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Philip Roth - Pastoral americana

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Philip Roth Pastoral americana
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    Pastoral americana
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Pastoral americana: resumen, descripción y anotación

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Luz

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9

Había una llamada telefónica para el Sueco. Una de las chicas salió de la cocina y se lo dijo.

—Creo que es de Checoslovaquia —le susurró.

Respondió a la llamada en el estudio de Dawn en la planta baja, donde Orcutt ya había dejado la gran maqueta en cartulina de la nueva casa. Tras dejar a Jessie en la terraza con el Sueco, sus padres y las bebidas, Orcutt debía de haber regresado a la furgoneta en busca de la maqueta, la había llevado al estudio de Dawn y depositado en la mesa, antes de entrar en la cocina para ayudarle a limpiar las mazorcas.

Rita Cohen estaba al aparato. Sabía lo de Checoslovaquia porque «ellos» le estaban siguiendo: le habían seguido a principios del verano hasta el consulado checo, luego le habían seguido al hospital veterinario y al refugio de Merry, donde ésta le había dicho que no existía la tal Rita Cohen.

—¿Cómo puede hacerle esto a su propia hija? —le preguntó.

—No le he hecho nada a mi hija. Fui a verla. Usted me escribió diciéndome dónde estaba.

—Le habló del hotel. Le dijo que no follamos.

—No mencioné ningún hotel. No sé a qué viene todo esto.

—Me está mintiendo. Le dijo a su hija que no había follado conmigo. Le advertí sobre eso, se lo advertí en la carta.

Delante del Sueco estaba la maqueta de la casa. Ahora veía lo que no había sido capaz de imaginar a partir de las explicaciones de Dawn, de qué manera el largo tejado del cobertizo dejaba que la luz llegara al pasillo principal a través de las altas ventanas a lo largo de la fachada. Sí, ahora veía cómo el sol trazaría un arco en el cielo meridional y la luz bañaría (y qué feliz parecía sentirse ella con sólo decir «bañaría» después de «luz») las paredes blancas, cambiándolo así todo para cada uno.

El tejado de cartulina era desmontable, y el Sueco, al alzarlo, pudo examinar las habitaciones. Todos los tabiques interiores estaban en su lugar, había puertas y armarios, y en la cocina alacenas, un frigorífico, el lavavajillas, los fogones. Orcutt incluso había instalado en la sala de estar minúsculos muebles también de cartulina, un escritorio con pedestal en la pared oeste, donde estaban las ventanas, un sofá, rinconeras, una otomana, dos butacas grandes, una mesa baja ante el hogar alzado de la chimenea que ocupaba toda la anchura de la sala. En el dormitorio, al otro lado de la ventana salediza, donde estaban los cajones empotrados (cajones de estilo Shaker, según Dawn) la gran cama aguardaba a sus dos ocupantes. En la pared, a cada lado de la cabecera, había estantes empotrados para libros. Orcutt había hecho unos libros que ocupaban los estantes, libros de cartulina en miniatura. Incluso se podían leer los títulos en los lomos. Era diestro en tales menesteres, más diestro, a juicio del Sueco, que con los pinceles. Sí, ¿no sería la vida mucho menos fútil si pudiéramos hacer las cosas a escala de 0,45 cm. por metro? Lo único que faltaba en el dormitorio era una polla de cartulina que tuviera inscrito el nombre de Orcutt. El arquitecto debería haber hecho un modelo a escala 0,45 de Dawn boca abajo, con el culo al aire y su polla entrándole por detrás. Habría sido bonito que el Sueco también hubiera descubierto eso mientras estaba en pie al lado del escritorio, contemplando el sueño en cartulina de Dawn al mismo tiempo que absorbía el furor de Rita Cohen.

«¿Qué tenía que ver Rita Cohen con el jainismo?», se preguntó el Sueco, «¿qué tiene que ver una cosa con la otra? No, Merry, eso no tiene coherencia. ¿Qué tiene que ver contigo ese desvarío, cuando tú ni siquiera harías daño al agua? Nada tiene coherencia, nada concuerda. Sólo concuerda en tu cabeza. En ninguna otra parte hay la menor lógica».

Rita ha rastreado a Merry, la ha seguido, la ha localizado, ¡pero no están relacionados con ella y nunca lo han estado! ¡Ésa es la lógica!

«Has ido demasiado lejos. vas demasiado lejos. ¿Crees que puedes dirigir el espectáculo, p-p-p-papá? ¡No diriges nada!»

Pero que dirigiera o no el espectáculo era ya lo de menos, porque si Merry y Rita Cohen estuvieran relacionadas de alguna manera, si Merry le hubiera mentido al decirle que no conocía a Rita Cohen, con la misma facilidad podría haberle mentido cuando le dijo que Sheila la había cobijado después del atentado. Si fuese así, cuando Dawn y Orcutt huyeran para vivir en su casa de cartulina, después de todo él y Sheila huirían a Puerto Rico. Y si, como resultado, el padre del Sueco caía muerto… pues bien, habría que enterrarlo. Eso era lo que harían: enterrarlo a bastante profundidad.

(En seguida recordó la muerte de su abuelo y cómo afectó a su padre. El Sueco era un chiquillo de siete años. La noche anterior habían trasladado con urgencia a su abuelo al hospital, y el padre y los tíos se pasaron toda la noche junto a la cama del viejo. Cuando su padre regresó a casa eran las siete y media de la mañana. El abuelo del Sueco había muerto. El padre bajó del coche, se dirigió a los escalones de entrada a la casa y se sentó. El Sueco le observaba desde la sala de estar, detrás de las cortinas. Su padre no se movió, ni siquiera cuando la madre del Sueco se acercó para consolarlo. Permaneció sentado sin moverse durante una hora, encorvado, con los codos en las rodillas y el rostro oculto en las manos. Tal era la carga de lágrimas que contenía su cabeza que debía sostenerla con sus dos fuertes manos para evitar que se derramaran. Cuando pudo alzar la cabeza, subió de nuevo al coche y se fue al trabajo.)

«¿Miente Merry? ¿Le han lavado el cerebro? ¿Es lesbiana? ¿Es la pareja de Rita? ¿Es Merry quien está al frente de la demencial situación? ¿No se proponen más que torturarme? ¿En eso consiste todo el juego, en torturarme y atormentarme? No, Merry no miente, Merry está en lo cierto. Rita Cohen no existe. Si Merry lo cree, yo también.»

No tenía que escuchar a alguien que no existía. El drama que había creado no existía. Sus odiosas acusaciones no existían. Ni su autoridad ni su poder existían. Si ella no existía, jamás podría tener poder alguno. ¿Era posible que Merry tuviera aquellas creencias religiosas y que, además, fuese amiga de Rita Cohen? Sólo había que oír a Rita Cohen aullar por teléfono para saber que para ella no existía ninguna forma de vida sagrada ni en la tierra ni en el cielo. ¿Qué tenía ella que ver con morir voluntariamente de hambre, con el Mahatma Gandhi y Martin Luther King? No existe porque no encaja. Ésas ni siquiera son sus palabras. No son las palabras de una joven. Son unas palabras que carecen de base. Está imitando a alguien. Alguien le ha dicho lo que debe hacer y decir. Desde el principio eso ha sido una actuación. Ella misma es un personaje representado; no ha llegado a esto por sí misma. Hay alguien detrás de ella, alguien corrupto, cínico y distorsionado que incita a los jóvenes a hacer esas cosas, que despoja a una Rita Cohen y una Merry Levov de todo lo bueno que constituía su herencia y los atrae a esa representación.

—¿Hará que vuelva a los estúpidos placeres de ustedes? ¿Le obligará a abandonar su santidad para incorporarla a ese superficial y desalmado simulacro de vida? La suya es la especie más vil de esta tierra, ¿todavía no lo sabe? ¿Cree de veras que usted, con su concepto de la vida, usted que se regodea impune en el delito de su riqueza, tiene algo que ofrecer a esta mujer? ¿Quiere decirme qué es exactamente? ¡Una vida de mala fe hasta las heces, eso es lo que le ofrece, el colmo de la propiedad que chupa la sangre! ¿No sabe quién es esta mujer? ¿No percibe en qué se ha convertido? ¿No tiene el menor atisbo de aquello con lo que está en contacto?

La perenne denuncia de la clase media por parte de alguien que no existía; la celebración de la degradación de su hija y el vituperio de su clase: ¡ Culpable!, dictaminado por alguien que no existía.

—¿Va a separarla de mí? ¿Usted, que sintió náuseas cuando la vio? ¿Que sintió náuseas porque se niega a que la capture en su pequeño universo moral de mierda? Dígame, Sueco, ¿cómo ha llegado a ser tan listo?

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