A Ben y Aaron, Emilie y Ted
A GRADECIMIENTOS
E l diseño de mercados es un deporte en equipo, así que tengo una enorme deuda de gratitud con todos los que se han ocupado de los mercados reportados aquí, a muchos de los cuales se les menciona en el curso del texto. Resulta que hacer un libro también es un deporte en equipo, más de lo que imaginé. Recibí mucha ayuda para este trabajo, y habría recibido más si yo fuera más fácil de ayudar. Mención especial merecen mi agente, Jim Levine; Tim Gray, quien entrevistó a participantes en el intercambio de riñones y la selección de escuelas; Mike Malone, quien volvió mis párrafos más cortos y claros (y sabe mucho sobre los Sooners), y Eamon Dolan, mi editor, quien tenía ideas muy precisas sobre lo que debía incluirse en este libro y lo que no. Gracias también a Barbara Jatkola por su cuidadosa corrección de estilo, y a Atila Abdulkadiroğlu, Eric Budish, Neil Dorosin, Alexandru Nichifor y Parag Pathak por su atenta lectura y agudos comentarios.
PARTE I
L OS MERCADOS ESTÁN EN TODAS PARTES
1
I NTRODUCCIÓN:
CADA MERCADO CUENTA UNA HISTORIA
E ran las cinco de la mañana de un día de abril de 2010. Ocho equipos de cirujanos se preparaban para operar a ocho pacientes en cuatro ciudades diferentes. Cuatro personas sanas donarían uno de sus riñones a alguien que no conocían, y los cuatro receptores, aquejados por una enfermedad renal terminal, tendrían una nueva esperanza de vida.
A esa misma hora, Jerry y Pamela Green estudiaban el clima en la mesa de la cocina de su casa, en Lincoln, Massachusetts. Muy pronto volarían como voluntarios a Lebanon, New Hampshire, para recoger uno de esos riñones, llevarlo a Filadelfia, recoger otro ahí y llevarlo a Boston. (Otros dos pilotos transportarían los dos riñones adicionales.) Puesto que habían identificado el vuelo de su pequeño avión con el nombre de “Salvavidas”, en el sentido de urgencia médica, los controladores de tráfico aéreo los guiarían sin chistar por uno de los espacios aéreos más transitados del mundo, sobre el río Hudson y el aeropuerto de Newark hasta Filadelfia, donde estaba previsto que aterrizarían de inmediato. Su paso retrasaría brevemente a varios jets con cientos de pasajeros.
Los riñones para trasplante son escasos. Igual el espacio aéreo: un avión consume varios cientos de dólares por minuto en combustible, y sólo uno de ellos puede ocupar un bloque de espacio aéreo en un momento dado. También el tiempo de los pasajeros es costoso. Planear quién recibiría ese día de abril cuál riñón, qué sala de operaciones y cuál ruta de vuelo requeriría en cada ámbito la asignación de recursos escasos, así que quizá sea razonable pensar que, cuando no está volando un pequeño avión, Jerry Green sea profesor de economía en Harvard.
La economía tiene que ver con la eficiente asignación de recursos escasos, y con volver menos escasos los recursos.
Esos riñones y vuelos no fueron los únicos recursos escasos asignados para juntarlo todo aquel día en que se salvaron cuatro vidas. Años antes, cada uno de esos cirujanos había sido admitido en una escuela de medicina y avanzado por medio de becas y residencias quirúrgicas. En cada etapa, ellos habían competido con otros aspirantes a médicos. El propio Jerry tuvo que pasar por una serie parecida de competencias para conseguir empleo. Antes de iniciar su especialización profesional, él y esos cirujanos habían sido admitidos en universidades, y antes de eso Jerry fue aceptado en Stuyvesant, la preparatoria pública más selectiva de Nueva York.
Nótese que ninguna de esas cosas —riñones, lugares en escuelas competitivas, codiciados empleos— puede ser adquirida por la persona dispuesta a pagar más, o a trabajar por el salario menor. En cada caso, debe hacerse una asignación.
Emparejamiento
Cuenta el Talmud que un día le preguntaron a un rabino qué había hecho el Creador del universo desde la creación. El rabino contestó: “Formar parejas”. Después, el relato aclara por qué formar parejas —en este caso, matrimonios afortunados— no sólo es importante, sino también difícil, “tan complicado como dividir el Mar Rojo”.
Emparejamiento (o pareo, o, en algunos casos, apareamiento; en inglés: matching y matchmaking) es el término que los economistas usamos para referirnos a la forma en que los individuos obtenemos el gran número de cosas que elegimos en la vida y que también deben elegirnos a nosotros. Tú no puedes, sin más, informar a Yale University que ya estás inscrito en ella, o a Google que ya llegaste a trabajar. También debes ser admitido o contratado. Yale y Google tampoco pueden dictar quién solicitará ingresar en ellas, así como un cónyuge no puede simplemente elegir al otro: asimismo, cada cual tiene que ser elegido.
Por lo general, existe un entorno estructurado de emparejamiento —una especie de proceso de solicitud y selección— mediante el cual ocurren ese cortejo y elección. Tales procesos de pareo, y lo bien que los sorteamos, determinan algunos de los momentos más importantes de nuestra vida, aunque también muchos de los menos importantes. El emparejamiento establece no sólo quién es admitido en las mejores universidades, sino también qué estudiantes ingresan en los cursos más populares y cuáles viven en los mejores dormitorios. Después de la universidad, determina quién consigue los mejores empleos y quién tiene las mejores oportunidades de ascenso. A veces, el emparejamiento es el guardián de la vida misma, como cuando determina qué pacientes gravemente enfermos reciben el trasplante de órganos escasos.
Aun si las parejas se hacen en el cielo, también se encuentran en los mercados. Y éstos, como las historias de amor, comienzan con deseos. Contribuyen a definir y satisfacer esos deseos, reuniendo a compradores y vendedores, estudiantes y maestros, buscadores de empleo y de empleados, e incluso a quienes buscan amor.
Hasta hace poco los economistas solían pasar por alto el emparejamiento y concentrarse en los mercados de bienes, donde los precios son los que determinan quién obtiene qué. En un mercado de bienes, tú decides qué quieres, y si te lo puedes permitir, lo consigues. Al comprar cien acciones de AT & T en la Bolsa de Valores de Nueva York no tienes que preocuparte acerca de si el vendedor va a escogerte o no. No tienes que presentar una solicitud ni seguir ningún tipo de cortejo. De igual manera, el vendedor no tiene que convencerte. El precio ejecuta todo el trabajo, haciendo que el vendedor y tú confluyan en el punto en que la oferta es igual a la demanda. En la Bolsa de Nueva York, el precio decide quién obtiene qué.
Pero en los mercados de emparejamiento, los precios no operan así. Asistir a la universidad es caro y no todos pueden permitírselo. Sin embargo, esto no se debe a que una universidad cobre colegiaturas sólo hasta el punto en que los estudiantes que pueden permitírsela sean tantos como los que ella puede atender, es decir, hasta que la demanda sea igual a la oferta. Al contrario, las universidades selectivas, aun siendo caras, tratan de ofrecer colegiaturas bajas para que muchos estudiantes quieran asistir a ellas, y luego admiten a una fracción de quienes lo solicitan. Además, no pueden sólo elegir a sus alumnos; también tienen que atraerlos, proporcionándoles visitas, instalaciones de primera, ayuda económica y becas, ya que muchos de ellos son admitidos en más de una escuela. De igual modo, gran número de compañías no reducen sus salarios hasta llenar sus filas con desesperados. Quieren a los empleados más capaces y comprometidos, no a los más baratos. En el mundo laboral, el cortejo suele seguir ambas direcciones: las empresas ofrecen buenos salarios, prestaciones, así como perspectivas de ascenso, y los candidatos dejan ver su pasión, acreditaciones e ímpetu. La admisión en una universidad y los mercados de trabajo se parecen mucho al cortejo y al matrimonio: unos y otros son un mercado de emparejamiento bilateral que, para ambas partes, implica buscar y atraer. Un mercado supone emparejamiento cada vez que el precio no es lo único que determina quién obtiene qué.
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