THICH NHAT HANH, también conocido como «Thay» («maestro» en vietnamita), nació en el Vietnam central en 1926 con el nombre de Nguyen Xuan Bao. A la edad de 16 años ingresó en el monasterio zen de Tu-Hieu, cerca de Hue, donde su principal maestro fue Chan Thanh Quy Tiet.
Se sometió a una sólida formación de la escuela Zen y del budismo Mahayana recibiendo la ordenación completa en 1949.
Thay ha combinado su conocimiento profundo de una variedad de métodos tradicionales de enseñanza con los métodos e ideas de la psicología occidental para formar su acercamiento a la práctica del zen moderno, y por ello se ha convertido en una influencia muy importante en el desarrollo del budismo para occidentales.
Poeta, activista por la paz y los derechos humanos, ha tenido una vida extraordinaria. La guerra de Vietnam enfrentó a los monasterios a la difícil cuestión de decidir si llevar una vida contemplativa y dedicarse sólo a la meditación en los monasterios o ayudar a sus conciudadanos que sufrían bajo los ataques de las bombas y la devastación de la guerra. Thay fue uno de los que decidió hacer ambas cosas, ayudando a fundar el movimiento del «Budismo comprometido».
Ha dedicado su vida, desde entonces, al trabajo de la transformación personal para el beneficio de los individuos y la sociedad. En 1966, en Saigón, fundó la Escuela para el Servicio de Ayuda Social, una organización de ayuda para la reconstrucción de los pueblos y aldeas bombardeadas, la construcción de escuelas y centros médicos, el realojamiento de familias, y la organización de cooperativas agrícolas.
Con la ayuda de más de 10 000 estudiantes voluntarios, la SYSS basó su trabajo en los principios budistas de no violencia y acción compasiva. A pesar de la oposición del gobierno vietnamita, también fundó una Universidad Budista, una editorial y una influyente revista de activismo por la paz en Vietnam.
Tras visitar los Estados Unidos en 1966 en misión de paz, se le prohibió su vuelta a Vietnam. En sus viajes siguientes a los Estados Unidos, tuvo entrevistas con oficiales federales y del Pentágono, como Robert McNamara, a los que presentó argumentos para detener la guerra y pedir la paz.
Puede que Thay haya ayudado a cambiar el curso de la historia de los Estados Unidos, cuando pidió a Martin Luther King que se opusiera a la guerra de Vietnam públicamente, ayudando, de esta manera, al movimiento por la paz. Al año siguiente, King nominó a Thich Nhat Hanh para el Premio Nobel de la Paz. Más tarde, Thay encabezó la delegación budista en la Cumbre por la Paz en París.
En 1982 fundó Plum Village, una comunidad Budista en el exilio, en Francia, donde continúa su trabajo de ayuda a los refugiados, los llamados «boat people», «gente de los barcos», prisioneros políticos, y familias pobres de Vietnam y de todo el mundo. También ha recibido un merecido reconocimiento por su trabajo con los Veteranos de Vietnam, por sus retiros de meditación y su prolífica obra literaria sobre meditación, plena consciencia y paz.
En septiembre del 2001, justo pocos días después de los ataques al World Trade Center, dio un memorable discurso sobre la no violencia y el perdón en la Iglesia Riverside de Nueva York. En septiembre del 2003 pronunció un discurso a miembros del Congreso de los Estados Unidos, en un retiro de dos días. En la actualidad continúa viviendo en Plum Village, en la comunidad de meditación que él fundó, donde enseña, escribe y trabaja en sus jardines; dirige retiros por todo el mundo sobre el «arte de la vida consciente».
Capítulo 1
Sufrir no es suficiente
La vida está llena de sufrimiento, pero también ofrece muchas maravillas como el cielo azul, la luz del sol, los ojos de un niño. Sufrir no es suficiente; debemos, además, entrar en contacto con las maravillas de la vida que se encuentran en nosotros, en lo que nos rodea, en todas partes, en cualquier momento.
Si no somos felices, si no tenemos paz, no podremos compartir la paz y la alegría con los demás, aun con los seres amados que viven bajo el mismo techo. Si nos encontramos en paz, si somos felices, podremos sonreír y florecer, y todos en nuestra familia, en toda la sociedad, se beneficiarán de nuestra paz. ¿Tenemos que realizar un esfuerzo especial para disfrutar de la belleza del cielo azul? ¿Es necesario practicar para gozar de esto? No, sólo lo hacemos. Cada segundo, cada minuto de nuestras vidas puede ser así. Doquiera que estemos, en cualquier momento, tenemos la capacidad de disfrutar de la luz del sol, de la presencia de los demás, aun de la sensación de respirar. No necesitamos ir a China para disfrutar del cielo azul; no tenemos que viajar hacia el futuro para gozar de la respiración; podemos entrar en contacto con estas cosas ahora mismo. Sería una pena que sólo tuviéramos conciencia del sufrimiento.
Estamos tan ocupados que casi no tenemos tiempo de mirar a los seres queridos, aun los que viven en nuestro hogar, y a nosotros mismos. La sociedad tiene tal organización que aun cuando disponemos de tiempo libre, no sabemos aprovecharlo para volver a estar en contacto con nuestro yo. Hay millones de maneras de perder este valioso tiempo —ponemos el televisor, tomamos el teléfono, o encendemos el auto y vamos a cualquier parte. No estamos acostumbrados a estar a solas con nosotros mismos, y actuamos como si nos desagradáramos y tuviéramos que escapar de nuestra compañía.
La meditación exige que tengamos conciencia de lo que sucede —en nuestro cuerpo, en nuestros sentimientos, en nuestra mente y en el mundo. Cada día 40 000 niños mueren de hambre; las superpotencias cuentan ya con 50 000 armas nucleares, suficientes para destruir nuestro planeta varias veces. Empero, el amanecer es hermoso, y la rosa que floreció esta mañana es un milagro. La vida es a la vez atemorizante y maravillosa. Para practicar la meditación debemos entrar en contacto con los dos aspectos. Por favor no crean que debemos adoptar una actitud solemne para meditar; de hecho, si queremos meditar bien tenemos que sonreír con frecuencia.
Hace poco estaba sentado entre un grupo de niños y un pequeño llamado Tim sonreía. Le dije: «Tim, tienes una sonrisa muy hermosa», y el chico respondió: «Gracias». Repuse: «No tienes que agradecerme nada, soy yo quien debe hacerlo. Por tu sonrisa, haces que la vida sea más hermosa. En vez de dar las gracias, deberías decir: "De nada"».
Si un niño sonríe, o si lo hace un adulto, será muy importante. Podemos sonreír en nuestra vida diaria, si nos encontramos en paz y felices; y no sólo nosotros, sino todos los demás se beneficiarán de esa sonrisa. Ésta es la forma más elemental del trabajo por la paz. Cuando vi sonreír a Tim, también fui feliz. Si él se da cuenta de que hace felices a los demás, podrá decir: «De nada».
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A veces, con el objeto de recordarnos que debemos estar relajados, en paz, tenemos que reservar algún tiempo para estar en retiro, un día de conciencia en el que podamos caminar con calma, sonreír, tomar el té con un amigo, disfrutar de nuestra compañía como si fuéramos los seres más felices del planeta. Esto no representa un retiro, sino un premio. Durante la meditación caminando, en el trabajo, la cocina o el jardín, mientras meditamos sentados, a lo largo de todo el día podemos practicar el sonreír, y es necesario que pensemos en el motivo. La sonrisa significa que somos nosotros, que tenemos soberanía sobre nosotros mismos, que no nos agobia el olvido. Esta clase de sonrisa aparece en los rostros de los Budas y bodhisattvas.
Quisiera ofrecerles un breve poema que pueden recitar a veces mientras respiran y sonríen:
Al inspirar, tranquilizo mi cuerpo,
Al exhalar, sonrío.
Al morar en el momento presente