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Charles F. Stanley - En busca de paz: Promesas de Dios para una vida libre de remordimiento, preocupación y temor

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Charles F. Stanley En busca de paz: Promesas de Dios para una vida libre de remordimiento, preocupación y temor
  • Libro:
    En busca de paz: Promesas de Dios para una vida libre de remordimiento, preocupación y temor
  • Autor:
  • Editor:
    Grupo Nelson
  • Genre:
  • Año:
    2003
  • Índice:
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En busca de paz: Promesas de Dios para una vida libre de remordimiento, preocupación y temor: resumen, descripción y anotación

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Promesa de Dios para una vida libre de remordimiento, preocupación y temor ¿Por qué en una época en que la confusión parece ser la norma algunas personas se desorientan y se confunden mientras otras mantienen una sensación de calma? El Dr. Charles Stanley enseña al lector cómo también puede tener esa sensación de paz en tiempos de dolor y sufrimiento si se acerca a la misma fuente de esa paz.

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EN BUSCA DE
PAZ

PROMESA DE DIOS PARA UNA VIDA LIBRE DE
REMORDIMIENTOS, PREOCUPACIÓN Y TEMOR

EN BUSCA DE
PAZ

PROMESA DE DIOS PARA UNA VIDA LIBRE DE
REMORDIMIENTOS, PREOCUPACIÓN Y TEMOR

CHARLES
STANLEY

En busca de paz Promesas de Dios para una vida libre de remordimiento preocupación y temor - image 1

Betania es un sello de Editorial Caribe, Inc.

© 2003 Editorial Caribe, Inc.
Una división de Thomas Nelson, Inc.
Nashville, TN—Miami, FL, EE.UU.
www.caribebetania.com

Título en inglés: Finding Peace
© 2003 por Charles F. Stanley
Publicado por ThomasNelson Publishers, Inc.

A menos que se señale lo contrario, todas las citas bíblicas
son tomadas de la Versión Reina-Valera 1960
© 1960 Sociedades Bíblicas Unidas en América Latina.
Usadas con permiso.

Traductor: Ricardo Acosta

Tipografía de la edición castellana
Jorge R. Arias, A&W Publishing Electronic Services, Inc.

ISBN: 0-88113-733-2

Reservados todos los derechos.
Prohibida la reproducción total
o parcial en cualquier forma,
escrita o electrónica, sin la debida
autorización de los editores.

Impreso en EE.UU.
Printed in U.S.A.

Este libro está dedicado a mi dos piadosos hijos,
Andy y Becky,
cuyo amor incondicional y estímulo han sido una fuente
de fortaleza, gozo y contentamiento
para su padre

CONTENIDO

UNO
¿QUIÉN TIENE EL CONTROL?

D octor Stanley, no le puedo alquilar un auto.

Comprendía las palabras que me decía la mujer que estaba detrás del mostrador, pero difícilmente lograba asimilar el pleno significado de su afirmación.

—¿No puede? —pregunté—. ¿Por qué no?

—No tengo un auto para alquilárselo.

Una triste realidad se hizo patente en los minutos siguientes. No había ningún auto que alguna agencia de alquiler de automóviles pudiera alquilarme en ese aeropuerto. Yo había planeado este viaje durante semanas, tenía todo calculado… o así lo creía. Ansiosamente había previsto esta época a solas con Dios en el gran noroeste, tomando fotos de sitios de majestuosa belleza natural. Tenía todo en orden… menos un auto.

Tomé un taxi hasta el hotel donde, menos mal, disponía de una reservación, y fui directamente al restaurante del mismo para comer algo y pensar por un momento. Mirando fijamente la fuerte lluvia detrás de las ventanas del restaurante oré, en silencio: Dios, tú tienes el control. Él sabía que yo no deseaba dar media vuelta y regresar a casa. Sentía fuertemente que el Señor me había dado su bendición total para que hiciera este viaje; había sentido mucha paz mientras planificaba varias rutas y localidades. Una vez más reflexioné: Dios, tú tienes el control. Yo no tenía idea de qué hacer, pero estaba seguro de que Dios sí. Me sentí totalmente dependiente de Él.

Mientras estaba sentado allí se acercaron dos hombres y uno me reconoció. Se detuvieron a presentarse y conversar un poco. Uno de ellos me preguntó qué estaba haciendo en Oregón, por lo que les conté la historia de lo que había ocurrido. Rápidamente respondió: «¡No te preocupes por eso! Tenemos tres autos y me encantaría que usaras uno. Está en buenas condiciones. Tendré el auto aquí en cuarenta y cinco minutos».

Como el hombre prometió, en menos de una hora el auto estaba en el hotel… y en realidad era un auto hermoso. Fui bendecido por la espontánea generosidad de este hombre, sabía que Dios me lo había enviado directamente. Estaba muy agradecido con él y mucho más con Dios.

Pasé momentos fantásticos tomando fotografías del lugar durante un par de días. Al final del segundo día se me ocurrió preparar mi cámara con el tiempo suficiente como para obtener una buena foto del atardecer en un sitio particular de la costa de Oregón. Cuando llegué al lugar, que estaba bastante lejos, bajé mi equipo fotográfico. Mientras aún estaba en el auto se me acercó una anciana, la cual me reconoció y habló conmigo durante algunos minutos. Más tarde fui caminando con mi equipo hasta la posición estratégica específica que había escogido. Tomé varias fotos cuando el sol se ocultaba, luego empaqué todo y me dispuse a volver al auto.

Al buscar las llaves hice un descubrimiento aterrador: no las tenía por ninguna parte.

Revisé las fundas del equipo fotográfico… no había llaves. Pensé: ¿Me habré inclinado mientras hablaba con esa dama y se me habrán caído las llaves del bolsillo? Busqué con sumo cuidado alrededor del auto y no encontré nada. Para entonces el sol se estaba ocultando y comenzaba a oscurecer. No había nadie más alrededor. Fue en ese momento que observé por primera vez un gran letrero en el extremo del estacionamiento que decía: «¡ Advertencia! Sitio peligroso. No permanezca aquí después de oscurecer».

Pensé: ¡Fantástico! Estoy solo. Oscurece. Y ahora sé que estoy en un lugar peligroso. Fue en ese momento que vi mis llaves colgando del encendido en el interior del vehículo cerrado. Por unos instantes se me fue el alma a los pies y pensé: ¡Qué error haber dejado las llaves dentro del auto!

Oré: «Dios, tú conoces mi ubicación. Sabes cuál es mi situación. Sabes qué dice el letrero. Ves mis llaves. Me ves a mí. Sé que estás ciento por ciento en control de mi vida. No sé qué vas a hacer, pero confío en que me ayudes».

Me sentí impelido a rodear el auto e intenté abrir las puertas, lo cual ya había hecho. Pero esta vez, cuando tiré de la manija de una de las dos puertas traseras, para mi gran sorpresa se abrió. Todas las demás puertas estaban cerradas en forma más hermética que un tambor. Pero esa se abrió. Recuperé las llaves del auto, metí mi equipo y regresé manejando hasta el hotel, ¡alabando a Dios todo el camino!

Pasaron dos grandiosos días más de belleza panorámica y de fotografías, y me vi siguiendo una carretera próxima a un río que tenía varias cascadas. Acababa de amanecer cuando entré a esta hermosa región, pero la luz no era exactamente la que había previsto. Revisé mi mapa y vi que el monte Hood estaba en esa zona inmediata. No se podía ver desde donde estaba a lo largo del río, pero tuve el presentimiento de que si seguía simplemente un camino en una dirección particular, llegaría a una región que me daría una vista panorámica de la montaña.

Finalmente di una curva y allí estaba, el monte Hood, con una pradera y varios árboles en primer plano. ¡Absolutamente hermoso! Continué por la carretera, esperando encontrar alguna porción de agua que reflejara la montaña. Para mi deleite, pronto apareció un pequeño lago. Tomé varias fotografías y regresé al auto, queriendo volver a mi ruta, cuando observé por casualidad el indicador de gasolina. Esta era la primera vez que lo observaba ese día, y desafortunadamente indicaba que el tanque estaba vacío.

Pensé en la ruta que había seguido para llegar a ese sitio y me di cuenta de que no había visto una estación de servicio en toda la mañana. ¡En realidad, ni siquiera tenía idea de dónde me encontraba! Sencillamente había estado tomando las carreteras a medida que llegaba a ellas, mirando hacia arriba y hacia adelante para tratar de descubrir la montaña y encontrar un lago.

Oré otra vez: «Querido Señor, tú tienes el control». Era consciente de que por tercera vez en esa semana me veía en una situación desesperada, ¡y de que solo Dios me podía ayudar a salir de ella!

Casi en ese momento un enorme camión de una empresa eléctrica estacionó cerca de donde yo estaba. Un hombre descendió, se trepó a un poste, ajustó algo allí y luego bajó. Lo esperé en la parte inferior del poste, y le dije: «Señor, por favor, ¿me podría decir dónde encontrar una estación de servicio?»

El hombre me contestó: «Suba por esta carretera aproximadamente cuatrocientos metros, y luego gire a la izquierda. Allí hay una».

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