Prólogo
Escribo este libro para honrar a la “Pilarica”, a la que tanta devoción se tiene en Zaragoza, Aragón, España, Hispano-América... A la que tanto se quiere en mi familia, y a la que fui “tocada al manto” cuando tenía un año.
Y lo escribo con el deseo de dar a conocer esta antiquísima y venerada advocación a quien no la conozca; para que si es persona de fe, se encomiende a la Señora también bajo esta advocación o “retrato”, uno de los muchos y hermosos que adornan el mundo; y para que si no lo es, disfrute de esta bonita historia, y quizá llegue a preguntarse: ¿será cierta?
Santiago el mayor y la venida de la Virgen María en carne mortal a Zaragoza. El Pilar
Después de la Resurrección y Ascensión al Cielo de Nuestro Señor Jesucristo, su Madre, los Apóstoles, los discípulos, y las santas mujeres, esperaban unidos en oración en el cenáculo la venida del Espíritu Santo prometida por Jesús.
El día de Pentecostés, Dios Espíritu Santo se posó sobre la Virgen, los Apóstoles y el resto de los discípulos, hombres y mujeres, en forma de lenguas de fuego y viento impetuoso: símbolos del amor y la fortaleza. E inmediatamente los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo y con el “Don de Lenguas” que les había infundido, salieron a proclamar la buena nueva evangélica: la venida da Dios al mundo hecho hombre, para poder vivir y morir con y como nosotros, redimirnos, enseñarnos el camino del Cielo, abrirnos sus puertas, y ayudarnos a recorrerlo.
Aquel día, gran fiesta judía en la que se reunían en la ciudad sagrada de Jerusalén muchísimos judíos y judaizantes de todo el mundo para celebrarla en el Templo, oyeron hablar a los Apóstoles con gran fe y elocuencia, de Jesucristo y del Reino de Dios que El había venido a traer a la tierra. Lo milagroso era que cada cual los escuchaba hablar en su propio idioma, y todos quedaron maravillados.
“¿No son galileos todos esos que están diciendo cosas tan estupendas? ¿Pues cómo es posible que los escuchemos cada cual en nuestra lengua?” - se preguntaban.
Una inmensa mayoría de los oyentes, más de tres mil personas, creyó y se bautizó, adhiriéndose a la naciente Iglesia; y esta, pese a la oposición de los dirigentes judíos, y a las crueles persecuciones que contra ella se sucedieron, comenzó su valiente andadura.
Enseguida empezaron los Apóstoles a cumplir el mandato del Señor: “Id al mundo entero, y proclamad el Evangelio”.
Lógicamente, lo primero a cristianizar fue Jerusalén, Palestina, y los países limítrofes. Pero pronto se fue extendiendo el radio de acción cristiano por todo el mundo conocido entonces.
Santiago de Zebedeo (llamado el Mayor para diferenciarlo del otro Apóstol, Santiago Alfeo, primo de Jesús y primer Obispo de Jerusalén, llamado el Menor) decidió empezar evangelizando a los pueblos iberos de la Hispania Tarraconense; el fin de la tierra, según se creía en aquella época. De ahí viene el nombre de “Finisterre” del más avanzado cabo gallego.
Entre los Apóstoles que eligió el Señor como sus más íntimos colaboradores y primeros ministros de su Iglesia: (Simón Pedro sería el primer Papa; y los restantes (a excepción del Iscariote que falló, y fue substituido por Matías) los primeros Obispos), había varios nombres repetidos. Aparte de los dos Santiagos, había dos Simones: el que Jesús llamó Pedro, y Simón apodado “el Zelotes”. Llamaban así a los componentes de un grupo revolucionario que creía que cuando viniera el Mesías Rey, con la “guerra santa” y su invencible poder pondría el mundo a los pies de Jahvé, bajo la soberanía de Israel; y quería preparar el camino atacando a los Romanos siempre que podía. Barrabás era Zelote; y se sospecha que los dos ladrones crucificados con Jesús también lo eran. Otro nombre repetido en el Colegio Apostólico era el de Judas: San Judas Tadeo, y Judas Iscariote que fue el traidor. Seguramente eran nombres muy comunes entre los judíos de la época; pero entre los cristianos abunda muy poco en nombre de Judas. Desgraciadamente los humanos solemos recordar más lo malo que lo bueno, y los padres no suelen elegir para sus hijos ese nombre, no sea que los tengan por traidores. Supongo que en Venezuela abundarán más los llamados Judas, puesto que San Judas Tadeo es su co- Patrón, junto con la “Pilarica”.
El Apóstol Santiago, para llevar a cabo su proyecto evangelizador eligió a varios hombres y a algunas mujeres, como colaboradores en su apostolado. Imitando al Señor, que cuando predicaba por las ciudades y aldeas de Palestina iba acompañado por los Apóstoles, un numeroso grupo de discípulos, y algunas mujeres. Y el grupo embarcó rumbo a Hispania.
Parece ser que cuando desembarcó en el noroeste de la península, empezó tratando de evangelizar a los galaicos y astures; y que recorrió a continuación predicando, las llanuras esteparias castellanas. Y hasta entonces era escaso el fruto logrado, pese “a haber puesto toda la carne en el asador” como suele decirse.
Cuando entró en Aragón con sus colaboradores, Santiago se encontraba un tanto deprimido. Habían llegado a la ciudad de Cesaraugusta (la actual Zaragoza), situada a orillas del Ebro. Allí empezaron a aumentar las conversiones, y pronto hubo bastantes catecúmenos. Durante las mañanas Santiago iba explicando a estos con detenimiento la doctrina cristiana para prepararlos a recibir el bautismo; mientras sus colaboradores continuaban predicando el evangelio a cuantos gentiles quisieran escucharlo, tratando de interesarles en la vida y enseñanzas de Jesús, y de suscitar su fe en Él. Los conversos dedicaban intensamente las horas de la tarde a sus trabajos, que habían abandonado por la mañana para estudiar su nueva religión.
Hubo ocho de los catecúmenos, hombres de gran fe y con verdadero interés en profundizar en ella, que pronto fueron bautizados. Además de hacer que los nuevos cristianos continuaran escuchando durante las mañanas con los catecúmenos las clases de catecismo, Santiago les explicaba a ellos en privado y más a fondo, la vida y las palabras de Jesús por las noches después de cenar. Para ello, el Apóstol, acompañado de aquellos colaboradores que lo desearan y de los nuevos cristianos, daba un paseo de relax por la orilla del Ebro durante un par de horas. Empezaba el Invierno y el frío se dejaba sentir; pero pese a ello, todos se encontraban muy a gusto envueltos en sus mantos, escuchando a Santiago con auténtico interés, y preguntándole múltiples detalles sobre la Persona de Jesús y sus enseñanzas; sobre Pentecostés y el comienzo de la Iglesia... A veces intervenían los colaboradores.
También los nuevos cristianos contaban lo que habían sido sus vidas hasta el presente, y pedían consejo sobre lo que debería ser en el futuro: y así se iba completando su formación. Aquellos nocturnos paseos que a todos resultaban tan agradables, no se prolongaban más allá de las doce. El Apóstol no lo autorizaba porque era preciso descansar. Todos debían estar en forma por la mañana, unos para atender a sus familias, seguir aprendiendo la doctrina, y ocuparse de sus trabajos ofrecidos a Dios y bien hechos. Y otros para continuar con la predicación.
Santiago, a pesar del consuelo, el ánimo, y las esperanzas que recibía con aquellos nuevos hermanos en la fe, se encontraba como sabemos, además de cansado, un tanto decepcionado por la falta del gran fruto apostólico que había imaginado y deseado obtener en Hispania.