Border Maria - El Dueño De Mi Arte
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El Dueño De Mi Arte: resumen, descripción y anotación
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E[ dueño Oe mi arte
MAR ÍA BoRDER
COIJF.CCIÓN NOVELAS
EL DUEÑO DE MI ARTE
María Border
Colección-Novelas
© María Border- Cuentos- 2013 Ciudad de Buenos Aires-Argentina Año 2013
1ª edición 14 de Febrero 2013
DNDA: 5077972
© 2013 María Border. Todos los derechos reservados.
A cada una de las lectoras de María Border. A mis compañeras escritoras noveles de Facebook.
A mis queridas Silvia, Cris, Sandra, Leticia y Claudia Cardozo. A Macarena Piñeiro que realizó la portada que soñé. A Rocío por su generosidad posando para las fotos.
A Nico, por sus aportes sobre París.
Prólogo
—Quiero la bolsita azul, la rosa no me gusta.
—Leandro, ¿querés darle la bolsita tuya a tu hermana así deja de hacer berrinche? —casi suplicó
papá .
—¿Y quedarme sin premio? Porque yo la bolsa rosa no la toco —planteó mi hermano
defendiendo su posesión que le importaba un rábano, pero era mejor que mi espantoso suvenir con muñeca barata y jueguito de peluquera.
—Julieta ¡Por favor! La azul es para los varones —insistió mamá, tratando de hacerme entender que era en vano seguir discutiendo.
—No me importa —dije, mientras salía corriendo escabulléndome entre la gente y escondiéndome debajo de una de las mesas al fondo del salón.
Estaba furiosa. Todo en esa bolsa era horrible. Yo quería las acuarelas y pinceles de la bolsita de los nenes, como la que le dieron a mi hermano Leandro. Tenía que estar en la reunión de los amigos de papá, aburrida, portándome bien y el único premio que recibía era una total porquería, que encima no me permitían cambiar.
Me asusté cuando un chico más grande que Leandro, levantó el mantel de la mesa bajo la que estaba escondida y me miró asombrado. No quería ser interrumpida, así que le saqué la lengua y le puse mi cara más temeraria. Pero no se asustó, me clavó la mirada y se sentó en el piso al lado mío con las piernas cruzadas, debajo de la mesa.
Pude descubrir que era lindo, con los ojos grises y el pelo oscuro. Pensé que también se estaría escondiendo y decidí compartir mi espacio con él.
—¿Te retaron también? —le pregunté.
—No —me dijo arrugando la cara.
—¿Te estás escapando?
—No —contestó sonriendo—, vine a hacerte compañía.
—A mí me retaron y son injustos —expliqué— porque me hacen venir a ésta fiesta aburrida y encima el premio es una porquería —quería que al menos le quedara claro, porqué yo me encontraba en ese lugar, si es que se estaba solidarizando conmigo.
—¿Qué te tocó en la bolsita? —preguntó muy amigable.
—Una tonta muñeca con un horrible jueguito de peluquera —respondí aún ofendida.
—A ver —dijo sacándome la bolsa de la mano para hurgar dentro de ella— tenés razón… ¿a quién se le ocurre darte eso a vos?
Lo miré contenta. Por fin alguien me entendía—: A los varones les tocó lo mejor, las azules
tienen las pinturitas.
—¿Lo decís por las acuarelas? ¿Te gustan?
Asentí con la cabeza, ya lo sentía mi amigo, no tenía porqué mentirle.
—¿Las querés? A mi no me interesa pintar.
Ni le contesté, se las saqué de la mano y le ofrecí mi espantosa bolsa rosa a cambio. Se rio fuerte y con ganas, pero me dejó sus acuarelas sin aceptar mi trueque.
—No gracias. Tampoco me gusta lo que hay en tu bolsa. Guardá las acuarelas para cuando llegues a tu casa. Si te ponés a pintar acá podés mancharte el vestido, y estás tan linda así.
«Linda»
Tenía cinco años y era la primera vez que alguien que no era un grande, me consideraba linda. Para Leandro era un bicho, en el colegio los varones casi que me temían. Él me llamó linda y yo le sonreí y le pestañeé dos veces seguidas y rápidas, (igual que veía que le hacía Marta al panadero), antes de tomar mis hermosas acuarelas y salir de debajo de la mesa. Tenían muchos colores, traían un pincel. Recordé que en el escritorio de papá había un montón de papeles en blanco que podría usar.
Dieciocho años después miro objetivamente el primer cuadro que pinté con aquellas acuarelas, y no puedo evitar sentirme enternecida. Un paisaje muy infantil con dos niños corriendo entre la hierba, que transmite ilusión, amistad, complicidad, unión.
El Lautaro que conocí ese día, sin saberlo, me regaló las primeras herramientas con las que di comienzo a mi pasión. Pintar.
Francisco Herrera, el dueño de la galería donde haré la nueva exposición, está en mi altillo seleccionando obras:
—Definitivamente ésta también va.
—De ninguna manera Francisco, esa no se expone —digo segura.
—Julieta querida. Si queremos llamarla “Caminos recorridos”, es imperioso que mostremos todos esos caminos.
—¿Por enésima vez discutimos lo mismo? Llevamos todas, pero esas dos no —digo categórica.
—Son espectaculares. Marcan crecimiento. No podés no exponerlas —insiste, sin tomar nota de mi afirmación.
Me canso de que no lo comprenda. Esas pinturas son demasiado personales. Sobretodo el autorretrato que como idiota llamé “Deseo”.
—No quiero Francisco. Me parece que podemos mostrar perfectamente mi crecimiento como artista, sin tener que llevarlas.
—Tu crecimiento como artista sí. Pero esas te muestran a vos. Sentimental, arrogante, sublime
—hace una pausa antes de continuar—. Estoy interesado en tu arte, abro mi galería y publicito tu muestra, siempre y cuando sea yo quien elija que va y que no.
Necesito exponer en “ Entrailles d'art ”, llegar a tener tan solo una cita con Francisco, me costó muchísimo. No puedo desperdiciar la oportunidad—: Una sola condición.
—Escucho —dice cruzando los brazos por arriba de las tetillas contra su pecho, (su abdomen le impide hacerlo más abajo).
—Antes de vender esas dos, tengo que aceptar personalmente la transacción.
—No entiendo.
—Hay determinada persona a quien no se las vendo ni por todo el oro del mundo —explico a regañadientes.
—¿A quién?
—Podés llevar todo. Pero esas dos no se venden sin mi consentimiento —concluyo, ignorando su curiosidad.
—De acuerdo —asiente contento. Lo que él quiere ya lo logró.
«No puedo permitir que las tenga él».
Francisco se va satisfecho y yo me sumerjo en el recuerdo de cada momento vivido, de cada instante en que la Julieta mujer que soy hoy, aprendió a sentir y ser junto a él…
Capítulo 1
—Van a llegar tarde por tu culpa Julieta. Quedate quieta así te peino. Tu padre se pondrá furioso si lo demoramos.
—Marta, estoy súper quieta.
—Julieta, una nena educada, a los diez años, entiende perfectamente lo que se le dice. —Marta, la mujer que trabaja en mi casa desde que nací, no logra terminar de ayudarme para que yo quede tal y como quiero—. Además si tu mamá se entera que todavía no estás lista, me va a retar a mí —dice, como si yo me creyera que mamá puede retarla. Creo que la quiere más a Marta que a mí.
Desde el pasillo de mi cuarto, la voz de mi hermano Leandro se oye molestándome, como siempre:
—Imposible que entienda nada. Es una cabeza hueca.
—Terminala tarado —le grito ofendida, y me miro en el espejo alegrándome con la imagen que me devuelve.
Cada cinco años, papá y sus compañeros de camada del servicio militar, se reúnen para festejar la baja del mismo y que la guerra de Malvinas terminó antes de que los convocaran para pelear en el sur. A mis diez años, ya estoy bien enterada de ese vínculo. Es mi segunda reunión y no pienso entristecer a nadie con caprichos como lo hice la última vez.
Llevo un vestido azul precioso. Mamá aceptó comprarme unas sandalias de charol con algo de taco y me paso la semana practicando arriba de ellas para no caerme al piso en la noche.
«Si lo vuelvo a ver, voy a agradecerle las acuarelas», pienso, porque no olvidé a mi amigo.
En la reunión hay más gente de la que recordaba. Camino junto a mi familia, mientras papá y mamá se detienen a saludar a todos y Leandro y yo nos sentamos en una mesa. Mamá es una mujer muy elegante, que con papá, arman una pareja armónica y atractiva. Él vive complaciéndola y ella suavizándonos su carácter.
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