Prefacio de la traductora
El milagro de mindfulness era al principio una larga carta escrita en vietnamita al hermano Quang, uno de los miembros principales del equipo de la Escuela de la Juventud para el Servicio Social establecida en el sur del Vietnam en 1974. Su autor, el monje budista Thich Nhat Hanh, había fundado la Escuela en la década de 1960 como un resultado del «budismo comprometido». Atrajo a jóvenes totalmente comprometidos a actuar con un espíritu de compasión. Al graduarse, los estudiantes utilizaban la formación que habían recibido para responder a las necesidades de los campesinos atrapados en la confusión de la guerra. Ayudaban a reconstruir los pueblos bombardeados, enseñaban a los niños, establecían centros de atención médica y organizaban cooperativas agrícolas.
Sin embargo, los métodos de reconciliación utilizados por los miembros de la Escuela solían malinterpretarse en la atmósfera de miedo y desconfianza generada por la guerra. Como éstos se negaban siempre a apoyar a cualquiera de los dos bandos enfrentados y creían que uno y otro no eran más que el reflejo de una misma realidad y que los verdaderos enemigos no eran las personas, sino la ideología, el odio y la ignorancia, los implicados en el conflicto veían esta postura como una amenaza, y en los primeros años de la Escuela tuvieron lugar varios ataques contra los estudiantes. Algunos de ellos fueron secuestrados y asesinados. A medida que la guerra se iba alargando, incluso después de haberse firmado los Acuerdos de Paz en París en 1973, parecía a veces imposible no sucumbir al agotamiento y a la amargura. Era necesario tener un gran valor para continuar realizando aquella labor en un espíritu de amor y comprensión.
Thich Nhat Hanh escribió desde el exilio en Francia una carta al hermano Quang para animar a los miembros de la Escuela durante aquellos aciagos tiempos. Thay Thich Nhat Hanh («Thay», «maestro», es la forma respetuosa de dirigirse a los monjes vietnamitas) deseaba recordarles la disciplina esencial consistente en seguir la respiración para sustentar y mantener un estado consciente y sereno, incluso en medio de las circunstancias más difíciles. Como el hermano Quang y los estudiantes eran sus compañeros y amigos, Thich Nhat Hanh escribió con un espíritu personal y directo esta larga carta que acabaría convirtiéndose en El milagro de mindfulness. Cuando Thay habla en ella de los senderos del pueblo, se está refiriendo a los senderos por los que había paseado con el hermano Quang. Y al mencionar los brillantes ojos de un niño, cita el nombre del hijo del hermano Quang.
Cuando Thay escribió esta carta, yo era una voluntaria norteamericana que colaboraba con la Delegación Budista para la Paz en Vietnam establecida en París. Thay dirigía la delegación, que servía como una oficina de enlace en el extranjero para que los budistas vietnamitas, incluida la Escuela de la Juventud para el Servicio Social, pudieran seguir fomentando la paz y la reconstrucción de su país. Recuerdo haber estado tomando juntos té a altas horas de la noche mientras Thay nos explicaba algunos pasajes de la carta a los miembros de la delegación y a algunos amigos íntimos. Como es natural, se nos ocurrió que otras personas de distintos países podrían también beneficiarse de las prácticas descritas en el libro.
Thay había conocido recientemente a unos jóvenes budistas de Tailandia que se sentían muy inspirados por el budismo comprometido que habían presenciado en Vietnam. Ellos también deseaban actuar con un espíritu consciente y reconciliador para impedir que surgiera un conflicto armado en Tailandia, y querían saber cómo podían trabajar sin dejarse dominar por la ira y el desánimo. Como varios de ellos hablaban inglés, consideramos la posibilidad de traducir la carta que Thay había escrito al hermano Quang. La idea de traducirla nos sedujo con más fuerza aún cuando supimos que las editoriales budistas en Vietnam habían sido confiscadas, lo cual hacía imposible publicar la carta en forma de un pequeño libro en aquel país.
Acepté gustosa la tarea de traducir el libro al inglés. Durante casi tres años estuve viviendo con la Delegación Budista para la Paz en Vietnam, donde día y noche permanecí inmersa en el sonido lleno de lirismo de la lengua vietnamita. Thay fue mi maestro del vietnamita «formal», estuvimos leyendo poco a poco algunos de sus primeros libros, frase por frase. De este modo me fui familiarizando con un vocabulario de términos budistas vietnamitas poco habitual. Durante esos tres años, Thay me estuvo enseñando también muchas otras cosas aparte de la lengua vietnamita. Su presencia me recordaba constantemente que debía volver a mi verdadero yo, permanecer despierta al ser consciente.
Mientras traducía El milagro de mindfulness recordaba los episodios ocurridos en los últimos años que habían sustentado mi propia práctica de la atención. En una ocasión en que estaba cocinando a toda prisa, no podía encontrar una cuchara que había dejado en medio de un montón de sartenes e ingredientes esparcidos por la cocina, y mientras la buscaba por todos lados, Thay entró en la cocina y me preguntó, sonriendo: «¿Qué es lo que Mobi está buscando?». Yo le respondí, como es natural: «¡La cuchara! ¡Estoy buscando la cuchara!». Y entonces Thay me respondió, con una sonrisa: «No, Mobi está buscando a Mobi».
Thay me sugirió que tradujera la carta poco a poco y con regularidad para poder hacerlo con una plena atención. Sólo traducía dos páginas al día. Por la noche Thay y yo repasábamos las páginas traducidas, cambiando y corrigiendo algunas palabras y frases. Otros amigos también nos ayudaron a corregir el texto. Es difícil describir la experiencia de traducir sus palabras, pero ser consciente de la sensación que me producía el bolígrafo y el papel, la posición de mi cuerpo y mi respiración, me permitió ver con más claridad el profundo estado de consciencia en el que Thay había escrito cada palabra de aquella carta. Mientras observaba mi respiración, podía ver al hermano Quang y a los miembros de la Escuela de la Juventud para el Servicio Social. Es más, incluso vi que las palabras de Thay seguían siendo igual de personales y directas para cualquier lector, porque las había escrito siendo plenamente consciente de ellas y con un gran amor, para que cualquier persona auténtica pudiera entenderlas. Mientras yo seguía traduciendo la carta, podía ver una comunidad que iba creciendo por momentos: los miembros de la Escuela, los jóvenes budistas tailandeses y muchos otros amigos de todo el mundo.