«Dedicado a los luchadores, los entusiastas, gente con ideas y demás locos d el mundo».
Prefacio
Para la gente que vive en ciudad o una zona urbanizada medianamente grande, esta situación que le voy a relatar seguramente le resultará muy familiar (en los pueblos y regiones rurales también se dan casos, aunque con mucha menos frecuencia):
Usted está tranquilamente en su domicilio haciendo las cosas de casa sin molestar absolutamente a nadie cuando de repente suena el timbre. No espera visitas para esa hora ni conoce ningún motivo por el que el timbre debiera estar sonando en ese momento. Se acerca a la puerta y observa por la mirilla. La imagen que ve es la de un hombre o una mujer que nunca antes había visto en su vida elegantemente trajeados, con una amplia sonrisa de oreja a oreja y una carpeta bajo el brazo. Es entonces cuando en una centésima de segundo una conclusión rápida y rotunda se planta en su mente: es un vendedor.
A partir de este punto de los acontecimientos, dos situaciones suelen suceder. La primera es una avalancha de preguntas en la mente de la persona visitada: ¿Qué es lo que quiere? ¿Qué viene a traer? ¿Quién le envía? ¿Qué quiere de mí? ¿De dónde es? ¿De qué se alimenta? ¿Cómo se reproduce?...
Todas estas dudas se disiparían si la persona decidiese abrir la puerta y preguntárselas directamente al amigo del otro lado, cosa que un porcentaje amplio de la gente decide no hacer, quedándose con todas esas dudas existenciales en su mente para el resto de su vida.
La segunda posibilidad es una breve conversación entre las dos partes que en ocasiones termina rápidamente con una sentencia sin derecho a réplica tal como «Ahora no tengo tiempo de atenderte», «Me pillas muy ocupado», «No soy la persona que lleva estos temas aquí»...
En ambas ocasiones, la gente siempre olvida algo muy importante: ese señor o esa señora que están tan bien vestidos en su puerta son también seres humanos con inquietudes, opiniones y emociones. Incluso puede que ambos individuos sean del mismo equipo o que opinen que la última película del actor de moda es un bodrio descomunal. Es una pena que todas estas relaciones, vínculos y casualidades no lleguen a producirse por el miedo de alguna gente a lo desconocido y la pereza para enfrentarlo.
Todo lo que acabo de relatar está escrito desde la experiencia. La mía, concretamente, en todo mi largo tiempo como distribuidor personal de productos y servicios.
La gente suele llamar a esta profesión de muchas maneras: vendedor, comercial, agente, representante, distribuidor, viajante, chico/a de (inserte nombre de compañía o empresa)... De aquí en adelante, vamos a quedarnos con el término vendedor, que si bien no es un nombre que sea de mi completo agrado, sí lo considero un término lo suficiente amplio y genérico como para que toda la gente pueda comprender la magnitud del oficio.
Esa es la idea de este libro: humanizar la figura de todas y cada una de esas personas que se pasan el día subiendo y bajando escaleras, recorriendo calles y avenidas, haga sol o llueva, con tal de llegar a tanta gente como les sea posible. Que la gente deje de ver en ellos una retahíla interminable de palabras, un incordio sin aviso previo o simplemente el logotipo de una empresa, para ver simple y llanamente a una persona, en ocasiones más similar a nosotros de lo que pensamos.
Si después de haber leído este compendio de situaciones, las cuales aseguro que son 100% reales, un porcentaje de los lectores, aunque sea mínimo, decide tratar más humana y cariñosamente a este sector del mundo laboral, si deciden darles la oportunidad de explicar qué hacen allí, de hacer saber qué están llevando hasta su puerta en agradecimiento por las risas obtenidas con sus anécdotas y en compresión y empatía por las mismas, este libro habrá cumplido con creces su cometido.
Solo queda por añadir mi sincero deseo de que disfruten de las vivencias de esa gente que mientras el resto del mundo nacía con un pan debajo del brazo, ellos nacían con una promoción fantástica del 50% de descuento.
Aviso de privacidad
Todas las historias aquí narradas corresponden a vivencias auténticas y completamente reales del autor o compañeros de trabajo del mismo. Por motivos de privacidad, se han omitido datos demasiado personales de las personas participantes, así como los nombres de las compañías, empresas o productos implicados.
Mis comienzos
Creo conveniente antes de comenzar a relatar las anécdotas de este mundo profesional, explicar mis comienzos en el mismo.
Empecé enviando mi currículo a un portal de internet de ofertas de trabajo. Era verano y buscaba empleo. No es que viese nada especial en el anuncio, pero en una situación de búsqueda de trabajo, uno se inscribe en tantas ofertas como le sea posible. Es la ley de probabilidades.
A los pocos días me llamaron para una entrevista de trabajo donde el gerente me explicó la clase de gente que buscaba: dinámica, positiva, enérgica, activa... Yo me veía realmente con posibilidades, siempre me ha motivado y entusiasmado la actividad constante y las situaciones novedosas como aquella.
Esa misma tarde me llamaron para que al día siguiente acudiera a mi día de prueba. ¡No me lo podía creer! Me había costado que me llamasen para una entrevista, pero cuando lo conseguí realmente me decidí a no dejar pasar la oportunidad.
A la mañana siguiente acudí con ropa formal pero también cómoda. Llegué un poco tarde a la oficina, pues no estaba acostumbrado al tráfico en hora punta y moverme por esa parte de la ciudad se me hizo un poco más difícil de lo planeado.
Cuando llegué, el mismo gerente que me hizo la entrevista me presentó a mis compañeros. En especial a Marcos, el vendedor de cuya mano iba a conocer y aprender el oficio.
Era un hombre de treinta y pocos años, con bastante confianza en sí mismo al que se le veía bastante cómodo y resuelto con lo que hacía. Eso me transmitió plena confianza. Me explicó con mucha brevedad las cosas básicas que tenía que saber y nos dirigimos a la zona que nos asignaron.
Más allá de la gente con la que nos tocó hablar, de la zona donde nos tocó trabajar o del propio producto, me llamó la atención la comodidad, el desenfado y el ritmo con el que trabajaba. Se veía realmente cómodo y a gusto haciendo lo que hacía. No parecía estar sometido al típico estrés constante que se asocia a esta clase de oficio. Y mucho menos, pecaba de insistencia o pesadez hacia la gente, como reza el estereotipo que pesa sobre esta profesión. Simplemente, era un rápido juego de descarte hasta llegar a las personas que necesitaban lo que llevábamos. Esta mentalidad me conquistó y me decidió a llegar hasta el final.
Tras la jornada, Marcos me dio las indicaciones para el día siguiente, donde yo empezaría a hablar con la gente. Y efectivamente, comenzó un periodo de varios días de formación donde yo practicaba una parte de la historia y cuando conseguía dominarla, hacía la parte siguiente hasta que me saliese entera. Se me hizo fácil aprender de esa manera.
Aquí fue donde sentí auténtico entusiasmo. Por supuesto que hubo algunos momentos que me quedé en blanco, o que me puse nervioso, o que me equivoqué dando información; pero cuando ves las situaciones de este tipo como un reto, cada fallo te anima a seguir adelante y superarte a ti mismo. Y con la persistencia suficiente, terminas por no cometer ese fallo.
Tras los días de aprendizaje, llegó el gran momento: visitar a la gente yo solo, sin nadie al lado.
Al principio me costaba bastante: no sabía cómo controlar algunas situaciones ni responder a ciertas preguntas. Sentí un poco de agobio en determinados momentos, pero sabía que aprender valdría más la pena que rendirse. Pregunté dudas, me informé y aprendí constantemente.