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Rafael Fernández de Castro - Los objetos en el espejo

Aquí puedes leer online Rafael Fernández de Castro - Los objetos en el espejo texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2019, Editor: Siglo XXI Editores México, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Rafael Fernández de Castro Los objetos en el espejo

Los objetos en el espejo: resumen, descripción y anotación

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Los objetos en el espejo es una novela vagamente inspirada en el caso real de una adolescente mexicana que fue abusada sexualmente por cuatro de sus compañeros de clase durante una noche de juerga. La trama se desarrolla tras la supuesta violación multitudinaria y consecuente desaparición de la niña en Valle de Bravo, un pueblo de veraneo frecuentado por las élites de Ciudad de México. La historia es narrada a través de un periodista ávido de publicar un reportaje que le permita restablecer su credibilidad y uno de los jóvenes que atestigua el crimen. La agresión sexual y el posible feminicidio de la desaparecida se abordan desde la óptica de dos personajes masculinos que aman a las mujeres pero que de manera subconsciente pueden llegar a pisotear a aquéllas con las que se relacionan. Ésta no es una novela sobre una secta, un asesino serial o redes de tráfico de personas. Es una historia sobre cómo en dado momento los hombres buenos, comunes y corrientes, pueden ser partícipes de la crisis de violencia de género que azota México.

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Los objetos en el espejo - image 1

la creación literaria

Rafa Fernández de Castro

Los objetos en el espejo

16o. Premio Internacional de Narrativa, 2018

Los objetos en el espejo - image 2

Los objetos en el espejo - image 3

siglo xxi editores, méxico
CERRO DEL AGUA 248, ROMERO DE TERREROS, 04310 MÉXICO, DF
www.sigloxxieditores.com.mx

siglo xxi editores, argentina
GUATEMALA 4824, C1425BUP, BUENOS AIRES, ARGENTINA
www.sigloxxieditores.com.ar

anthropos editorial
LEPANT 241-243, 08013 BARCELONA, ESPAÑA
www.anthropos-editorial.com

primera edición, 2019

© siglo xxi editores, s.a. de c.v.

e-isbn 978-607-03-0966-3

derechos reservados conforme a la ley

Para papá, mamá, Willys y Pinky.
Para Ana, Cinthya, Kiri y Loret.

Para Mario Vargas Llosa
quien me sugirió escribir con “desinterés”.

Para todos los que apostaron por mí.
Pero sobre todo, para mi país.

Noviembre 18

Afuera del Ministerio Público yace un perro partido en dos en plena calle. Sus intestinos se asan en el concreto. Me pregunto quién se encarga de limpiar y remover los cadáveres de caninos, felinos y grandes roedores que son atropellados a diario en Ecatepec. Tampoco han quitado las mantas y cruces rosas que cubren parte de la fachada y denuncian a los funcionarios.

“Vivas se las llevaron, vivas las queremos”, grita una pancarta adherida a una de las paredes. “Si me matan será porque salí de fiesta en minifalda, porque tomé, porque no le avisé a mi novio”, anuncia otra.

Jaime Sámano estudia el edificio desde el parabrisas. Se ve tan concentrado como si estuviera intentando despertar de una pesadilla. “No creo que sea buena idea que entre”, digo. “¿No quieres acabar tu historia?”, pregunta. Pero ya sé cómo acaba, lo supe desde hace dos semanas cuando él y su esposa me contactaron. Se baja del coche. Apago el motor y voy detrás de él.

Un hombre revuelve y presiona trozos de chorizo, cebolla y queso sobre una plancha con ruedas. El olor a carne, grasa y polvo se mezcla con el aire caliente. Un joven devora un coctel de camarón que desborda salsa de tomate. Cumbias pegajosas emanan de un puesto de CDs pirata. Apresuramos el paso. A espaldas del inmueble está el Servicio Médico Forense (SEMEFO).

El jefe de la morgue advierte que el rostro está prácticamente irreconocible. Pero el cuerpo encaja con la descripción básica: 15 a 20 años, tez blanca, sin tatuajes. “¿Sabe si la persona que busca identificar estaba embarazada?”, pregunta. “No”, dice Jaime. El hombre lo observa detenidamente. “Le pido que piense en alguna característica física de la niña para no perder el tiempo”, exige. A pesar de vestir con bata de laboratorio, su tono es brusco, más de burócrata de ventanilla que de científico o doctor. “Lunar en la nuca”, dice Jaime apuntando hacia la parte de atrás de su cabeza. Después saca un sobre y se lo extiende, pero el forense no lo toma. “Él no puede ingresar. Sólo familiares”, condiciona señalándome con la mirada. “Es familiar”, contesta. “No me quiera ver la cara de pendejo, Señor Sámano. Es periodista. Lo he visto en la tele.” Se me queda viendo. Jaime se voltea y me pide que siempre sí lo espere afuera. Ambos permanecen en el pasillo hasta verme salir.

Me dirijo hacia el carro. Estoy a un punto de subirme cuando noto que el cofre está completamente rayado. Con las yemas de los dedos acaricio las letras que acaban de grabar sobre el aluminio: LA MATARON POR PUTA. Escucho el claxon de una Jeep negra al final de la calle. El conductor baja su vidrio polarizado. Un hombre moreno y cachetón con lentes de aviador me sonríe. Abro la puerta y tomo el arma del compartimiento. Sin pensarlo dos veces corro hacia él pero el automóvil ruge y avanza. No tiene placas traseras. Volteo a ver a los vendedores ambulantes. Todos como si nada. Camino hacia un puesto para encontrar un testigo cuando un policía estatal sale del edificio.

“¿Usted viene con el Señor Sámano?”, me interrumpe antes de que le pueda reclamar por no vigilar las inmediaciones. Asiento con la cabeza. “Véngase”, dice. “¿Qué pasó?”, pregunto. “Se desmayó.”

Trotamos por el pasillo y el policía me abre una puerta que parece de metal. Hace más calor que afuera. Las estanterías de acero que siempre salen en las películas. Filas y filas. Una biblioteca de muertos en bolsas blancas. Me tapo nariz y boca para evitar inhalar el tufo a ternera podrida.

Un cuerpo desnudo sin vida con un bulto en el estómago y los senos arrancados sobre una camilla. Las manchas moradas en la piel se vuelven negras. “Necesito que ya se vayan”, se queja el forense. Jaime está sentado en el suelo, respirando lento y tratando de controlar lo que parece ser una tos nerviosa. La parte superior de su camisa y las mangas están manchadas con vómito y sudor. El policía me pide que lo ayude a llevarlo afuera. “No es”, dice Jaime con una sonrisa de loco. Lo levantamos de los brazos. “La vamos a encontrar, cabrón”, dice. “Vas a ver. La vamos a encontrar.”

Sofía Sámano, una joven de 17 años, desaparece el 4 de noviembre en Valle de Bravo, un pueblo a dos horas en carretera de la Ciudad de México. Sus padres me llaman y me mandan varios correos electrónicos. Piden reunirse conmigo días después para investigar el caso y posicionar la nota en los medios de comunicación. Hasta ahora los principales periódicos y noticieros han hecho poco ruido. En mi opinión, Sofía tiene el potencial de ser una causa nacional. Claro que para muchos es una más en un país donde la desaparición de mujeres se ha disparado en los últimos años. Pero la joven tiene un perfil distinto a la mayoría que está haciendo sonar más alarmas: clase media alta, güera, chilanga, menor de edad, en ese orden.

La Fiscalía General de Justicia del Estado de México abrió una carpeta de investigación ante un video que recientemente fue bajado de las redes sociales y que ahora circula en grupos de WhatsApp en donde la adolescente aparece teniendo relaciones con uno de sus compañeros de clase. Primero, los usuarios suben fotos de Sofía que toman de su Facebook, después un meme del presidente que dice, “Aquí les pregunto, ¿quieren video?”, y a continuación el porno de venganza o “pack” como le llaman los internautas. Muchos insisten en que las imágenes muestran una violación y no “sexo consensual rudo” –el término que usó el abogado de los cinco jóvenes que hasta ahora son los principales sospechosos de haber desaparecido a Sofía.

Ésta es la segunda ocasión que me reúno con su madre, Patricia. Nos sentamos en la sala de su casa. Levanta un vaso de agua, toma un sorbo e imprime sus labios sobre el vidrio. Nota que me quedo embobado observando la huella de bilé rojo. “Cuando Sofía era chiquita me reclamaba si no me pintaba los labios”, dice. “Exigía desde el asiento trasero del coche: ‘píntate los labios, mamá’. Y ya de adolescente lo primero que hizo fue pintarse. Sólo los labios, nunca le gustó el rímel, el polvo… sólo los labios.” Se desahoga igual que la vez pasada y cuenta un par de anécdotas que no tienen nada que ver con la desaparición de su hija.

Abro mi cuaderno y enciendo la grabadora cuando comienza a hablar sobre el Colegio Americano, donde Sofía cursaba sus últimos meses de preparatoria. “Es una escuela de ricos, era de hijos de diplomáticos pero ya no. Es de ricos. La familia Garza, los Videla-Torres… Sofía tiene beca y Jaime siempre insistió que era muy buen colegio, que la motivaría a estudiar en Estados Unidos pero yo siempre tuve mis reservas.”

La joven, ambiciosa y viendo a futuro, tomó el consejo de su padre y decidió cambiarse del Alexander Bain en tercer año de prepa pensando que su nueva escuela ofrecía un mejor perfil para ingresar a universidades de gran prestigio como Stanford y Columbia. Pero al momento de solicitar sólo la aceptaron a un par que estaban muy por debajo de sus primeras opciones. “De todos modos no la podíamos pagar, con el dólar a casi 20 pesos más los costos de vivir allá. Una locura”, cuenta su madre. “Le dolió mucho. Creo que ventiló su frustración en nosotros.”

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