© 2016 por León Krauze
Publicado por HarperCollins Español® en Nashville, Tennessee, Estados Unidos de América.
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Editora en Jefe: Graciela Lelli
Edición: Madeline Díaz
Diseño: Grupo Nivel Uno, Inc.
ISBN: 978-0-71807-891-1
ISBN 978-0-71807-894-2 (eBook)
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Para Erika y sus ángeles: Mateo, Alejandro y Santiago.
Contenido
Cuando León me contó su idea, me pareció genial. «Voy a poner una mesa en la calle, dos sillas, y esperar a ver qué historias me cuentan», me dijo. El concepto era de una sencillez abrumadora. Sin embargo, la duda consistía en si ese experimento tan simple sería bueno para la televisión. Él no lo dudo ni por un instante.
Obviamente, León estaba en algo.
León es el conductor del noticiero de una de las estaciones de televisión más vistas de Estados Unidos, independientemente del idioma. Cuando la compañía encargada de medir los índices de audiencia hace sus análisis sobre qué es lo que están viendo los grupos que más le interesan a los anunciantes y a los partidos políticos, el Canal 34 de Los Ángeles invariablemente gana o está entre los primeros lugares. ¿Cómo lo logran? León y el departamento de noticias de KMEX (una estación afiliada a la cadena Univisión) conocen a su audiencia mejor que nadie, guían a sus televidentes en los temas que más les importan y, sobre todo, los oyen. Y mucho.
En pocos lugares del país existe una compenetración tan grande entre una estación de televisión y la comunidad a la que sirve. Sus reporteros son también líderes, y a muy pocos les parece que eso viole ninguna regla del periodismo. Al contrario, se trata de un periodismo comprometido. Es el periodismo como servicio: yo, un reportero, trabajo para ti. Pero el televidente también está involucrado.
Para miles, ver el noticiero del Canal 34 es casi una obligación a fin de sobrevivir: te dicen cómo maniobrar los escabrosos cambios de las leyes migratorias, cómo enviar a tus hijos a la universidad, cómo conseguir un seguro de salud y hasta dónde comer los mejores tacos al pastor y de cochinita pibil (acompañados de una buena agua de Jamaica). Por eso hay muchos televidentes que sienten que el 34 es «nuestro canal». Y tienen razón.
Los Ángeles es el centro de la ola latina y se nota. Va un paso adelante. Allí los latinos han pasado de los grandes números a ejercer en un segmento del poder. Eso es nuevo. Y el resto de Estados Unidos está copiando a Los Ángeles. Actualmente somos unos cincuenta y cinco millones de hispanos en este país, pero en unos treinta y cinco años más pasaremos de los cien millones. Uno de tres en este país será como nosotros. Los Ángeles ya sabe lo que se siente.
Y bueno, este es precisamente el contexto en el que aparece la mesa de León.
Le tocó poner la mesa en una de las metrópolis que mejor resumen a la humanidad en el siglo veintiuno. Una punta se dirige a México y América Latina, otra a Washington y Nueva York, una más a Asia, y la cuarta hacia Europa. Nada le es ajeno al Pueblo de Nuestra Señora la Reina de Los Ángeles de Porciúncula. Los Ángeles es el ombligo. Por eso, todos los que se han sentado ahí con León han estado antes sentados en otras partes del mundo. Así, nada parece provinciano. Cada historia es casi universal. Si le cambias el nombre y el lugar (y cierras los ojos), esos cuentos te podrían llevar a los rincones más inhóspitos del mundo.
No obstante, la realidad es que las historias que León ha escuchado en esa mesa son de los que se fueron. Alexis de Tocqueville tenía razón: los ricos y poderosos no se van al exilio. Sí, todos los invitados de León son de otro lado. Llegaron a esa mesa luego de dar muchas vueltas, vivir muchas tragedias, tocar muchas puertas y arriesgarlo todo. Y algunos lo perdieron todo. O casi todo, porque les quedó un poquito de aliento para contarlo.
En este libro vas a escuchar muchas voces. Sin embargo, parecería que la de León —el reportero, el escritor, el entrevistador, el gran escuchador— no está. Si sientes eso, detente y vuelve a leer el párrafo anterior. Te darás cuenta de que detrás de cada historia hay mil preguntas escondidas. ¿Cómo llegaste aquí? ¿Por qué? ¿A quién dejaste? ¿Qué sacrificaste? ¿Lo volverías a hacer? ¿Por qué no regresas? ¿Cómo te ha cambiado la vida? ¿Y ahora qué vas a hacer?
Mientras leo cada historia me voy imaginando las preguntas de León. Es un ejercicio divertido. Sus preguntas no están escritas, pero las escucho como si me las dijera al oído. Las respuestas —amplias, íntimas, únicas— me hablan al mismo tiempo del oficio del que pregunta. García Márquez decía que todos tenemos un león que cazar. León cazando león. Quienes lo hemos visto trabajar sabemos que cuando va de cacería periodística, pocas veces regresa sin la presa. Pero, en este caso no se trata de enfrentar al poderoso, sino de entender al que no tiene poder.
Estas son historias desenterradas por una mesa. Estuvieron a punto de quedarse atrapadas en una casa o una mente. Eran, quizás, historias familiares que solo se le cuentan a los más queridos. O secretos que no se le dicen ni a los más amados. Sin embargo, la televisión, hay que reconocerlo, tiene un atractivo fascinante. He escuchado en una pantalla los secretos más increíbles, esos que uno no reconoce ni siquiera frente al espejo. Se trata de la televisión como confesionario.
Así que León es el que guarda esos secretos. O más bien el que los recibe, los protege, los ordena y les da forma de libro (luego de pasarlos por la lavadora de la televisión). Algo extraordinario tiene que suceder para que un completo extraño se convierta de pronto en la persona que escucha la verdadera historia de tu vida.
¿Qué hace que alguien de repente vea una silla vacía frente a una mesa y decida sentarse a contarle todo a un periodista? Esa es la magia de la mesa de León. Se requiere de un talento muy especial para darle confianza a la gente a los pocos segundos de conocerla. Eso, generalmente, toma tiempo. Brindar confianza es un paquete completo, no basta con ser amable, y el lenguaje corporal tiene que ser preciso.
Hacer periodismo en televisión requiere, como en cualquier otro medio, un rigor profesional. Pero, tiene también su aspecto de «desempeño». No es actuación. Eso sería reaccionar falsamente ante la realidad. Implica estar consciente de que todo lo que haces está siendo grabado. Por eso, lo más difícil en la televisión es ser natural. En la mesa de León tienes la impresión de que los dos participantes no saben que los están grabando. Y, sin embargo, nada se le escapa a las cámaras.
Ahí, en esa mesa, Nélida cuenta cómo se fue de casa con absoluta determinación: «Es una de dos, o llego o no llego». En esa mesa Manuel nos explica lo que ha aprendido de la vida: «La clave es darse cuenta de que las cosas no se le dan a uno de forma automática». En esa mesa Ernestina aclara qué amor prefiere: «El dolor de perder el amor nunca se supera, pero yo no iba a dejar que mis hijos se murieran de hambre». En esa mesa Pablo cae en la nostalgia: «De pequeño fui pobre, pero muy feliz». En esa mesa Esteban nos dice qué tan grande fue su sacrificio: «No había tiempo para cansarse o enfermarse». En esa mesa Jessica se hizo la pregunta más difícil de su vida: «Muchas veces me pregunto si mi vida hubiera sido distinta si mi padre no hubiera sido deportado». En esa mesa Carmen recuerda cómo recibió de su hijo la mejor noticia de su vida: «Se me queda mirando y me dice: “Estoy aceptado a la universidad MIT”».
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