INTRODUCCIÓN
Al inicio de la última gran edad de hielo, los artistas del neolítico dibujaron una serie de pinturas extraordinarias en la profundidad de la tierra, en la región del sudoeste de Francia conocida en la actualidad como Dordoña. Estas obras maestras pueden ser la expresión más antigua que se conoce del espíritu humano. La tierra que cubre esas catedrales subterráneas es rica y fértil, bendecida no sólo con un clima acogedor, un rico suelo y abundante agua, sino también con los habitantes que la alimentan. Gracias a su gran contribución, esta región de Francia, a diferencia de tantas otras de la Tierra, es más fértil ahora que cuando el primer homo sapiens llegó aquí hace treinta mil años.
En la actualidad es una región primordialmente agrícola en la que se cultivan viñedos, huertos de ciruelos y campos de girasoles. La agricultura y la afición a la buena comida es en este lugar un estilo de vida, una pasión y un arte. Pocos turistas llegan a esta remota región al este de Burdeos durante su visita por la bella Francia, y menos aún exploran las estrechas carreteras y aldeas. La gente del lugar no se mueve aún con el frenético ritmo de la vida urbana moderna. Vive todavía en armonía con el ritmo natural del sol y el paso de las estaciones sobre los campos.
En este paraje, cuna de la humanidad, se extiende una hilera de tres pequeños poblados o aldeas, dos de ellos compuestos por viejas granjas y el otro por un antiguo albergue juvenil. El letrero en la entrada, despintado y levemente torcido, informa a los visitantes que acaban de llegar a Plum Village o, en francés, Village des Pruniers. Las casas de Plum Village tienen a primera vista el aspecto de las construcciones típicas de la región. Construidas en gran parte con piedras, han sido durante siglos establos, granjas, cobertizos para herramientas y graneros. Al examinarlas con mayor atención descubrimos que ahora se usan como cocinas, comedores, aulas, dormitorios y salas de meditación.
Las paredes, muchas de las cuales en un pasado estuvieron revocadas, han sido despojadas de cualquier adorno, revelando las rocas, la arcilla y el barro que usaron para construirlas hace siglos. Aquí se revela la pesadez y riqueza de la tierra. Las ventanas son sencillas, el suelo aparece sin pulir y la fuente de calefacción proviene casi siempre de la leña que arde en las rudimentarias estufas fabricadas con viejos barriles.
Los terrosos senderos están bordeados de flores, cañas de bambú y árboles frutales. También hay pequeños letreros aquí y allá que aconsejan al caminante «respirar y sonreír», que le recuerdan que «cada momento es un momento maravilloso» o que «la paz está a cada paso». Sin embargo, la rústica belleza y el encanto del lugar palidecen ante la característica más notable de Plum Village: la profunda calma.
La quietud de Plum Village no proviene sólo de la ausencia de ruido. Proviene de algo más. En este lugar se respira una verdadera paz. La gente se mueve pausadamente, sonríe, está satisfecha, sus pasos son deliberados, respira con más profundidad y lentitud. La misma tierra parece más blanda y el clima más suave incluso cuando hace frío. A fines de diciembre, con la corriente atlántica del Golfo proveniente del mar que azota la costa situada sólo a ciento sesenta kilómetros al oeste, Plum Village tiende a ser un lugar muy lluvioso. Los senderos se llenan de barro y la compacta arcilla se pega a las suelas de los zapatos. Fuera de la principal sala de meditación, los pies están cubiertos de esta tierra rojiza endurecida. La gente que espera para entrar se apiña bajo los paraguas buscando un lugar seco para dejar los zapatos. Entra a la sala rápidamente o tan deprisa como el ritmo de la vida de Plum Village se lo permite, y encuentra una silla o un almohadón en el que sentarse.
El día ha sido frío y lluvioso, pero todo el mundo está contento. En Plum Village la Navidad es una de las fiestas más importantes del año y, excepto en el caso del retiro de verano, es la fecha que más visitantes atrae. El día empieza a las 4,30 de la madrugada con la meditación y las salmodias, al igual que en los monasterios cristianos situados a pocos kilómetros de distancia. Sin embargo aquí, en Plum Village, las salmodias no se recitan en latín o en francés, sino en vietnamita.
Los monjes y monjas reunidos en este lugar son franceses, tailandeses, ingleses, irlandeses, americanos, alemanes, sudafricanos, vietnamitas y japoneses, y, lo más evidente, budistas. Aunque esta tierra haya sido un baluarte del cristianismo durante siglos, en la actualidad también sostiene una senda más antigua. En este día las canciones y los cánticos han procedido tanto de la tradición cristiana como de la budista. En la oscuridad de la madrugada, se han cantado villancicos junto con la letanía diaria de los sutras budistas, se han intercambiado regalos y se han ofrecido flores en el altar para venerar a los homónimos del cristianismo y el budismo. La cena, que acaba de terminar, ha incluido platos tradicionales navideños de todas las nacionalidades. Las canciones se han interpretado en una docena de idiomas. En este día entre los visitantes de Plum Village se encuentran sacerdotes y monjas de los grandes baluartes cristianos de Irlanda, Francia e Italia. Mientras la mitad de la gente toma asiento sobre los almohadones que hay en el suelo con las piernas cruzadas en la clásica postura oriental y el resto lo hace en sillas de plástico que estaban apiladas en un rincón, dos altos monjes budistas americanos, uno de ellos hablando suavemente con su acento nasal tejano, se esfuerzan por avivar el fuego de la vieja y agrietada estufa.
Pronto Thây llegará. Thây es el nombre cariñoso dado al Venerable Thich Nhat Hanh, el fundador de Plum Village. A los setenta y dos años, Thây ha llevado una vida extraordinaria en una época extraordinaria. Desde los dieciséis años ha sido un monje budista que ha vivido la existencia de un asceta en busca del camino. Ha sobrevivido a tres guerras, la persecución, varios intentos de asesinato y treinta y tres años de exilio. Es el maestro de un templo del Vietnam cuyo linaje se remonta a unos dos mil años de antigüedad y que, en realidad, puede seguirse hasta el mismo Buda. Ha escrito más de cien libros de poesía, ficción y filosofía, ha fundado universidades y organizaciones para el servicio social, ha rescatado a refugiados del mar, ha sido embajador de la delegación budista en la Conferencia para la Paz de París y ha sido nominado para el Premio Nobel de la Paz por el reverendo Martin Luther King.