Carol Besada - La propuesta. La historia de Marisol

—¡Salud! —decimos a coro, posando para la foto que inmortalice el brindis de fin de año.

—Esa tampoco. —Niego con la cabeza cuando Belén me acerca su celular.

—Es mejor que las anteriores.

—Ojos rojos, más pelo que cara, sonrisa de lunática, no me gusta cómo salió mi brazo —sintetizo—. Sacá otra —digo, obteniendo como respuesta ojos en blanco, un intento de recogido improvisado y un bufido—. ¡Las estoy cuidando!

—Mis ojos siempre salen rojos —Encogiéndose de hombros, Lucía toma un sorbo de espumante.

—A mí no me importa. —Daniela controla de reojo su teléfono celular mientras intenta acomodarse el cabello sin lograrlo del todo.

(Es que es un montón de cabello).

—No parezco «tan» lunática. —Suspirando, Belén nos pregunta si estamos listas y levantamos nuestras copas para brindar…

Otra vez.

Hace algunas tomas más y terminan eligiendo una foto que a mí no me convence del todo, pero no me quejo. Este es un buen momento para dejar atrás los complejos y darle la bienvenida a un futuro más relajado. ¡Es hora de romper con las viejas costumbres y empezar el año nuevo con una mejor actitud!

Aunque sea un poco.

No tanto, en realidad.

«Si las miradas quemaran, en este momento ardería» es la conclusión a la que llego mientras saboreo exageradamente el helado de chocolate que elegí de la barra de postres.

Espío entre las pestañas y, aunque hay otros dos tipos que no me sacan la vista de encima, mi atención está centrada en Julián que se acomoda el pantalón cuando hago un giro exagerado y recorro el contorno del helado con la lengua. Se las da de liberal, feminista, y blablablá, pero en el fondo es igual que el resto: se distrae con lo que ve y no escucharía si le dijera que no necesita organizar una fiesta tan grande para impresionar a sus contactos (nadie tiene tantos amigos), que el dress code es poco sentador (hasta ahora no encontré una prenda totalmente blanca que sea amable con las curvas) y que la forma en la que el buffet está dispuesto va a indigestar del cinco al diez por ciento de los invitados porque la falta de frío y el manoseo constante contaminaron la comida (haber sacado diez en Seguridad e Higiene mientras cursaba la carrera de Ingeniería en Alimentos avala mi opinión). Midiendo sus reacciones, sumo caída de ojos y suspiros que realzan mi escote.

¡Hombres! Tan predecibles y tan… protectores.

—¿Estás bien?

Quitando la vista de Lucía que se aleja arrastrando de la mano a su ex novio, me enfoco en Julián que se interpuso entre Martín y yo apenas notó que las cosas se habían puesto raras entre nosotros.

—Perfecta, ¿no me ves? —Irritada porque no necesito ni quiero un caballero andante, giro provocativamente elevando las manos para sostener mi cabello y destacar lo escotado de la musculosa metalizada, lo corto de la pollera color tiza y lo mucho que estas sandalias favorecen a mis piernas.

—Te veo. Siempre te veo. ¿Y ahora qué? —Julián se cruza de brazos al escucharme resoplar.

Es injusto que sea así; mientras los que nos rodean parecen la sección blancos de una tienda de electrodomésticos, al ser alto y delgado el look obligatorio de su fiesta lo favorece; ¡hasta sus ojos azules parecen más luminosos y su tostado se resalta por lo prístino de la camisa entallada que usa! Ni una mancha tiene en el pantalón de gabardina o en los mocasines color arena a juego con el cinturón que le regalamos por su cumpleaños… ¡y me da una bronca!

—Esto no tiene sentido: organizar una fiesta en una quinta perdida en el culo del mundo, pedirle a todo el mundo que venga vestido de blanco. —Aunque sé que no es su culpa; es una consigna que quedó de las épocas en las que estas fiestas las daba junto a su ex mujer que es fan de las energías y otras cuestiones incomprobables—. Dejar que tus invitados traigan a quienes quieran. Vos mismo dijiste que no conocías a la mayoría de la gente que está acá —le echo en cara lo que nos comentó más temprano.

—¿Qué más te molesta?

No voy a contestarle porque pregunta por compromiso, no porque le interesa mi opinión.

—La comida, no es higiénico presentarla así —escupo antes de considerarlo—. Me gustan las luces en las plantas, pero tendrían que ser de las frías para que no atraigan a tantos bichos; además el pasto se lleva mal con los tacos ¿Y te parece que los invitados estén sentados en grupitos sin interactuar con lo demás? —Señalo los pequeños livings dispuestos alrededor de la tarima que cumple la función de pista de baile—. Tampoco es que quiera estar con gente que no conozco, pero…

Enlaza su dedo meñique con el mío y eso me corta. Indirectamente, al dejar la discusión en empate está dándome la razón… aunque no puedo disfrutarlo el tiempo suficiente: una morocha con un vestido mínimo de encaje se acerca bailando y lo aleja de mi lado.