Vivencias del abuelo Paco
Corregidas y aumentadas
Primera edición: 2018
ISBN: 9788417447380
ISBN eBook: 9788417637293
© del texto:
Francisco Sabucedo Fernández
© de esta edición:
, 2018
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Impreso en España – Printed in Spain
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A todos los míos.
In troducción
1º.) Comprende: «La aldea», «Mi presentación», «Osera», «Urraca», «Priorato», «Y seguimos con el comentario de la aldea, hasta tomar la salida a Vigo».
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2º.) Le sigue «Las dos vivencias». Vigo, campaña militar, aldea y a Vigo
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3º.) «Libro Dos», «Vivencias del abuelo Paco». Vigo-Coruña, aldea, Vigo al fin del libro.
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Prólogo
Se lleva gastada mucha tinta. Yo me propongo gastar otra gota, para contaros mis pequeñas minucias, en la época que me tocó vivir, para vérmelas pasar por la maldita guerra hasta hoy. Sobre la larga contienda, quien haya leído Las vivencias del ab uelo Paco , verá alguna de mis afirmaciones. Todo sucintamente, usando de la poca información que había, y menos de la que no estaba a mi alcance y, si queréis, hasta poco de fiar, valiéndome del boca a boca, que a veces tenía dos caras. Era lo que había. Por supuesto que trato de usar mi propia experiencia, con el único propósito de si con mi grano de arena ayudo a concienciar, de evitar que no se repita la lamentable historia que nos tocó sufrir.
Como veréis, pretendo reflexionar —por eso dejé pasar mis noventa y cuatro años—, y ahora o nunca, para contaros algunas de las duras ocasiones que me tocó vivir en esta parte de nuestra historia. Con el mejor recuerdo para aquellos sanos amigos «de piñón fijo» que, ante su credo, se arriesgaron a todo, incluso entregando sus vidas. Otros, con mejor suerte, supervivientes, años después continuaron con el erre que erre, con los que conservé buena relación y amistad. Alguno amargado, desanimado, aburrido, indignado…
Bien supongo que más de uno de estos que sigo considerando como buenos amigos: derecha, izquierda, o bien, izquierda, derecha, se van todavía a sorprender, y espero la misma pregunta que ya me tienen hecho: ¡¿Pero tú…?! ¡¿No me digas que…?! Sí, tenéis razón, les voy confirmando, cuando no me vuelco por aquellas ideas que antes defendía. ¿Queréis decirme —les suelo contestar— que ganamos nosotros, dando la cara y exponiendo el pellejo por el político de turno? Cuando llegan arriba, los veréis pronto —no todos— encumbrados, con buenos coches, comprando chalés, nuevos pisos o incluso cambiando de mujer, ¿os dais cuenta? Los partidos hacen falta. Tratar de elegir a la persona que mejor nos pueda dirigir, pero no deis la cara por ninguna sigla, no hay diferencias.
Veréis que, en una de las vivencias de la mejor etapa de mi edad, no me importaba poner la cara al descubierto, sin tapujos, sin malicia, entregado. Eso sí, cargado de inocencia, de ignorancia. Soñando despierto, con los pies en las nubes. ¿Seremos tan volubles? Ahora, con el paso de los años y dura experiencia, me fui desengañando. ¿Decepcionado? Pues sí, al cabo de siete años de miseria, pesadillas, hambre, frío, en la campaña militar, angustiado. ¿Por qué? ¿Aplaudiéndole a incontrolados y ambiciosos políticos, salvo excepciones, sin sentido de la responsabilidad, sin capacidad de gobernar, para llevarnos a un callejón sin salida? ¡¡A la maldita guerra!!
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Pri mera parte
Me abrieron la puerta a este mundo el 10 de junio de 1920 en la pequeña aldea de Prado de Santa María de Castrelo de Miño, Orense, donde fui despertando, formando parte de ocho hermanos. Allí, en una modesta viviendo, nuestros padres nos fueron recibiendo —más que recibiendo, encargando—, no poco a poco, deprisa, deprisa. Había que alcanzar pronto el cupo y nos fueron amontonando, sin completar la familia numerosa, para recibir el premio que entonces había.
Mi hermano mayor, Etelvino, falleció a sus cinco años de edad, de escarlatina, diagnosticada por su padrino y tío, doctor Bello. A todos nos fueron sacando, con vitalidad, sanos y útiles, como solían decirnos. Lo que no comprendo es cómo nos pudieron atender en lo principal.
Nuestra iglesia —me considero un vecino más— denominada de Santa María, de estilo románico, data del año 1200. Alrededor, el cementerio, unido a su casa parroquial. Esta, con amplias escaleras en su patio interior, en obra de vistosa y trabajada piedra hasta el primer piso y amplio corredor de noble madera, y no digamos su amplia y reservada finca —hoy administrada por el propio Obispado—, con agua de manantial propia para uso personal y regadío, cercada con muro de piedra. Como parroquia feligresa, dado su patrimonio, es una de las mejores del obispado, que ya es decir.
En tiempo, también hubo cuatro capillas en la parroquia, de las que nos decían de su existencia en la de San Sebastián, la capilla, A Granxa, la de Santa Águeda, en A Cuqueira —subida a Macendo— y, por último, la del priorato, en lugar de A Cal. Excepto esta última, donde hay todavía buenos vestigios de su ubicación, de las otras ya no quedan rastros. Me sorprenden tantas capillas en un pueblo pequeño, aun suponiendo que todos quisieran ser santos. Es de suponer que, como sus construcciones fueron anteriores a la llegada de la Iglesia, esta las fuera absorbiendo. Lo normal. ¡El pez grande comiéndose al chico! ¿O no?
Las festividades que actualmente se celebran —anteriormente hubo alguna más— son de las Candelas, San Blas y del Carmen. La procesión sale en esos días después de la misa mayor, acompañada por la banda de música y feligreses haciendo un recorrido de unos ciento cincuenta metros para dar vuelta sobre el crucero de la plaza de A Eira O Torreiro —ya fue restaurado—. Una vez terminada la ceremonia, continuará la fiesta pagana. Destacar la magnífica cruz de plata, por suscripción popular del año 1603. Es, se dice, una obra maestra de Bernardino Velasco, de Orense, y se usaba cuando el sacerdote iba hacer alguna extremaunción, acompañar un sepelio y, por supuesto, en tales procesiones de las fiestas.
La principal fiesta era la del patrón san Blas, a la que mayormente se invitaba a familiares y amigos, y a la que concurrían muchos devotos de los vecinos de inmediatos pueblos. Incluso de estar un día apacible, venían en plan de romería familias completas o grupos de amigos que iban acampando en el inmediato comunal, próximo a la iglesia. Tenían a su alcance O Torreiro, donde no faltaban las pulperas, algún servicio de comidas y complementos.
Durante el día, se iban formando grupos, en una ladera de ese comunal, para jugar al bug allo . Se trataba de lanzar unas seis pequeñas bolitas, del tamaño de aceitunas —semillas de roble—, a una pocilga, sobre tierra descubierta, a una distancia de cuatro o cinco metros. Encajando pares, ganaba el que tiraba. Y apostar dinero, por supuesto. Por la tarde, se animaba la fiesta. Tómbola, fruta y otras atracciones para todas las edades. La banda de música tenía cuerda para que no decayera el baile. Entonces, se permitía el cambio de parejas, que daba motivo para algún «chispazo». Hay celos que matan.