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Sinopsis
La vida de Valentín transcurre con normalidad en Ciudad Engaño, la metrópolis de los impostores. Sin embargo, todo da un vuelco cuando el director de la Escuela de Impostores, Saturnino, lo elige para llevar a cabo una misión muy particular: infiltrarse en la Escuela de Pilotaje de Ciudad Cohete para descubrir qué traman los tripulantes. ¿Será capaz Valentín de pasar desapercibido como un simple estudiante de intercambio y sabotear los planes de sus archirrivales?
JUEVES
Si estás leyendo este diario y no eres yo, significa que un sucio tripulante ha conseguido eyectarme al espacio...
Solo espero que, si se da el caso, no tenga que correr la misma suerte que mi colega Anselmo. Él es el único impostor que ha sido lanzado desde una nave espacial. Y dicen que estuvo dando tumbos por el universo hasta que terminó cayendo en un planeta en el que los monigotes eran clavados a él, salvo por un pequeño detalle: un par de repugnantes brazos que les crecían a la altura de los hombros... ¡¡Brazos!! ¿¿Te lo puedes creer, CRIATURA NO AUTORIZADA PARA LEER ESTE DIARIO, PERO QUE AUN ASÍ SIGUE LEYENDO TAN PANCHA?? Es de locos. Aunque nada comparado con lo que me ha ocurrido esta mañana.
Se suponía que hoy iba a ser el típico día en Ciudad Engaño. Solo debía hacer las cinco mismas cosas de siempre:
- UNO: levantarme temprano para sacar brillo al visor de la escafandra.
- DOS: intentar no sudar demasiado mientras me abro paso entre el festival de empujones de los perdonavidas que se han adueñado de los pasillos de la Escuela de Impostores.
- TRES: rezar para que en la escuela no vuelva a apestar todo el mundo a choto a causa de tanto empujón.
- CUATRO: soportar unas doscientas mil horas de interminables clases sobre cómo sabotear una red eléctrica y sobre cómo los impostores debemos ser la peor pesadilla de los tripulantes y blablablá.
- CINCO: volver a rezar para que el sistema siga sin escogerme durante la HORA DE JUEGO (al parecer, ningún otro impostor entiende que el único objetivo de esas partidas es LANZAR IMPOSTORES AL ESPACIO... aunque tampoco puedo culparles por pensar así. Los tripulantes nunca ganan. Salvo esa vez que le tocó jugar a Anselmo, y ya te he contado cómo acabó el pobre).
Pero hoy ha sido de todo menos el típico día. De hecho, esta mañana ni siquiera he llegado a acercarme a la Escuela de Impostores, puesto que un monigote enfundado en su traje negro me esperaba tras la puerta de mi cubículo... ¡Ni más ni menos que el director Saturnino!
—Con tanta roña, ni se te ven los ojos... —me ha empezado a incordiar nada más verme. Lo de la escafandra es la primera excusa que tienen en la escuela para jorobarte el día.
—Es que llevo una mañana ocupadísima porque...
—¿Porque...? —ha repetido, como queriendo saber más.
Y te aseguro que lo peor en estos casos es justificarte con otra trola convincente. Hacerlo significa el principio del fin: porque, entonces, te lanzas a responder las preguntas de la autoridad de turno sobre la primera trola convincente con una segunda trola convincente que lleva a una tercera trola convincente. Y este proceso no termina hasta que te vienes demasiado arriba y la lías parda con una trola que resulta ser de lo más lamentable... Así que he intentado no venirme arriba:
—¡Pues porque... porque estaba rezando! Sí, no he tenido tiempo de sacarle brillo al visor por eso mismo.
—¿Rezando por qué motivo...?
—¡Pues debido a... debido a la Hora de Juego! Sí, para que el sistema me escoja de una vez por todas y pueda demostrar a la ciudad entera que yo...
—¿Que tú...?
—¡Que soy un impostor como cualquier otro! O sea, que yo no soy ningún cobarde como muchos quieren creer... y no sé por qué estoy diciendo esto, porque tampoco es que lo crean tantos monigotes. O sea, que nadie cree que soy un cobarde, y menos lo creo yo. Porque soy valiente, ¡¿vale?! Soy valiente, Saturnino...
—¡Suficiente! ¡Deja de mentir y escucha! La directora de la Escuela de Pilotaje ha utilizado una maldita regla de intercambio que ya nadie recordaba y por eso voy a tener que confiarte una importantísima misión.
Los dos nos hemos quedado en silencio, mirándonos el uno al visor del otro. Yo sin la más remota idea de lo que estaba pasando, claro.
—¿Lo tengo que adivinar o...? —he dicho finalmente.
—Bueno, creía que así de sopetón quizá era demasiado para ti.
—Te sorprenderían las pocas cosas que a un monigote como yo pueden alterarle... —he presumido ante la expresión de Saturnino de no estar creyéndose nada.
—Vas a infiltrarte en la Escuela de Pilotaje.
—¿¡CÓÓÓÓÓMO!?
¡¿En serio me va a enviar a la mayor escuela de Ciudad Cohete, la ciudad de los tripulantes?! ¿Y tengo que mezclarme yo con esos LOSERS? Por favor, pero si son los mayores pringaos del Reino del Limbo. ¡Todo el mundo lo sabe! Son cobardes, responsables y unos estupendos chivatos... Aunque los tripulantes también son capaces de eyectarte al espacio como hicieron con Anselmo. ¡TAMBIÉN PUEDEN SER UNOS AUTÉNTICOS MONSTRUOS! Y por esta razón por poco me pongo a hiperventilar delante del director... Por poco me quedo sin misión por demostrarle que soy el cobarde que todos creen que soy... Por poco lo hago. Pero no lo he hecho. No. No. No. Y no. Bueno, sí, la verdad es que he terminado hiperventilando... AUNQUE POCO.
—Fff-ahh... Fff-ahh... Fff-ahh...
—¿No estarás...?
—Fff-ahh... Fff-ahh...
—¿No estarás hipervent...?
Pero antes de que pudiera acabar la pregunta, me he recompuesto y me he apresurado a pedirle explicaciones.
—¿¿¡¡Y POR QUÉ YO!!?? —le he dicho, con una cara de bobalicón que por supuesto no ha podido ver (ventajas de la roña).
—¿Estás seguro de que quieres saberlo?
—¡PUES CLARO QUE LO QUIERO SABER! Fff-ahh...
—¿Seguro seguro? No se te ve muy entero.
—A ver, fff-ahh..., que estoy perfectamente y lo último que me asustaría ahora es un spoiler...
—Bien, pues te he seleccionado porque... —ha continuado Saturnino.
Y, en ese momento, me he dado cuenta de que si me volvía a asustar no iba a poder dejar lo de la hiperventilación hasta el año que viene.
—¡No, espera! ¡En realidad, sí me asustan los spoilers!
—¡Pues ahora te lo voy a decir! —ha insistido Saturnino.