Gioconda Belli
El Infinito En La Palma De La Mano
© Gioconda Belli, 2008
Este libro está dedicado a las víctimas anónimas de la guerra de Irak
Y Babilonia se convertirá en ruinas, habitación de chacales, un espanto y un chillido desierto de vida.
JEREMÍAS LI 37
Y el final de todas nuestras exploraciones será llegar al lugar donde comenzamos y conocerlo por primera vez.
T. S. ELIOT
Para ver el mundo en un grano de arena,
Y el Cielo en una flor silvestre,
Abarca el infinito en la palma de tu mano
Y la eternidad en una hora.
W. BLAKE
Esta novela se originó en el asombro de descubrir lo desconocido en una historia que, por antigua, creía conocer de toda la vida.
Aunque siempre sentí fascinación por la narración bíblica del principio del mundo y sus primigenios protagonistas, la idea de reconstruir el drama de Adán y Eva en el Paraíso Terrenal fue el resultado de un hecho fortuito.
Forzada a esperar largo rato en la biblioteca de un familiar -una habitación pequeña con estantes en las cuatro paredes y cajas con tomos polvorientos apiladas en el suelo-, mis ojos vagaron por los anaqueles hacia los lomos de los libros. Sabía que eran ejemplares antiguos que el dueño terminaba de desempacar de una bodega donde habían estado guardados muchos años. Una colección de volúmenes marrones cuyos lomos acusaban el paso del tiempo llamó mi atención. Sobre el canto, en letras doradas, se leía el título: Libros sagrados y literatura antigua de Oriente. Más abajo especificaba: Babilonia, India, Egipto… hasta llegar al último tomo titulado: Grandes libros secretos.
Tomé este misterioso ejemplar y abrí intrigada sus amarillentas páginas. Según la introducción, se trataba de textos apócrifos, versiones del Viejo y Nuevo Testamento que, si bien habían sido escritas en la antigüedad, lo mismo que las versiones oficiales que componen la Biblia que hoy conocemos, no habían sido incorporadas por distintas razones al canon eclesiástico. Era una recopilación, afirmaba, de los grandes libros rechazados por quienes editaron los textos sagrados. Entre éstos figuraban los libros de Enoch, el Apocalipsis de Baruk, El Libro Perdido de Noé, Los Evangelios de Nicodemo y los Libros de Adán y Eva, que incluían: Las vidas de Adán y Eva, el Apocalipsis de Moisés y el libro Eslavónico de Eva.
Presa de la excitación de quien hace un apasionante descubrimiento, leí en primer lugar el texto sobre las vidas de Adán y Eva. La narración se iniciaba con la salida de ellos del Paraíso y contaba los trabajos y desconciertos que pasaron al encontrarse súbitamente despojados de todos sus privilegios en un mundo solitario y desconocido. Leyendo el texto apócrifo evoqué tan vívidamente la historia que aquella tarde decidí escribir sobre Adán y Eva.
Me tomó varios años investigar manuscritos e historias bíblicas perdidas. La búsqueda me condujo desde los pergaminos de la biblioteca de Nag Hammadi, encontrados por pastores en las cuevas del Alto Egipto en 1944, a los famosos y crípticos Pergaminos del mar Muerto, hallados en Wadi Qumran en 1947, hasta los Midrás, comentarios escritos durante siglos por doctos rabinos judíos, en su afán de aclarar el lenguaje poético, a veces oscuro, a veces contradictorio del Viejo Testamento.
Descubrí así que aunque Adán y Eva sólo ocupan cuarenta versículos del Génesis, su historia y la de sus hijos: Caín y Abel, Luluwa y Aklia, aparecen en numerosas relaciones e interpretaciones arcaicas.
Alimentada por estas lecturas llenas de revelaciones y fantásticas inferencias, di rienda suelta a mi imaginación para evocar en esta novela los entretelones insospechados de este antiguo drama, el paisaje surrealista del Paraíso y la vida de esta inocente, valiente y conmovedora pareja.
Sin ser religiosa, pienso que hubo una primera mujer y un primer hombre y que esta historia bien pudo haber sido la suya.
Ésta es pues una ficción basada en las muchas ficciones, interpretaciones y reinterpretaciones que alrededor de nuestro origen ha tejido la humanidad desde tiempos inmemoriales.
Es, en su asombro y desconcierto, la historia de cada uno de nosotros.
Gioconda Belli
I HOMBRE Y MUJER LOS CREÓ
Y fue.
Súbitamente. De no ser, a ser consciente de que era. Abrió los ojos, se tocó y supo que era un hombre, sin saber cómo lo sabía. Vio el Jardín y se sintió visto. Miró a todos lados esperando ver a otro como él.
Mientras miraba, el aire bajó por su garganta y el frescor del viento despertó sus sentidos. Olió. Aspiró a pleno pulmón. En su cabeza sintió el revoloteo azorado de las imágenes buscando ser nombradas. Las palabras, los verbos surgían limpios y claros en su interior a posarse sobre cuanto lo rodeaba. Nombró y vio lo que nombraba reconocerse. La brisa batió las ramas de los árboles. El pájaro cantó. Las largas hojas abrieron sus manos afiladas. ¿Dónde estaba?, se preguntó. ¿Por qué aquel cuya mirada lo observaba no se dejaba ver? ¿Quién era?
Caminó sin prisa hasta que cerró el círculo del sitio donde le había sido dado existir. El verdor, las formas y colores de la vegetación cubrían el paisaje y se hundían en su mirada causándole alegría en el pecho. Nombró las piedras, los riachuelos, los ríos, las montañas, los precipicios, las cuevas, los volcanes. Observó las pequeñas cosas para no desairarlas: la abeja, el musgo, el trébol. A ratos, la hermosura lo dejaba alelado, sin poder moverse: la mariposa, el león, la jirafa, y el golpeteo estable de su corazón acompañándolo como si existiera, aparte de su querer o saber, con un ritmo cuyo propósito no le había sido dado adivinar. Con sus manos experimentó el cálido aliento del caballo, el agua gélida, la aspereza de la arena, las escurridizas escamas de los peces, la suave melena del gato. De vez en cuando se giraba de súbito esperando sorprender al Otro cuya presencia era más leve que el viento, aunque se le parecía. El peso de su mirada, sin embargo, era inequívoco. Adán lo percibía sobre la piel igual que la luz inalterable que envolvía constante el Jardín y que alumbraba el cielo con un aliento resplandeciente.
Después que hizo cuanto estaba supuesto a hacer, el hombre se sentó en una piedra a ser feliz y contemplarlo todo. Dos animales, un gato y un perro, vinieron a echarse a sus pies. Por más que intentó enseñarles a hablar, sólo logró que lo miraran a los ojos con dulzura.
Pensó que la felicidad era larga y un poco cansada. No la podía tocar y no encontraba oficio para sus manos. Los pájaros eran muy veloces y volaban muy alto. Las nubes también. A su alrededor los animales pastaban, bebían. Él se alimentaba de los pétalos blancos que caían del cielo. No necesitaba nada y nada parecía necesitarlo. Se sintió solo.
Puso la nariz sobre la tierra y aspiró el olor de la hierba. Cerró los ojos y contempló círculos concéntricos de luz tras sus párpados. Contra su costado, la tierra húmeda aspiraba y exhalaba imitando el sonido de su respiración. Lo invadió una modorra sedosa y mullida. Se abandonó a la sensación. Más tarde recordaría el cuerpo abriéndosele, el tajo dividiéndole el ser y extrayendo la criatura íntima que hasta entonces habitara su interior. Apenas podía moverse. El cuerpo en su encarnación de crisálida actuaba sin que él pudiese hacer nada más que esperar en la semi-inconsciencia por lo que fuera que sobrevendría. Si algo tenía claro era el tamaño de su ignorancia, su mente llena de visiones y voces para las cuales no tenía ninguna explicación. Dejó de interrogarse y se abandonó al peso de su primer sueño.
Despertó recordando su inconsciencia. Se entretuvo reconociendo las facultades de su memoria, jugando a olvidar y recordar, hasta que vio a la mujer a su lado. Se quedó quieto observando su atolondramiento, el lento efecto del aire en sus pulmones, de la luz en sus ojos, la fluida manera con que se acomodaba y reconocía. Imaginó lo que estaría ocurriéndole, el lento despertar de la nada al ser.
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