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Natalie Convers - Mariposas en tu estómago. Parte IX

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  • Libro:
    Mariposas en tu estómago. Parte IX
  • Autor:
  • Editor:
    Planeta
  • Genre:
  • Año:
    2017
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Mariposas en tu estómago. Parte IX: resumen, descripción y anotación

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Mariposas en tu estómago. Parte IX — leer online gratis el libro completo

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Luz

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A mis dos crisálidas Aída y Marta,

a mi madre, la mariposa reina,

y a ti, lector que me lees,

porque esta historia ha sido posible.

Capítulo 40

BECA

Me despierto la primera con un brazo de Alex rodeándome la cintura y su suave - photo 1

Me despierto la primera, con un brazo de Alex rodeándome la cintura y su suave respiración haciéndome cosquillas en la nuca. Todas las articulaciones de mi cuerpo vibran y el cuerpo me cosquillea en determinadas zonas cuando empiezo a moverme.

Anoche regresamos a la habitación después de atacar el frigorífico de sus padres como un par de lobos hambrientos y, una hora después, quedamos abrazados el uno al otro en la cama gran parte de la mañana. Durante todo ese tiempo, cuando nos desvelábamos hacíamos el amor para acabar un rato después adormecidos aún con nuestros cuerpos unidos. En algunas de esas ocasiones, hablamos de cómo darnos más placer entre caricia y caricia, pero en ningún momento mencionamos nuestros verdaderos problemas. De algún modo, yo misma puse aquella barrera.

«¡Oh, sí, aquí está bien! ¡Dios mío, más abajo! ¡Justo ahí, no te detengas!», pero nada de preguntas, Alex; nada de respuestas, Alex. En aquella intimidad que tanto necesitaba, no pude confesarle que anoche, obligada por aquellos dos hombres, tuve que revelar su verdadera identidad para salvar nuestras vidas. Pero eso no había sido todo, Iván también llegó justo en aquel momento y lo oyó.

Alex no ha hecho ningún comentario sobre lo que nos sucedió, pero sospecho que Iván ya debe de haber informado de todo a su padre.

Tengo que hablar cuanto antes de esto con Alex, pero hay algo más importante que he de solucionar todavía...

Paso por encima de Alex con mucho cuidado de no despertarlo, porque la cama está pegada hacia un lado de la pared. Una emoción de intensa ternura hace que durante unos segundos me demore en contemplarlo.

La luz del mediodía atraviesa la enorme ventana desde atrás, tallando cada sinuosidad de músculo y tendón masculino, y remarcando pequeñas cicatrices viejas, además de otras más recientes que la fina sábana de algodón no oculta. Hasta ahora he tratado siempre de comprender a los demás y me he conformado con poco de las personas, pero anoche no fue así.

A falta del mío, recojo el móvil de Alex ubicado sobre la mesilla de noche de color blanco, como casi todo lo que hay en la habitación, excepto por los tonos grises y negros que equilibran la fría decoración. Tomo también mi ropa para dirigirme al baño. Una vez encerrada allí, me aseo rápidamente haciendo el menor ruido posible, me pongo de nuevo el vestido azul y me siento con las piernas cruzadas en el suelo sobre la alfombra de baño negra. Al instante, el calor debido a la calefacción radiante que emana de las pequeñas baldosas grises asciende por mis tobillos.

Mucho más cómoda, apoyo la espalda en la cara externa de la bañera. Todo este sitio sigue estando tan meticulosamente ordenado como la última vez que estuve aquí, con el aspecto práctico de una habitación muy masculina. Respiro hondo, el interior huele a Alex y a algo más que me hace pensar en ropa limpia y en hierba recién cortada.

Aliso un pliegue del vestido mientras examino las llamadas perdidas de Alex. Una de ellas es de Sara, su jefa, pero las últimas diez son de esta mañana y pertenecen a una persona que conozco muy bien.

—Mamá… —murmuro tensa.

Contengo el aliento durante unos segundos y luego reviso los mensajes. Hay muchos con diversas indicaciones, uno de ellos llama especialmente mi atención:

«Prueba a comprarle a Beca café recién hecho en un envase reciclable. Siempre le gusta tomarlo de esta manera cuando está disgustada. Por favor, Alex, cuida bien de ella en mi lugar y también cuídate tú. Gracias por todo y… lo siento».Este fue el mensaje que debió de enviar a Alex cuando nos detuvimos en aquella tienda china de comestibles ayer.

Me tapo los ojos con el reverso de la mano libre y echo la cabeza hacia atrás al mismo tiempo que tomo conciencia de cada palabra de Alex insistiendo muy firme en que bebiera aquel café, sentados dentro del Austin Martin: «Bébelo...», «Te hará bien, Beca. Solo pruébalo».Justo en ese momento, me parece escuchar un ruido que parece proceder de la habitación, y espero unos segundos antes de seguir husmeando en el teléfono. No estoy segura de si Alex ya se ha despertado.

Al no abrirse la puerta del baño, reviso el resto de mensajes con más calma, pero solo aquellos que pertenecen a mi madre, y descubro que hay muchos en diferentes días. Todos están relacionados conmigo.

Un nudo prieto y constrictor se forma en mi garganta.

Dejo que pasen unos segundos para asimilarlo y a continuación busco el número de móvil de Carlos en la agenda del teléfono. Por suerte, en el móvil de Alex no hay apodos, solo nombres seguidos de la posición que esa persona ocupa en su vida: Ángela madre, Beca novia, Carlos amigo… Miro más abajo y encuentro la excepción con «Elisa». No hay ninguna palabra que la describa. Por algún motivo no estoy a gusto con eso.

Sacudo la cabeza y realizo la llamada a Carlos. Una vez que he tranquilizado a mis hermanos y convencido a Víctor de regresar a casa, llamo por fin a mi madre.

—¿Alex? ¿Qué tal está Beca? ¿Le ha ocurrido algo? No he tenido noticias vuestras desde ayer por la tarde. ¿Está todo bien?

Me quedo callada y, aunque me he prometido no llorar, noto cómo los ojos me escuecen de emoción al escuchar su voz tan preocupada hablando a toda velocidad.

Solo han pasado unas horas, pero la he echado muchísimo de menos.

—Beca, ¿eres tú? —pregunta mi madre un poco más relajada al cabo de unos segundos. Respiro fuerte por la nariz y oigo que ella se aclara la garganta—. No deberías haber pasado la noche fuera sin avisar —dice cambiando el tono emocionado de su voz al suyo amonestador habitual—. ¿Estás bien?

Hago un ruido de asentimiento.

—¿Y tú, mamá? ¿Estás bien?

Oigo una leve inspiración de aire seguido de un débil quejido ronco a través de la línea, como si estuviera constipada.

—Estoy a punto de echarme a reposar un poco en el sofá mientras tu padre se encarga de preparar el almuerzo… —Se queda callada y un silencio incómodo surge entre las dos. No hace falta decir que la simple mención de mi padre en algo tan cotidiano es demasiado para ambas en estos momentos—. ¿Y tú? ¿Has hecho todas las comidas?

—Mamá, ya no soy una niña… —replico. Trago saliva y cierro los ojos un instante—. Mamá … —empiezo a decir. Me muerdo el labio inferior para contener el repentino temblor de mis labios y por fin suelto el nudo que hay en mi garganta—. Lo siento.

—¿Por qué me pides perdón, Beca?

Como siempre, mi madre quiere que lo diga con todas las palabras. Contengo una «sonrisa».

—Lo siento por todo, mamá. —Una oleada de emociones contradictorias me recorre el cuerpo, y ya no puedo detenerme. Todo lo que llevo encerrado dentro de mí desde las últimas horas sale por mi boca a la velocidad de la luz—. No importa cuántas veces lo piense. Cuando dije todas aquellas cosas, lo decía en serio. Para mí no es posible aceptar en estos momentos a papá, me llevará mucho tiempo o quizá nunca llegue a sentirme cómoda con él. Ni siquiera puedo hacerte una promesa.

—Lo sé, cariño, pero necesito a tu padre. —Su voz suena rota. Pestañeo fuerte—. Yo soy la que debe disculparse contigo, porque sé que nunca te niegas a todo lo que te pido. Me he aprovechado todo este tiempo de ello hasta el punto de que me he acostumbrado a que escondas lo molesta que estás. Ahora yo estoy así y vuelvo a obligarte una vez más a aceptar las circunstancias cuando peor están. Estás en tu derecho de enfadarte e incluso de decidir qué es lo que quieres aceptar. Ya he cargado mucho sobre tus delgados hombros, hija, y no puedo perdonármelo. Mi enfermedad…

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