Índice
Michele Filgate
Cathi Hanauer
Melissa Febos
Kiese Laymon
Elogios para Cosas que nunca hablé
con mi madre
Una de las lecturas más esperadas de la Selección 2019 de Publishers Weekly , BuzzFeed , The Rumpus , Lit Hub y The Week .
«Un fascinante conjunto de reflexiones sobre lo que significa ser hijo o hija… La variedad de historias y estilos representados en esta colección hace de ella una lectura rica y gratificante».
— Publishers Weekly
«Estas son las historias más difíciles de contar en el mundo, pero se cuentan con una gracia absoluta. Devorarás estas historias, hermosamente narradas y de inmensa relevancia, sobre honestidad, dolor y resiliencia».
—Elizabeth Gilbert, autora de Comer, rezar, amar ,
bestseller en The New York Times
«Los ensayos en esta antología te llevarán por momentos crudos, tiernos, audaces y sabios, para explorar las relaciones de los escritores con sus madres. Felicitaciones a Michele Filgate por esta fascinante contribución a una conversación vital».
—Claire Messud, autora del bestseller
La niña en llamas
«Estas luminarias literarias, incluida la propia Filgate, prueban cómo el silencio nunca es ni remotamente valioso sino hasta que se extrae de las inquietantes verdades que se encuentran dentro de nuestras relaciones más primarias: las que establecemos con nuestras madres. Estremecedores, valientes, a veces hilarantes y en ocasiones tan abrasadores que podrían destrozar tu corazón, estos ensayos sobre el amor, o la aterradora carencia de él, no solo rompen el silencio, sino que dejan entrar la luz y dan testimonio con gracia, comprensión y una escritura tan hermosa que te encontrarás memorizando sus líneas».
—Caroline Leavitt, autora de Is This Tomorrow
(¿Esto es mañana?) y Pictures of You (Fotos de ti),
bestsellers en The New York Times
«Esta colección de relatos que giran en torno a las madres y el silencio nos rompe el corazón y luego nos lo devuelve cuidadosamente cosido, junto con aquello que cargamos en nuestros cuerpos durante toda nuestra vida».
—Lidia Yuknavitch, autora del bestseller The Misfit’s
Manifesto (El manifiesto de los inadaptados)
«Esta es una rara colección que tiene el poder de romper silencios. Estoy asombrado del talento que Filgate ha reunido aquí; cada uno de estos escritores ofrece un argumento realmente profundo sobre por qué las palabras son importantes y por qué las palabras no enunciadas pueden ser más importantes aún».
—Garrard Conley, autor de Boy Erased (Identidad
borrada) , bestseller en The New York Times
«¿Quién mejor para discutir una de nuestras verdades surrealistas más compartidas —que todos somos, por siempre, para bien o para mal, hijos de alguien— que esta impresionante lista de escritores? Las madres en esta colección son terribles, maravillosas, imperfectas, humanas, trágicas, triunfantes, complejas, simples, incomprensibles, comprensivas, desquiciadas, desgarradoras y desgarradas. A veces, todo al mismo tiempo. Estaré pensando en este libro, ponderándolo y dando clases a partir de él, durante mucho tiempo».
—Rebecca Makkai, autora de The Great Believers
(Los grandes creyentes)
Para Mimo y Nana
«Porque es una lástima muy grande no decir nunca lo que uno siente…»
—Virginia Woolf, La señora Dalloway
POR MICHELE FILGATE
E n el primer día frío de noviembre, cuando el clima era tan helado que finalmente tuve que reconocer que había llegado el momento de sacar mi abrigo de invierno del clóset, se me antojó algo cálido y sabroso. Me detuve en la carnicería local, en mi vecindario en Brooklyn, y compré un cuarto de kilo de tocino y un kilo de carne de res.
En casa, lavé y piqué los champiñones, les quité los tallos y sentí cierta satisfacción al observar cómo la tierra se arremolinaba en el desagüe. Puse música navideña, aunque ni siquiera estaba cerca el Día de Acción de Gracias, y mi pequeño departamento se impregnó de un olor reconfortante: cebolla, zanahoria, ajo y grasa de tocino cociéndose a fuego lento en la estufa.
Cocinar la ternera a la bourguignon de Ina Garten es una manera de sentirme cerca de mi madre. Revolver el fragante estofado me hace volver a la cocina de mi infancia, donde mi madre pasaba una buena parte de su tiempo cuando no estaba en el trabajo. En la temporada de fiestas decembrinas, ella solía hornear galletas de semillas de amapola rellenas de mermelada de frambuesa o flores de mantequilla de cacahuate, y yo la ayudaba con la masa.
Mientras preparo la comida, siento la presencia de mi madre en la habitación. No puedo cocinar sin pensar en ella, porque la cocina es donde ella se siente más como en casa. Al agregar el caldo de carne y el tomillo fresco, me reconforta el simple acto de la creación. Si usas los ingredientes correctos y sigues las instrucciones, emerge algo que agrada a tu paladar. Aun así, para el final de la noche, a pesar de mi estómago lleno, me queda un dolor punzante en las entrañas.
Mi madre y yo no hablamos tan a menudo. Hacer una receta es un acuerdo conmigo misma que puedo ejecutar con facilidad; hablar con mi madre no es tan simple, tampoco lo fue escribir mi ensayo para este libro.
Me llevó doce años escribir el ensayo que condujo a esta antología. Cuando comencé a escribir Cosas que nunca hablé con mi madre era una estudiante en la Universidad de New Hampshire, impresionada por la influyente colección de ensayos de Jo Ann Beard, The Boys of My Youth (Los niños de mi juventud). Leer ese libro fue el primer acontecimiento que me mostró lo que en verdad es un ensayo personal: un lugar donde un escritor puede asumir el control de su propia historia. En ese momento estaba llena de rabia hacia mi padrastro abusivo, me perseguían recuerdos todavía demasiado recientes. Su dominio sobre mi casa era tal que yo anhelaba desaparecer, hasta que, por fin, lo hice.
De lo que no me di cuenta en ese entonces fue de que este ensayo no era realmente sobre mi padrastro; la verdad era mucho más complicada y difícil de enfrentar. Me tomó años confrontar y articular las verdades centrales detrás de mi ensayo: de lo que yo quería (y necesitaba) escribir era sobre mi fracturada relación con mi madre.
Longreads publicó mi ensayo en octubre de 2017, justo después de que estallara la historia de Weinstein y el movimiento #MeToo se hiciera famoso. Era el momento perfecto para romper mi silencio, pero la mañana en que se publicó desperté temprano en la casa de un amigo en Sausalito, incapaz de dormir, temblando a causa de cómo me sentía por lanzar al mundo un texto sobre un tema tan sensible. El sol apenas salía cuando me senté afuera y abrí mi computadora portátil. El aire estaba lleno de humo debido a incendios forestales cercanos y llovía ceniza sobre mi teclado. Sentía como si todo el mundo estuviera ardiendo; como si hubiera prendido fuego a mi propia vida. Vivir con el dolor de mi tensa relación con mi madre es una cosa, inmortalizarlo en palabras es un nivel por completo distinto.
Hay algo profundamente solitario en confesar tu verdad. La cuestión era que en realidad no estaba sola… Incluso por un breve instante, todo ser humano tiene una madre. Esa conexión madre-hijo es complicada. Sin embargo, vivimos en una sociedad con días festivos que presuponen una relación feliz. Cada año, cuando se acerca el Día de la Madre, me preparo para la avalancha de publicaciones en Facebook que rinden homenaje a esas mujeres fuertes y amorosas que criaron a su descendencia. Siempre me alegra ver cómo celebran a las madres, aunque para una parte de mí también es doloroso. Hay una gran cantidad de personas a quienes este día les recuerda lo que falta en sus vidas: para algunos, es el intenso dolor que conlleva perder a una madre demasiado pronto o incluso nunca haberla conocido. Para otros, es darse cuenta de que su madre, aunque viva, no sabe cómo cuidarlos.