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Thérèse Bertherat - El cuerpo tiene sus razones

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Thérèse Bertherat El cuerpo tiene sus razones
  • Libro:
    El cuerpo tiene sus razones
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1976
  • Índice:
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El cuerpo tiene sus razones: resumen, descripción y anotación

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Por lo general confiamos la responsabilidad de nuestra vida y de nuestro cuerpo - photo 1

Por lo general confiamos la responsabilidad de nuestra vida y de nuestro cuerpo a los demás, pero a veces esta confianza no se ve recompensada con más salud y libertad, sino con la represión de nuestros instintos. ¿Cómo tomar las riendas de la situación para recuperar la salud, la vitalidad y la autonomía a que tenemos derecho? No, desde luego, tratando de fortalecernos mediante la gimnasia, que sólo considera el cuerpo como un animal al que hay que domesticar.

En este libro se exponen los métodos naturales apropiados para quienes consideran que el cuerpo es una unidad indisoluble, y se proponen también ejercicios que desarrollan la inteligencia muscular y exigen una gran agilidad mental.

Thérèse Bertherat El cuerpo tiene sus razones Autocura y antigimnasia Con - photo 2

Thérèse Bertherat

El cuerpo tiene sus razones

Autocura y antigimnasia

Con la colaboración de Carol Bernstein

ePub r1.1

smonarde16.01.14

Título original: Le corps a ses raisons

Thérèse Bertherat, 1976

Traducción: Fabián García-Prieto Buendía

Diseño de portada: María José del Rey

Editor digital: smonarde

ePub base r1.0

THÉRÈSE BERTHERAT creadora de la Antigimnasia nació en Lyon en 1931 Después - photo 3

THÉRÈSE BERTHERAT creadora de la Antigimnasia nació en Lyon en 1931 Después - photo 4

THÉRÈSE BERTHERAT, creadora de la Antigimnasia, nació en Lyon en 1931. Después de una infancia muy difícil, enviudó a los treinta y seis años de edad y con dos hijos de cuatro y seis años. «Tales situaciones desencadenan una terrible descarga de adrenalina. Entonces tiene que decidir si vivir o morir», cuenta Thérèse Bertherat. Ella decidió vivir.

Muy pronto conoció a una mujer, Suze L., que hacía un tipo de gimnasia con pelotas. Movimientos suaves, sencillos, originales. Entusiasmada con este descubrimiento, decide comenzar los estudios de fisioterapia, pero la rigidez de la enseñanza la decepciona. «Se estudiaba el cuerpo músculo por músculo, hueso por hueso, pero jamás en su conjunto. Siempre por piezas sueltas, lo mismo con los tratamientos».

Fue entonces cuando encontró a Françoise Mézières, una fisioterapeuta que ha elaborado una visión revolucionaria de la anatomía. Una visión de conjunto, considerando el cuerpo como una totalidad donde cada elemento depende del otro. Thérèse Bertherat se forma en su método, pero no se detiene ahí y sigue con su propia investigación. Estudia y analiza otras terapias corporales.

Pero, sobre todo, trabaja con sus pacientes y poco a poco pone a punto su método: la Antigimnasia. Hoy en día, Thérèse Bertherat se dedica a la formación de nuevos profesionales por todo el mundo.

Notas
Dedicatorias

A la señora A., célebre abogada, que teme perder autoridad si abandona la rigidez de su nuca y la expresión agresiva de su rostro, y que confunde la imagen de sí misma con su imagen de marca.

Al almirante B., que sintiéndose disminuido al llegar la edad del retiro, ha aprendido a respirar, a mantener alta la cabeza (y no la mandíbula)… y ha crecido tres centímetros.

A la señora C., que se ha hecho la cirugía estética de la nariz, de los párpados, de los senos, pero que vierte auténticas lágrimas cuando se da cuenta de que no puede hacerse la cirugía estética de la vida.

A D., que lleva su cuerpo para que lo cuiden del mismo modo que lleva el coche al garaje. «Haga usted lo que crea necesario. Yo no quiero ocuparme de eso». Sin embargo, no tengo nada que decirle que él no sepa ya en el fondo de sí mismo.

A la señorita E., virgen y mártir, que se ha pasado cuarenta años afirmando que le gustaría eliminar su vientre, grueso como el de una mujer en estado de ocho meses. Siempre sonriente y amable, se niega, no obstante, a efectuar los movimientos que la librarían de él.

A la señora F., que odia su propio cuerpo, afirma que adora los que no se parecen al suyo, pero sólo trata de humillados.

A G., que, cuando era una adolescente, supo cerrar tan bien los ojos sobre sí misma que, durante años, llegó a dormir dieciséis horas al día. Con los hombros encorvados, la cabeza echada hacia atrás, andaba por la vida como una sonámbula, hasta el día en que, con los ojos desorbitados por la incredulidad, tropezó en el espejo con una mujer avejentada.

Al conde de H., que considera que su salud es un «asunto de Estado», ya que se niega a admitir que padece una enfermedad si la Seguridad Social no se hace cargo de los gastos.

Introducción. Su cuerpo, esa casa que usted no habita

En este momento, en el lugar preciso en que usted se encuentra, hay una casa que lleva su nombre. Usted es su único propietario, pero hace mucho tiempo que ha perdido las llaves. Por eso permanece fuera y no conoce más que la fachada. No vive en ella. Esa casa, albergue de sus recuerdos más olvidados, más rechazados, es su cuerpo.

«Si las paredes oyesen…». En la casa que es su cuerpo, sí oyen. Las paredes que lo han oído todo y no olvidado nada son sus músculos. En el envaramiento, en las crispaciones, en la debilidad y en los dolores de los músculos de la espalda, del cuello, de las piernas, de los brazos, y también en los de la cara y en los del sexo, se revela toda su historia, desde el nacimiento hasta el día de hoy.

Sin siquiera darse cuenta, desde el primer mes de vida reaccionó a las presiones familiares, sociales, morales. «Ponte así, o asá. No toques eso. No te toques. Pórtate bien. ¡Pero, vamos, muévete! Date prisa. ¿A dónde vas tan de prisa…?». Confundido, se plegaba a todo como podía. Para conformarse, tuvo que deformarse. Su verdadero cuerpo, naturalmente armonioso, dinámico, alegre, se vio sustituido por un cuerpo extraño al que acepta mal, que en el fondo de sí rechaza. «Es la vida —dice—. ¡Qué le vamos a hacer!». Pues yo le digo que sí, que se puede hacer algo y que sólo usted puede hacerlo. Aún no es demasiado tarde para librarse de las programación del pasado, para hacerse cargo del propio cuerpo, para descubrir posibilidades todavía insospechadas.

Existir significa nacer continuamente. Pero ¿cuántos hay que se dejan morir un poco cada día, integrándose tan bien a las estructuras de la vida contemporánea que pierden su vida al perderse de vista a sí mismos?

Dejamos a los médicos, psiquiatras, a los arquitectos, a los políticos, patronos, esposos, amantes, a nuestros hijos el cuidado de nuestra salud, nuestro bienestar, nuestra seguridad, nuestros placeres. Confiamos la responsabilidad de nuestra vida, de nuestro cuerpo a los otros, a veces a personas que no reclaman esa responsabilidad, que les abruma, y con frecuencia a quienes forman parte de instituciones cuyo primer objetivo consiste en tranquilizarnos y, en consecuencia, reprimirnos. (¿Y cuántas personas de toda edad existen cuyo cuerpo pertenece todavía a sus padres? Hijos sumisos, esperan en vano a lo largo de su vida el permiso para vivirla. Menores psicológicamente, se prohíben incluso del espectáculo de la vida de los demás, lo que no les impide convertirse en sus censores más estrictos).

Al renunciar a la autonomía, abdicamos de nuestra soberanía individual. Pertenecemos así a los poderes, a los seres que nos han recuperado. Reivindicamos tanto la libertad precisamente porque nos sentimos esclavos; y los más lúcidos nos reconocemos como esclavos-cómplices. ¿Y cómo podría ocurrir de otro modo puesto que ni siquiera somos dueños de nuestra primera casa, la casa de nuestro cuerpo?

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