Pancho Villa : La vida y leyenda del bandido, revolucionario y héroe de la Revolución Mexicana
© Gustavo Vázquez Lozano, 2016
Editorial Libros de México
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Prólogo
Ésta es la historia de uno de los mexicanos más célebres de su país y el mundo. El líder campesino que se abrió camino a sangre y fuego hasta la Ciudad de México para sentarse unos segundos en la silla presidencial, sólo “para ver qué se sentía”, y después volver al frente de su ejército popular. “Pancho Villa”, decía la gente de su tiempo, “puede andar 100 kilómetros sin parar, vivir 100 días sin comer, aguantar 100 noches sin dormir y matar 100 hombres sin ningún remordimiento”. La leyenda de Francisco Villa está saturada de heroísmo, tragedia y romanticismo; es la historia de un campesino pobre que se convierte en bandolero por necesidad, por haber vengado una injusticia sobre su familia; la del genio militar que primero huye del gobierno opresor, y después, frente al ejército revolucionario más grande en la historia de su país, lo derrota y se convierte en el liberador de México, sólo para volver a caer en la desgracia cuando sus tropas lo abandonan o son liquidadas por el enemigo. La caballería de Pancho Villa, agregan los mexicanos con algo de orgullo, invadió Estados Unidos, y aunque vinieron a buscarlo, jamás lo pudieron encontrar. Ésta es, cuando menos, la versión que conoce la mayor parte de sus compatriotas, que ciertamente no es la de sus libros de texto. La narración de la vida de Villa pasó por encima de la censura oficial de generación en generación, como hojas navegando a toda velocidad sobre la superficie de un arroyo.
Pero la reconstrucción histórica está llena de matices. ¿Fue un justiciero social o un bandido? ¿Un Robin Hood mexicano, o ladrón y asesino? ¿Estaba él presente cuando sus soldados invadieron Nuevo México? ¿El avance de sus famosos “Dorados” (el nombre de sus tropas) era motivo de vítores o de terror, cuando pasaban por los pueblos rumbo a la captura de la Ciudad de México? Sobre él se han escrito cientos de biografías, las primeras ya desde unos cuantos años después de su muerte. Contar los libros que se decantan por uno u otro lado —héroe o carnicero—, además de imposible, quizá formaría dos pilas de la misma magnitud.
La figura de Francisco Villa ha sido controvertida desde el inicio mismo de su carrera como militar y general del ejército revolucionario. Pero quizá no exista otra más reconocible para encarnar el estereotipo del mexicano en el extranjero, cuando menos hasta hace unos cuantos años. Tampoco hay otro rival histórico que compita en cuanto a fama en otras partes del mundo. Ni Benito Juárez, ni Francisco I. Madero ni José María Morelos, inmaculados héroes nacionales según la historia oficial, son conocidos fuera de los círculos académicos. Tal vez sólo su amigo Emiliano Zapata —a quien Villa vio una sola vez en su vida— tenga un estatus similar. Pero Zapata nunca fue carismático en vida, ni estrella de cine como el norteño. Pancho Villa, con su enorme sombrero, pecho cruzado de balas, pistolas en ambos costados y oscuro bigote, es la versión mexicana del cowboy justiciero y valiente, admirada y a la vez temida en Estados Unidos. Sobre ninguna otra figura de la historia de México se han compuesto más corridos ni se han contado tantas hazañas, muchas de ellas inventadas, pero no por ello menos “ciertas”. Todavía hace unas décadas, los niños mexicanos oían de boca de sus abuelos las correrías de este rebelde, de cómo atrajo a miles de campesinos y formó el ejército más grande de México, la famosa División del Norte; cómo mataba miles de prisioneros sin pestañear, pero era compasivo con los pobres y recogía huérfanos por donde pasaba, para vestirlos, alimentarlos y ponerlos a estudiar. Su ejército, el de los Dorados, no era brutal con quien no lo atacaba: iba repartiendo tierras, animales y algunas monedas a los rancheros despojados y a las viudas de guerra. Un capítulo especial de su vida es cuando anduvo de fugitivo, escondiéndose del ejército de Estados Unidos en sus montañas del norte de México, que nunca pudo encontrarlo, a pesar de que “los gringos” desplazaron cañones, aviones, miles de soldados y ofrecieron una recompensa por su cabeza. Incontables generaciones de compatriotas crecieron oyendo corridos en reuniones familiares donde se rasgueaban las guitarras:
Los soldados que vinieron desde Texas
a Pancho Villa no pudieron encontrar…
Y es verdad, Villa supo cómo esconderse. En la vida y en la muerte. Sin embargo, durante varias décadas, Villa estuvo lejos de ser considerado un héroe en su país. Cuando terminó la Revolución Mexicana, se quedó en una especie de limbo moral. Para la historia oficial, la que escribieron los vencedores, era como una papa caliente y nadie sabía qué hacer con ella. ¿Debía ser incluido entre los héroes de la guerra civil, por su valiosa contribución a la caída del dictador Victoriano Huerta? ¿O entre los malos, por su pasado como bandolero, por su costumbre de matar a quien lo contradijera, por violar las leyes de la guerra justa, porque sus rencillas personales con otros jefes de la Revolución costaron a México casi un millón de muertos?
Sus contemporáneos tuvieron su carita en los billetes de México: Venustiano Carranza, Francisco Madero, Álvaro Obregón, incluso el controvertido Emiliano Zapata. No fue el caso de Villa. Hasta hace unas décadas, todas las capitales de ese país tenían calles y monumentos de otros hombres ilustres —lejos de ser perfectos— como Benito Juárez, Lázaro Cárdenas y Miguel Hidalgo. El primer satélite mexicano llevó al nombre del caudillo de la guerra contra España, José María Morelos, un sacerdote chaparrito y gordo, pero genio militar, de quien Napoleón Bonaparte supuestamente dijo que con diez como él conquistaría el mundo. Sobre Francisco Villa no estaba muy claro si debía merecer honores. Pero en el corazón de la gente humilde, sobrevivió como un héroe. Fue apenas en 1976, más de medio siglo después de su muerte, que sus restos fueros por fin trasladados al Monumento a la Revolución, por un presidente identificado con la izquierda y recordado por su animadversión hacia Estados Unidos.
Ésta es la historia del bandido convertido en revolucionario convertido en héroe popular. El campesino que se abrió camino a sangre y fuego hasta la Ciudad de México para sentarse unos segundos en la silla presidencial, sólo “para ver qué se sentía”, y después volver al frente de su ejército popular. Para la mayoría de sus compatriotas es un héroe, aunque en las escuelas de México los maestros todavía lo presentan con cautela a las nuevas generaciones, que se asombran por primera vez ante el hombre rudo con sombrero y pistolas. Y los más viejos, los que oyeron a sus padres contar las hazañas del Centauro del Norte, anuncian que el mismísimo Villa algún día va a volver a cabalgar por las montañas de México, el día que los pobres no resistan más y estalle una nueva revolución.
S
Supuesta fotografía de Doroteo Arango antes de convertirse en Pancho Villa
Capítulo 1
Un niño llamado Doroteo
Como con todas las grandes figuras, los orígenes de Pancho Villa están envueltos en el misterio, salpicados por la leyenda, con datos difíciles de corroborar. Varios sitios en México se disputan su lugar de nacimiento, los historiadores tienen distintas opiniones sobre cuál fue su verdadero nombre, cómo fue su vida antes de entrar al estrellato y por qué un jovencito llamado Doroteo decidió bautizarse a sí mismo como Pancho Villa. Sobre el nombre “Pancho Villa”, por cierto, también existen dudas. ¿Era el nombre de un antiguo bandolero, el líder de su banda de ladrones o el de su abuelo paterno? El misterio no hace sino aumentar su atractivo en la imaginación de los mexicanos. La reconstrucción más aceptada es que cerca de 1878, un niño llamado Doroteo Arango Arámbula nació en la pobreza en Rancho de la Coyotada, una ranchería de no más de seis humildes casas, que a su vez estaba dentro de la hacienda de Santa Isabel de Berros, en el estado de Durango.
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