Thich Nhat Hanh - Camino viejo, nubes blancas
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- Libro:Camino viejo, nubes blancas
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2007
- Índice:3 / 5
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Camino viejo, nubes blancas: resumen, descripción y anotación
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LA transliteración en chino es del Tripitaka Revisado de Taisho
T. - Tripitaka Revisado de Taisho.
Tch’ang - Tch’ang A Han King (T. 1) (Dirghagama).
Tchong - Tchong A Han King (T. 25) (Madhyagama).
Tsa - Tsa A Han King (T. 99) (Samyuktagama).
Tseng - Tseng Yi A Han King (T. 125) (Ekottaragama).
Sv. - Sutta-vibhanga.
Para. - Parajika-pali.
Mv. - Mahavagga.
Cv. - Cullavagga.
Kh. - Khandhaka.
D. - Digha-nikaya.
M. - Majjhima-nikaya.
S. - Samyutta-nikaya.
A. - Anguttara-nikaya.
Kh. - Khuddaka-nikaya.
Khp. - Khuddaka-patha.
Ud. - Udana.
Iti. - Itivuttaka.
Sn. - Sutta-nipata.
Dh. - Dhammapada.
Thag. - Theragatha.
Thig. - Therigatha.
Jat. - Jatakapali.
Yin. - Vinaya.
ANDAR, SÓLO ANDAR
SVASTI, el joven bhikkhu , se sentó con las piernas cruzadas a la sombra del verde bambú y se concentró en la respiración. Había estado meditando durante más de una hora en el Monasterio del Bosque de Bambú, junto a otros cientos de monjes que allí practicaban a la sombra de los árboles o en sus chozas de paja.
El gran maestro Gautama, a quien la gente llamaba afectuosamente el «Buda», vivía en el monasterio con cerca de cuatrocientos discípulos. A pesar de lo concurrido, era un lugar muy apacible. Lo rodeaban veinte hectáreas de tierra donde florecían múltiples variedades de fino bambú, procedentes de todo Magadha. El Monasterio del Bosque de Bambú había sido ofrecido al Buda y a su comunidad por el Rey Bimbisara, siete años atrás; y se situaba a apenas treinta minutos a pie desde la capital Rajagaha, en dirección norte.
Svasti se frotó los ojos y sonrió. Al estirar las piernas las sintió aún un poco entumecidas. Tenía veintiún años y había sido ordenado tres días antes por el Venerable Sariputta, uno de los discípulos más avanzados del Buda. Durante la ceremonia de ordenación, a Svasti le habían afeitado la cabeza de castaño y espeso cabello.
* * *
A Svasti le hacía muy feliz formar parte de la comunidad del Buda. Muchos monjes eran de noble cuna como el Venerable Nanda, hermano del Buda, y Devadatta, Anuruddha y Ananda. Svasti aún no les había sido presentado, pero él sí los había reconocido de lejos. Su noble porte era inconfundible.
«Pasará mucho tiempo antes de que pueda ser amigo de personas de tan noble linaje», pensó Svasti. Pero, aunque el propio Buda era hijo de rey, Svasti sentía que nada les separaba fundamentalmente. Svasti era un intocable, inferior a la más baja y pobre de las castas en las que estaba divida la población india en aquel tiempo. Durante más de diez años había cuidado búfalos pero, desde hacía dos semanas, vivía y practicaba con monjes de todas las castas. Todo el mundo era muy amable con él y le dedicaba cálidas sonrisas y profundas reverencias, pero Svasti todavía no se sentía cómodo y sospechaba que, para estarlo realmente, necesitaría años.
De repente, una amplia sonrisa le subió de muy adentro al pensar en Rahula, el hijo del Buda, de dieciocho años. Rahula llevaba en la comunidad como novicio desde los diez y, en sólo dos semanas, Svasti y él se habían hecho grandes amigos. Había sido Rahula quien le había enseñado a seguir la respiración durante la meditación. Rahula comprendía bien la enseñanza del Buda, a pesar de que todavía no era un monje. Tendría que esperar a cumplir veinte años antes de poder recibir la ordenación completa.
* * *
Svasti volvió a ese día, sólo dos semanas atrás, en que el Buda había pasado por Uruvela, su pequeño pueblo cerca de Gaya, para invitarle a que se hiciera monje. Cuando el Buda llegó a su casa, Svasti estaba fuera, cuidando de los búfalos con su hermano Rupak. Sus dos hermanas, Bala, de dieciséis años y Bhima, de doce, estaban en casa. Bala reconoció al Buda inmediatamente. Quiso correr en busca de Svasti pero el Buda le dijo que no era necesario, que Él y los monjes que le acompañaban, incluido Rahula, caminarían hasta el río para encontrarse con su hermano. Había caído la tarde cuando hallaron a Svasti y a Rupak, bañando a sus nueve búfalos en el río Neranjara. Tan pronto como vieron al Buda, los jóvenes subieron corriendo por la orilla del río, juntaron las palmas de las manos en forma de flor de loto e hicieron una profunda reverencia.
«Habéis crecido mucho», les dijo el Buda con una cálida sonrisa. Svasti enmudeció. Al contemplar el rostro apacible del Buda, su generosa sonrisa y su mirada brillante y penetrante, se le saltaron las lágrimas. El Buda vestía un hábito color azafrán hecho con retazos, como el dibujo que forman los arrozales. Aún iba descalzo, igual que cuando le conoció, diez años atrás, no lejos de ese mismo lugar. Entonces, habían pasado muchas horas juntos, sentados a la sombra del árbol bodhi que se encontraba sólo a diez minutos a pie de la orilla del Neranjara.
Svasti miró a los veinte monjes que venían detrás del Buda y que, como Él, iban descalzos y con el mismo hábito, aunque el suyo era un palmo más largo que el de los demás. Junto al Buda, se encontraba un novicio de una edad similar a la de Svasti, y que le miraba directamente, sonriéndole. El Buda posó con suavidad las manos sobre las cabezas de Svasti y Rupak y les dijo que, de regreso a Rajagaha, se había detenido a saludarles; y que estaba encantado de esperar a que acabaran de bañar a los búfalos para poder volver todos juntos a su choza.
Cuando iban hacia allí, el Buda les presentó a su hijo Rahula, el joven novicio que había sonreído tan bellamente a Svasti. Rahula era tres años menor, pero ambos tenían la misma estatura. Rahula era un samanera, un novicio, aunque iba vestido prácticamente igual que los monjes. Caminaba entre Svasti y Rupak y, en un momento dado, le pasó a éste su cuenco de mendicante y puso sus brazos sobre los hombros de sus dos nuevos amigos. Su padre le había hablado tanto de Svasti y su familia que sentía que ya les conocía. Los hermanos disfrutaron del cálido afecto de Rahula.
En cuanto llegaron a la casa, el Buda invitó a Svasti a que se uniera a la comunidad de monjes. Cuando Svasti conoció al Buda, diez años atrás, le expresó su deseo de estudiar el Dharma con Él. El Buda estuvo de acuerdo en aceptarle como discípulo y, ahora que Svasti tenía veintiún años, había regresado a buscarle. No había olvidado su promesa.
Rupak condujo a los búfalos hasta la casa de su dueño, el señor Rambhul. El Buda se sentó fuera de la cabaña de Svasti, en un pequeño banco; los monjes permanecieron de pie, detrás de Él. Con paredes de barro y tejado de paja, la diminuta casa de Svasti no era lo suficientemente grande como para albergar a todo el mundo. Bala le dijo a Svasti, «hermano, vete, por favor, con el Buda. Rupak es incluso más fuerte que tú cuando empezaste a ocuparte de los búfalos y yo soy muy capaz de llevar la casa. Has cuidado de nosotros durante diez años y ahora estamos preparados para seguir adelante sin ti».
Sentada junto a la cubeta del agua de lluvia, Bhima miraba a su hermana mayor sin decir una palabra. Svasti la miró. Era una jovencita encantadora. Cuando Svasti conoció al Buda, Bala tenía seis años, Rupak tres y Bhima era sólo un bebé. Bala cocinaba para la familia mientras Rupak jugaba en la arena.
Seis meses después de la muerte de su padre, su madre falleció de parto. Con sólo once años, Svasti se convirtió en el cabeza de familia. Encontró trabajo como cuidador de búfalos y, puesto que era un chico responsable, ganaba lo suficiente para alimentar a su familia. Podía incluso traer leche de búfalo a casa para la pequeña Bhima.
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