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PERSONAJES
GINA, hacia los 40 años
ADRIÁN, 45 años
ANDREA, entre 30 y 45 años
VILLA
ISMAEL, como de 22 años
MUJER
Doña MICAELA ARANGO
(ANDREA también es la MUJER)
GINA no tiene que ser especialmente atractiva, pero uno desearía de inmediato tenerla de amiga. Sus ademanes son suaves y en general tiende a conciliar su entorno. Si en las escenas de esta historia pierde el buen juicio con cierta frecuencia —se vuelve brusca o comete locuras— es porque circunstancias extremas están desequilibrando su natural gentileza.
ADRIÁN tampoco tiene que ser especialmente atractivo, pero cualquier mujer desearía invitarlo a cenar y averiguar si es cierta esa sensualidad que se le entrevé por la corteza sobria y áspera. Tiene una elegancia calculadamente descuidada, tan común en los caracteres intelectuales sofisticados, y una labia hipnótica. De pronto el discurso político puede literalmente poseerlo y entonces habla rápido y fervientemente.
ANDREA es una mujer directa. Se parece al ex presidente Carlos Salinas de Gortari, en los gestos, la facha y la inteligencia, y la razón es genética: es su hija menor. Si esto parece indicar que no es una mujer atractiva, es falso: tiene su encanto físico y una divertida tendencia mental a la ironía. Y por supuesto Andrea es la socia ideal para cualquier empresa que requiere energía y decisión.
ISMAEL es un joven guapo y muy fornido. Cuando está cerca de Gina tartamudea y suspira y clava la mirada lánguidamente, pero con cualquier otro mortal luce una desenvoltura que a veces se rebasa hasta la insolencia. Suele ir con pantalones vaqueros muy gastados y tenis y lleva en la oreja derecha una arracada de plata.
VILLA es el Villa mítico de las películas mexicanas de los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo XX. Perfectamente viril, con una facilidad portentosa para la violencia o el sentimentalismo.
Época actual.
- 1.Un departamento en la colonia condesa de la Ciudad de México:
Una sala con al menos estos elementos: un ventanal grande, un sofá, una mesita baja, un taburete; puerta principal y accesos a la cocina y al dormitorio.
Un dormitorio.
- 2.Entrada a un edificio de departamentos.
I
1
Andrea y Gina toman té en la sala.
GINA: Cada dos o tres semanas.
ANDREA: ¿Dos o tres semanas?
GINA: O cuatro días. Llama por teléfono antes de venir.
ANDREA: Ay, qué amable.
Gina enciende un cigarrillo largo y negro.
GINA: Dice: “Estoy a una cuadra de tu departamento, ¿puedo verte?” O dice: “Estoy en la universidad, necesito verte”. O: “Estoy a la entrada de tu edificio, ¿me recibes?” Siempre lo recibo.
ANDREA: ¿Siempre?
GINA: Le abro la puerta —hay un cierto ritual—. Le abro la puerta, él se queda en el umbral y me mira, respirando lento y profundo… Luego, se acerca, despacio, y me besa. (Se toca los labios.)
ANDREA: Y tú a él.
GINA: No. Yo a él no…
ANDREA: ¿No lo besas?
GINA: No. Tiene que pasar un momento, o dos, o tres, antes de que algo… algo: el sentimiento, me regrese del bajo vientre. (Se toca el vientre.) Entonces subo la mano a su cabello y… hasta entonces se me abren.
ANDREA: Se te abren… ¿qué?
GINA: Los labios. La crema. Se me olvidó la crema. (Sale a la cocina, llevándose su taza.)
ANDREA: Los labios. ¿Cuáles?
Suena la campanita de la puerta principal.
2
Gina abre la puerta. Es Adrián, en su impermeable beige, gastado por una decena de años de amoroso uso, el hombro contra el quicio. Se miran.
Adrián estrecha a Gina por la cintura y la besa en los labios, mientras la encamina al dormitorio. Pasa un instante, dos, tres, antes de que la diestra de ella suba a la melena cana de él, y ahí se hunda.
Antes de cruzar el quicio del dormitorio él la levanta en sus brazos, salen.
3
Mientras Gina regresa de la cocina con la cremera:
ANDREA: Directo al… (Hace un gesto que implica hacer el amor.) Eso es lo que se llama un hombre directo. Aunque dices que ya dentro de la cama es menos directo. ¿O es más directo? Es decir, ¿cómo dices que es?
GINA: No, ya dentro es… ay, Dios… (Vierte la crema desde quince centímetros de altura, larga, lentamente.) Ya dentro es…
ANDREA: Mmmhmm. Así está bien de crema, gracias.
GINA: La gloria, Andrea. Ya dentro es la gloria.
ANDREA: ¿Entonces cuál es el problema?
GINA: El problema es cuando llega.
ANDREA: Claro, cuando llega así (truena los dedos) y luego te da la espalda. Te digo qué: se llama “demasiada madre”: lo aprenden con sus mamás, que les dan todo sin pedir a cambio nada.
Gina la mira molesta.
ANDREA: ¿Qué?
GINA: No es eso. El problema, dije, es cuando llega aquí, al departamento.
ANDREA: Ah, aquí al departamento.
GINA: Antes pues de hacer el amor.
ANDREA: Oh, antes.
GINA: Sí, aquí en la sala se inicia esta lucha ridícula. Él tratando de llevarme inmediatamente a la cama y yo tratando de sentarlo en esta sala para tomar un té.
ANDREA: ¿Te quieres casar?
GINA: ¿Casar con él? No. No. ¿Casarme otra vez? No. (Se ríe.) No. (Seria:) No. Para nada. En serio. No.
ANDREA: ¿Porque ya está casado?
GINA: No. Aunque no lo estuviera. De veras.
ANDREA: Y si no te quieres casar con él, ¿para qué quieres tenerlo sentado en la sala?
GINA: Quiero tomarme un té con él, ¿es un pecado?
ANDREA: Tomar un té, en principio, es saludable.
GINA: Antes de que nos empiernemos quiero… quiero reconocerlo —lo veo tan de vez en cuando— y quiero eso: tomarme un té con él.
Suena un teléfono colocado sobre la mesita baja —una melodía romántica—. Las amigas se ven entre sí.