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© 2015 por Grupo Nelson®
Publicado en Nashville, Tennessee, Estados Unidos de América. Grupo Nelson, Inc. es una subsidiaria que pertenece completamente a Thomas Nelson, Inc. Grupo Nelson es una marca registrada de Thomas Nelson, Inc. www.gruponelson.com
Título en inglés: Safe in the Arms of God
© 2003 por John MacArthur
Publicado por Thomas Nelson
Publicado en asociación con la agencia literaria de Wolgemuth & Associates, Inc.
«Desatando la verdad de Dios un versículo a la vez» es una marca de Grace to You. Todos los derechos reservados.
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A menos que se indique lo contrario, todos los textos bíblicos han sido tomados de la Santa Biblia, Versión Reina-Valera 1960 © 1960 por Sociedades Bíblicas en América Latina, © renovado 1988 por Sociedades Bíblicas Unidas. Usada con permiso. Reina-Valera 1960® es una marca registrada de la American Bible Society y puede ser usada solamente bajo licencia.
Editora en Jefe: Graciela Lelli
Traducción: José Luis Riverón
Adaptación del diseño al español: Grupo Nivel Uno, Inc.
ISBN: 978-0-52912-0-106
ISBN: 978-0-52912-0-151 (eBook)
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Dedicado a los dulces recuerdos de los pequeños que se han ido al cielo de las familias de mi rebaño; algunos de los padres cuentan sus triunfantes testimonios en este libro.
Contenido
«¿QUÉ ME DICE DEL NIÑO DE DOS AÑOS QUE QUEDÓ APLASTADO bajo los escombros de las Torres Gemelas de Nueva York?».
Larry King me lanzó a quemarropa esta pregunta. Me había invitado a participar como parte de un panel en el programa de televisión «Larry King Live» [Larry King en directo] un sábado por la noche. El programa se grabó poco después de los ataques del 11 de septiembre de 2001 contra Estados Unidos de América. Aunque habíamos estado hablando de cuestiones de vida y muerte, aflicción y esperanza, como parte de este programa, la pregunta del presentador pareció como que surgía de la nada.
«Al instante en el cielo», respondí de inmediato.
El presentador replicó con otra pregunta: «¿Acaso no era pecador?».
De nuevo respondí: «Al instante en el cielo».
Las apremiantes preguntas del presentador revelaban un tema acuciante e inquietante del corazón humano.
¿Cuál es el futuro del pequeño niño que quedó aplastado bajo los escombros de las Torres Gemelas de Nueva York? ¿Qué le pasa a cualquier niño que muere? ¿Qué les sucede al morir a un niño nonato, un bebé, un infante, o incluso a un adulto maduro físicamente, pero mentalmente discapacitado y con la capacidad mental de un niño pequeño? ¿Cuál es el destino de ese «pequeñito» al entrar en la eternidad? Estas preguntas son atormentadoras para muchos padres, cristianos y no cristianos por igual.
Muchas respuestas extrañas y mal fundadas se han dado a esas preguntas en el pasado. Sin embargo, la respuesta correcta empieza de manera muy sencilla: «Al instante en el cielo».
En un ambiente de citas fragmentarias como el del programa «Larry King Live», no tuve la oportunidad de añadir alguna explicación a mi afirmación y, francamente, el presentador no me la pidió. Pareció quedar satisfecho con mi respuesta rápida y categórica, y pasó a otras cuestiones en cuanto a las maneras en que nuestra nación estaba procesando la aflicción y recuperándose de la secuela de ese día terrible y trágico.
Pero creo que usted se merece una respuesta ampliada, porque con toda probabilidad está leyendo este libro después de haber sufrido la pérdida de un niño; o tal vez porque es alguien en la posición, como yo lo he estado demasiadas veces como pastor, de asesorar o dar una voz de aliento a alguna persona que ha perdido a un pequeño. Mi corazón se aflige por cualquier padre o madre que pierde a un hijo, y esto me motivó a investigar en las Escrituras sobre el tema, a fin de poder alcanzarlos y ofrecerles palabras bíblicamente sólidas de consuelo y aliento.
También sospecho que nuestra necesidad de respuestas a las preguntas en cuanto a la muerte de los niños continuará creciendo. Conforme nuestra nación contempla el rol que debemos asumir para enfrentar desastres naturales, hambrunas y situaciones de sufrimiento en lugares distantes, la pregunta siempre surge: «¿Qué pasa con los niños que han muerto o que se enfrentan a una muerte casi inevitable?».
Cuando nuestra nación considera la guerra, surge la pregunta: «¿Qué pasa con los niños inocentes que van a morir?».
Al contemplar la muerte de los niños, muchos de los cuales pertenecen a familias en culturas que siguen religiones falsas o que no participan en ninguna religión, en los corazones de muchos cristianos surge la pregunta: «¿Qué les sucede a esos pequeñitos?».
Nuestras preocupaciones en cuanto a la muerte siempre parecen ser más profundas y dolorosas cuando tenemos que lidiar con la muerte de un niño. Un accidente o una enfermedad parecen especialmente trágicos y conmovedores cuando en estos un pequeño pierde la vida.
Millones mueren… o ¿viven?
La triste y gran realidad es que, a través de toda la historia, cientos de millones, tal vez miles de millones, de niños nonatos, recién nacidos y niños pequeños han muerto. Millones están muriendo en nuestra era.
En la creación original, Adán y Eva vivían sin la realidad de la muerte. De acuerdo con Génesis 1.26–28, a la humanidad se le dio el poder de producir vida en un mundo sin muerte. A Adán y Eva se les ordenó «fructificad y multiplicaos»; que procrearan y llenaran la tierra con hijos que jamás conocerían la muerte. El plan original de Dios era que todas las vidas, una vez concebidas, vivieran por toda la eternidad.
Cuando Adán y Eva pecaron, la muerte se hizo una realidad. La maldición de la muerte en las vidas de los padres originales se volvió la maldición de la muerte en la vida de todo individuo que fuera concebido. La muerte se hizo una realidad no solo para los maduros, sino también para los inmaduros. Desde los primeros días de la historia hasta el presente, no es ninguna exageración especular que la mitad de todas las personas concebidas murieron antes de llegar a la madurez.
Hace poco leí unos datos estadísticos bastante sorprendentes:
• Cerca del veinticinco por ciento de todas las concepciones no llegan a la vigésima semana del embarazo. En otras palabras, por lo menos una de cada cuatro personas concebidas muere en el vientre. El setenta y cinco por ciento de estas muertes tienen lugar en las primeras doce semanas.
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