en la mente idea alguna acerca de la caridad, pues la caridad, después de todo, sólo es una palabra».

En aquellos días era muy devoto y practicaba mis devociones religiosas casi a la perfección. Desde entonces me he vuelto un tanto hipócrita con respecto a mi piedad de boca para afuera y algo cansado y cínico… Pero entonces creía de verdad en la caridad y amabilidad y humildad y celo y tranquilidad y sabiduría y éxtasis, y me creía un antiguo bhikkhu con ropa actual que erraba por el mundo (habitualmente por el inmenso arco triangular de Nueva York, Ciudad de México y San Francisco) con el fin de hacer girar la rueda del Significado Auténtico, o Dharma, y hacer méritos como un futuro Buda (Iluminado) y como un futuro Héroe en el Paraíso. Todavía no conocía a Japhy Ryder —lo conocería una semana después—, ni había oído hablar de los «Vagabundos del Dharma», aunque ya era un perfecto Vagabundo del Dharma y me consideraba un peregrino religioso. El vagabundo del furgón fortaleció todas mis creencias al entrar en calor con el vino y hablar y terminar por enseñarme un papelito que contenía una oración de Santa Teresita en la que anunciaba que después de su muerte volvería a la Tierra y derramaría sobre ella rosas, para siempre, y para todos los seres vivos.

—¿Dónde consiguió eso? —le pregunté.

—Bueno, lo recorté de una revista hace un par de años, en Los Ángeles. Siempre lo llevo conmigo.

—¿Y se sienta en los furgones y lo lee?

—Casi todos los días.

No habló mucho más del asunto, ni tampoco se extendió sobre Santa Teresita, y era muy humilde con respecto a su religiosidad y me habló poco de sus cuestiones personales. Era el tipo de vagabundo de poca estatura, delgado y tranquilo, al que nadie presta mucha atención ni siquiera en el barrio chino, por no hablar de la calle Mayor. Si un policía lo echaba a empujones de algún sitio, no se resistía y desaparecía, y si los guardas jurados del ferrocarril andaban por allí cerca cuando había un tren de mercancías listo para salir, era prácticamente imposible que vieran al hombrecillo escondido entre la maleza y saltando a un vagón desde la sombra. Cuando le conté que planeaba subir la noche siguiente al Silbador, el tren de mercancías de primera clase, dijo:

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