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Assata Shakur - Assata Shakur. Una autobiografía

Aquí puedes leer online Assata Shakur - Assata Shakur. Una autobiografía texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Ciudad: Madrid, Año: 2020, Editor: Capitán Swing Libros, S. L., Género: No ficción / Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Assata Shakur. Una autobiografía: resumen, descripción y anotación

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El 2 de mayo de 1973, la integrante de los Panteras Negras Assata Shakur se hallaba en el hospital en estado crítico y esposada a la cama, mientras las autoridades locales y la policía federal trataban de interrogarla acerca del tiroteo en una autopista de Nueva Jersey que costó la vida a un policía blanco. Objetivo durante mucho tiempo de la campaña de Edgar Hoover para difamar, sabotear y criminalizar las organizaciones nacionalistas negras y a sus líderes, Shakur pasó cuatro años en la cárcel antes de su condena en 1977, sustentada en pruebas poco sólidas. Dos años después de ser condenada, Assata Shakur escapó de la cárcel y obtuvo asilo político en Cuba, donde vive en la actualidad. Esta autobiografía intensamente personal y política desmiente la temible imagen de Assata proyectada durante largo tiempo por los medios de comunicación y el Estado. Con ingenio y candor, relata las experiencias que la llevaron a una vida de activismo, retratando las virtudes, flaquezas y disolución final de los grupos revolucionarios negros y blancos a manos de agentes del gobierno. El resultado es una notable contribución a la literatura negra estadounidense, que ya ocupa un lugar junto a la Autobiografía de Malcolm X y a las obras de Maya Angelou.

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Prefacio Angela Y Davis En los años setenta mientras Assata se - photo 1
Prefacio Angela Y Davis En los años setenta mientras Assata se - photo 2

Pref­a­cio

An­gela Y. Davis


En los años se­tenta, mien­tras As­sata se en­con­traba a la es­pera de juicio acu­sada de com­pli­ci­dad en un as­esinato, yo par­ticipé en un acto bené­fico en la uni­ver­si­dad de Rut­gers, en New Brunswick, Nueva Jer­sey, con el fin de re­cau­dar fon­dos para su de­fensa. En aquel mo­mento, ella se en­con­traba en la cer­cana cár­cel de hom­bres del con­dado de Mid­dle­sex. Un pro­fe­sor de la uni­ver­si­dad de Brunswick, Lennox Hinds, me había in­vi­tado a par­tic­i­par en el acto como po­nente. Lennox era uno de los líderes del Con­greso Na­cional de Abo­ga­dos Ne­gros (Na­tional Con­fer­ence of Black Lawyers) y rep­re­sentaba a As­sata en un juicio fed­eral para protes­tar por las atro­ces condi­ciones de su reclusión en la cár­cel de Nueva Jer­sey. An­te­ri­or­mente, él había tra­ba­jado en mi caso, y am­bos habíamos co­lab­o­rado en la di­rec­ción de la Alianza Na­cional con­tra la Repre­sión Política y Racista (Na­tional Al­liance Against Racist and Po­lit­i­cal Re­pres­sion) desde su fun­dación en 1973. En el evento se en­con­tra­ban pro­fe­sores de la uni­ver­si­dad de Rut­gers, un número con­sid­er­able de pro­fe­sion­ales ne­gros y ac­tivis­tas lo­cales, que con­sti­tuían el pi­lar prin­ci­pal de las nu­merosas cam­pañas para lib­erar a los pre­sos políti­cos de aque­lla época.

Fue un acto ale­gre, lleno del op­ti­mismo de aque­l­los tiem­pos. Mi re­ciente ab­solu­ción de los car­gos de as­esinato, se­cue­stro y con­spir­ación con­sti­tuía un ejem­plo dramático de cómo podíamos de­safiar con éx­ito las ofen­si­vas del Go­b­ierno con­tra los movimien­tos an­tir­racis­tas rad­i­cales. Por muy poderosas que fueran las fuerzas de­sple­gadas con­tra As­sata —el pro­grama de con­train­teligen­cia del FBI y las or­ga­ni­za­ciones poli­ciales de Nueva York y Nueva Jer­sey—, en aquel mo­mento nadie po­dría haber­nos per­sua­dido de que no podíamos con­struir un movimiento tri­un­fante para su lib­eración. Aquel acto era un pe­queño paso en esa di­rec­ción y al salir de él nos sen­tíamos bas­tante sat­is­fe­chos con los tres mil dólares re­cau­da­dos aque­lla tarde.

Para en­tonces, to­dos los mil­i­tantes rad­i­cales habíamos apren­dido a asumir como un he­cho que nue­stros ac­tos públi­cos es­ta­ban su­je­tos de man­era ha­bit­ual a la vig­i­lan­cia de la policía o del FBI o de am­bos. Sin em­bargo, no es­tábamos prepara­dos en ab­so­luto para lo que parecía una repeti­ción de los he­chos ocur­ri­dos en 1973 por los cuales As­sata se en­frentaba a una acusación por as­esinato. Ella vi­a­jaba con Zayd Shakur y Sun­di­ata Acoli por la au­topista de peaje de Nueva Jer­sey cuando les de­tuvo la policía es­tatal ale­gando que no fun­cionaba una luz trasera del ve­hículo. Como re­sul­tado de ese en­cuen­tro, As­sata quedó herida en es­tado crítico y dos per­sonas más, el agente de la policía es­tatal Werner Forster y el amigo de As­sata, Zayd Shakur, murieron. Cuando un grupo de nosotros sal­imos del acto bené­fico y nos dirigíamos por una car­retera se­cun­daria ha­cia la casa de Lennox, donde íbamos a hacer una pe­queña fi­esta, nos sor­prendió bas­tante que un coche de la policía lo­cal nos hiciera señales para que nos de­tu­viéramos. A mi amiga Char­lene Mitchell, que en aquel mo­mento era la di­rec­tora ejec­u­tiva de la Agen­cia, le di­jeron que ba­jara del ve­hículo, junto con el con­duc­tor y el otro pasajero que venía con nosotros. Mien­tras los policías se burla­ban de nosotros lleván­dose la mano a la funda de las pis­to­las de man­era os­ten­si­ble, a mí se me or­denó que per­maneciera en el au­tomóvil. Lennox, a cuyo coche seguíamos, in­medi­ata­mente dio la vuelta y se ac­ercó a la policía con su iden­ti­fi­cación como abo­gado en la mano, ex­pli­cando que era nue­stro rep­re­sen­tante le­gal. Esto hizo que los agentes se pusieran muy nerviosos, hasta el punto de que uno sacó del ve­hículo un fusil an­tidis­tur­bios con el que apuntó a Lennox desde cerca. To­dos nos quedamos par­al­iza­dos. Sabíamos de­masi­ado bien que cualquier pe­queño gesto in­ocente podía ser in­ter­pre­tado como que es­tábamos in­ten­tando sacar un arma y que ese en­frentamiento podía con­ver­tirse fá­cil­mente en algo sim­i­lar al que había ter­mi­nado en la acusación de as­esinato con­tra As­sata.

La jus­ti­fi­cación es­puria que dio la policía para esta em­boscada fue que había una or­den de ar­resto con­tra mí (algo que luego se demostró que era men­tira). Aunque se nos per­mi­tió irnos, ape­nas lleg­amos a la casa de Lennox de­s­cub­ri­mos que ya habían pe­dido re­fuer­zos y que lit­eral­mente habían rodeado la vivienda. A pe­sar de que allí se en­con­traba una de las primeras juezas ne­gras del Es­tado y otras per­son­al­i­dades promi­nentes, nos vi­mos oblig­a­dos a con­tac­tar con poderes más el­e­va­dos en Wash­ing­ton, como el con­gre­sista John Cony­ers. Pen­samos que pedir una es­colta fed­eral para salir del Es­tado po­dría aplicar cierta pre­sión a la policía lo­cal. Éste era el tipo de me­di­das y de amis­tades nece­sarias en tiem­pos tan in­esta­bles.

Me he de­tenido con de­talle en ese in­ci­dente sim­ple­mente porque puede ayu­dar a los lec­tores de la au­to­bi­ografía de As­sata, no sólo a cen­trarse en el pa­pel político de­sem­peñado por la policía en los años se­tenta, sino tam­bién a com­pren­der mejor as­pec­tos históri­cos im­por­tantes del fre­cuente es­tereotipo racial aso­ci­ado con las prác­ti­cas poli­ciales de la ac­tu­al­i­dad. Tal per­spec­tiva histórica re­sulta par­tic­u­lar­mente rel­e­vante hoy en día, cuando ex­pre­siones descaradas de racismo es­truc­tural, como es el pa­trón de en­car­ce­lamiento en masa al que es­tán someti­das las co­mu­nidades de color, se vuel­ven in­vis­i­bles por el am­bi­ente dom­i­nante de pánico a la delin­cuen­cia. Y por si esto fuera poco, nos en­con­tramos con que al mismo tiempo me­di­das como los pro­gra­mas de ac­ción afir­ma­tiva y otras re­des de se­guri­dad como el sis­tema de presta­ciones y ayu­das es­tán siendo des­man­te­la­dos de forma sis­temática.

Cuando Richard Nixon enar­boló el es­lo­gan de «Ley y or­den» en la dé­cada de los se­tenta, éste se usó en parte para de­sa­cred­i­tar al movimiento de lib­eración ne­gro y para jus­ti­ficar la uti­lización de las fuerzas del or­den, los tri­bunales y las pri­siones con­tra fig­uras clave de éste y otros movimien­tos rad­i­cales de esa época. Hoy en día, el em­pare­jamiento irónico de un índice de­cre­ciente de crim­i­nal­i­dad y la con­sol­i­dación de un com­plejo in­dus­trial de pri­siones, que hace del in­cre­mento de la tasa de in­ter­namiento una necesi­dad económica, ha fa­cil­i­tado el en­car­ce­lamiento de dos mil­lones de per­sonas en Es­ta­dos Unidos. En este con­texto ide­ológico, a pre­sos políti­cos como As­sata Shakur, Mu­mia Abu–Ya­mal y Leonard Peltier se les rep­re­senta en el dis­curso político pop­u­lar como a crim­i­nales que mere­cen ser eje­cu­ta­dos o pasar el resto de su vida en­tre re­jas.

A fi­nales de los noventa, la his­te­ria racista cen­trada en As­sata fue rea­v­i­vada cuando, al pare­cer, el Cuerpo de Policía Es­tatal de Nueva Jer­sey con­ven­ció al Papa Juan Pablo II de que aprovechara su primer vi­aje a Cuba para pre­sionar a Fi­del Cas­tro de man­era que ac­cediera a ex­tra­di­tarla. Por si fuera poco, la gob­er­nadora del Es­tado, Chris­tine Todd Whit­man, ofre­ció una rec­om­pensa de cin­cuenta mil dólares, cuyo im­porte pos­te­ri­or­mente se dobló, por el re­greso de As­sata y el Con­greso aprobó una ley en la cual se in­staba al go­b­ierno cubano a ini­ciar el pro­ced­imiento de ex­tradi­ción.

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