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James Herriot - Historias de perros

Aquí puedes leer online James Herriot - Historias de perros texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1986, Editor: ePubLibre, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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James Herriot Historias de perros
  • Libro:
    Historias de perros
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1986
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Historias de perros: resumen, descripción y anotación

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James Herriot nos ofrece aquí una colección de historias sacadas de su vida como veterinario en los hermosos valles del condado inglés de York. El autor ha querido reunir en la presente obra todas las historias que ha escrito sobre estos animales, desde Tricki Woo, el pequinés con problemas de flojera en los cuartos traseros hasta Brandy, el perro de la basura. Todas ellas bellamente ilustradas por Víctor Ambrus.

James Herriot Historias de perros ePub r10 Titivillus 260415 Título - photo 2

James Herriot

Historias de perros

ePub r1.0

Titivillus 26.04.15

Título original: Dog stories

James Herriot, 1986

Traducción: María Antonia Menini Pagès

Ilustraciones: Víctor Ambrus

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

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JAMES HERRIOT. El doctor Herriot, veterinario rural de Yorkshire, se volvió un personaje famoso merced a los múltiples y divertidos libros, la mayoría de los cuales transcurren en la ciudad ficticia llamada Darrowby o en sus alrededores.

El afamado autor, nació en Glasgow y estudió en el Glasgow Veterinary College. Al finalizar sus estudios empezó su práctica profesional en el norte de Yorkshire. Vivió allí toda su vida excepto un corto lapso en que estuvo al servicio de la Real Fuerza Aérea británica durante la Segunda Guerra Mundial.

Entre las aficiones de James Herriot estaban, además de la lectura y la escritura, la música y el arte.

Desafortunadamente, el doctor Herriot murió en 1995, pero nos dejó el enorme legado de su obra, donde nos transmite un mensaje positivo y armónico ante la vida.

Notas

[1] Clavo de especia o de olor (N. de la E. D.).

[2] Para entender el juego de palabras del original, téngase en cuenta que, en inglés cook significa «cocinera» (N. de la T.).

[3] En inglés, «tontaina» (N. de la T.).

[4]Amber, en inglés significa «ámbar» (N. de la T.).

Introducción

Mientras paso las páginas de este libro, me parece estar viendo una rueda que completa su círculo. De niño, me fascinaban los perros y experimentaba el ardiente deseo de convertirme en médico de perros; después me pasé la vida tratando las dolencias de vacas, caballos, ovejas y cerdos; y aquí estoy ahora, en el ocaso de mi vida, publicando un libro sobre mis historias de perros. Considero, por tanto, más necesaria una explicación que una introducción.

La historia es muy sencilla. Mi infancia en Glasgow estuvo rodeada de perros, los míos y los de otras personas. Puesto que vivía en el extremo oeste donde la ciudad se perdía en la campiña, veía, desde las ventanas de mi casa, las colinas de Kilpatrick y los páramos de Campsie al norte y, al otro lado del río Clyde, el territorio del Camino de Neilston y las lomas de más allá de Barrhead, al sur. Aquellos verdes oteros ejercían una poderosa atracción en mí y, a pesar de la distancia, me acercaba hasta ellos a pie, atravesando los últimos grupos de casas hasta llegar a las cumbres desde donde podía divisar los lagos y los montes de Argyll. Ahora, al recordarlo, las distancias se me antojan enormes —a menudo—, más de cincuenta kilómetros diarios, y en ellas me acompañaba siempre mi perro Don. Era un fino, reluciente y hermoso setter irlandés que compartía conmigo los goces de la campiña.

A menudo me acompañaban mis compañeros de escuela y, durante aquellos largos y soleados días, nuestro mayor placer era observar los juegos y retozos de nuestros perros. Ya a aquella temprana edad, me intrigaba el carácter y el comportamiento de estos animales. Nunca acababa de entender a los perros. ¿Por qué eran tan fieles a la raza humana? ¿Por qué se deleitaban con nuestra compañía y nos recibían en casa dando brincos de júbilo? ¿Por qué se complacían en estar con nosotros en nuestras casas y dondequiera que fuéramos? Al fin y al cabo, solo eran animales y yo pensaba que su principal ocupación hubiera tenido que ser buscar comida y protección; en su lugar, nos prodigaban un afecto y una lealtad aparentemente ilimitados.

Además, sus formas, tamaños y colores eran muy variados, y, sin embargo, todos poseían las mismas características fundamentales. ¿Por qué?

Consulté mi libro de referencia preferido, la Enciclopedia Infantil de Arthur Mee, y no me sorprendió averiguar que los perros eran fieles amigos del hombre desde hacía miles de años. Los egipcios los tenían en gran estima y es probable que formaran parte de la vida familiar en las cavernas de la Edad de Piedra. Comprobé, asimismo, que descendían, al parecer, de los lobos o los chacales. Todo ello resultaba muy interesante, pero no me explicaba del todo la especial fascinación que me producían. Sentía, en mi fuero interno, el confuso deseo de estar siempre con los perros y pasar la vida trabajando a ser posible con ellos, cuidándoles, sanando sus enfermedades y salvando sus vidas, pero no sabía cómo podría conseguirlo.

Todo empezó a cristalizar cuando leí un artículo en la revista Meccano Magazine, «La carrera de cirugía veterinaria». Como veterinario, podría estar siempre con los perros, cuidarles, sanar sus enfermedades y salvar sus vidas. La cabeza empezó a darme vueltas.

Aún estaba tratando de asimilar la nueva idea cuando el anciano doctor Whitehouse, director del Colegio de Veterinaria de Glasgow, vino a mi escuela para pronunciar una charla. Será muy doloroso sin duda para los cientos de jóvenes que hoy en día tratan inútilmente de matricularse en una escuela de veterinaria saber que, en aquellos tiempos estos centros suplicaban en vano a chicos y chicas que acudieran a ellos. La razón era muy sencilla. En 1930, el país se encontraba sumido en una terrible depresión económica, la gente no podía permitirse el lujo de tener animales domésticos en la medida en que hoy lo hace y, sobre todo, los caballos de tiro, otrora la gloría y el principal soporte de la profesión veterinaria, iban desapareciendo de las calles y de los campos. A nadie le interesaban los veterinarios.

No obstante, el doctor Whitehouse se negaba a admitir que la profesión hubiera entrado en su agonía. Nos dijo que, como cirujanos veterinarios, nunca nos haríamos ricos, pero que nuestra vida sería muy variada y satisfactoria por diversos conceptos.

Me sentí irremediablemente preso. Sabía con exactitud lo que deseaba hacer en la vida, pero los obstáculos parecían insuperables. Era una profesión científica y yo no sentía una especial inclinación por las ciencias. A mí, lo que mejor se me daba era la literatura y los idiomas. Ya me había separado de los alumnos que estudiaban asignaturas tales como Física y Química, tenía casi catorce años y, en cuestión de dieciocho meses, debería someterme a los exámenes de bachillerato superior en Escocia. Ya era demasiado tarde para cambiar.

Solo podía hacer una cosa. Acudí al Colegio de Veterinaria para hablar con el doctor Whitehouse. Era un anciano maravilloso, que poseía una fuerte y bondadosa personalidad y un fino sentido del humor. Me escuchó con paciencia mientras yo le exponía mis problemas.

—Me encantan los perros —le dije—. Quiero trabajar con ellos. Quiero ser veterinario. Pero yo hago bachillerato de Letras y estudio Literatura Inglesa, Francés y Latín. De ciencias, nada. ¿Podría estudiar veterinaria?

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