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Suketu Mehta - Esta tierra es nuestra tierra: Manifiesto del inmigrante

Aquí puedes leer online Suketu Mehta - Esta tierra es nuestra tierra: Manifiesto del inmigrante texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2021, Editor: Penguin Random House Grupo Editorial España, Género: No ficción. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Suketu Mehta Esta tierra es nuestra tierra: Manifiesto del inmigrante
  • Libro:
    Esta tierra es nuestra tierra: Manifiesto del inmigrante
  • Autor:
  • Editor:
    Penguin Random House Grupo Editorial España
  • Genre:
  • Año:
    2021
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Esta tierra es nuestra tierra: Manifiesto del inmigrante: resumen, descripción y anotación

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El aclamado autor deCiudad total,Suketu Mehta, firmaun apasionadoensayo narrativo a favor dela inmigraciónglobal.

«Un libro brillante, urgente y necesario. Una elocuente defensa de nosotros, los inmigrantes, contra la intolerancia: qué no somos, quiénes somos, por qué nos merecemos ser bienvenidos y no temidos.»
SalmanRushdie

Mas que nunca antes, gran parte de la población global se ve obligada a abandonar su hogar y emigrar. Suketu Mehta se encuentra entre los millones de personas que se han visto forzadas a vivir en un país en el que no han nacido, y Esta tierra es nuestra tierra es su urgente defensa de la inmigración global. Un manifiesto a favor de la empatía en el que expone que Occidente no está siendo destruido por la llegada de inmigrantes desde áreas empobrecidas, sino por el miedo a la inmigración. Mehta contrasta las hipócritas narrativas de las ideologías populistas con el heroísmo cotidiano de trabajadores que emigran desde Latinoamérica o el Magreb hacia Occidente en busca de una mejora en sus condiciones de vida. Desde la experiencia de su propia familia, que tuvo que dejar India para trasladarse primero a Reino Unido y después a Estados Unidos, Mehta somete el rechazo a la inmigración a un escrutinio implacable y explora los destructivos legados del colonialismo y la desigualdad que asolan a una gran parte de los habitantes del planeta.

Pasional, riguroso y nutrido por un amplio abanico de historias personales, Esta tierra es nuestra tierra es una oportuna y necesaria intervención en un debate de absoluta vigencia.

Reseñas:
«Una ferviente visión panorámica de la inmigración, revela los orígenes de la inmigración en masa con lucidez abrasadora.»
The New York Times

«Una crítica avasalladora contra la retórica antiinmigración que ha dominado la política global estos últimos años [...]. Mehta desmantela las narrativas de los ideólogos populistas con una defensa vehemente de la inmigración.»
Time Magazine

«Una crítica implacable a la hipocresía antiinmigratoria [...]. Conmovedor y ameno, es un himno para todos nosotros.»
Jumpa Lahiri

«Una llamada a la cordura y a la justicia escrita por uno de nuestros mejores autores.»
Mohsin Hamid

«Una declaración empática a favor de los inmigrantes que desvela las profundas fuerzas que los llevan a dejar sus hogares.»
Joseph Stiglitz

«Suketu Mehta es uno de los mejores pensadores y escritores sobre inmigración [...]. Es de esa extraña clase de libros que son pragmáticos, sin sentimentalismos, y a la vez tremendamente inspiradores.»
Gary Shteyngart

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Índice

Para Ramesh y Usha Mehta No hay felicidad para quien no viaja Rohita De - photo 1

Para Ramesh y Usha Mehta No hay felicidad para quien no viaja Rohita De - photo 2

Para Ramesh y Usha Mehta

¡No hay felicidad para quien no viaja, Rohita!

De tanto permanecer en la sociedad de los hombres,

hasta el mejor de ellos se echa a perder.

Ponte en camino.

Los pies del caminante se transforman en flores,

su alma crece y da frutos

y la fatiga del viaje limpia sus vicios.

La suerte de quien se está quieto no se mueve,

duerme cuando él duerme

y se levanta cuando él se despierta.

¡Ahora vete, viaja, Rohita!

I NDRA , protector de los viajeros,

en el Aitareia-bráhmana

PREFACIO

Este es un libro sobre personas que dejan sus hogares y se desplazan a través del planeta: sobre por qué se desplazan, por qué se las teme y por qué hay que acogerlas. Aunque gran parte de él trata de la inmigración estadounidense, el problema nunca ha sido más global. De Finlandia a Francia, de Suecia a Eslovaquia, hay una resistencia populista a la inmigración, fundamentada en el miedo y los prejuicios, que este libro espera disipar.

En él utilizo el término «países ricos» para referirme a Estados Unidos, Canadá, Europa, Australia, Nueva Zelanda y Japón. Soy consciente de que hay países que no encajan bien en ninguna categoría; puede que a principios del siglo XX fueran «pobres», como China y la India, y ahora lo sean menos. Ante de entrar en consideraciones semánticas sobre los términos «en vías de desarrollo» o «desarrollados», he optado por describirlos como «ricos» y «pobres», y confío en que el lector distinguirá entre unos y otros.

Las complejidades de la migración mundial me atañen personalmente. Mi familia no emigró a Estados Unidos porque los estadounidenses hubieran colonizado la India sino porque los británicos lo hicieron, y mi abuelo se vio obligado a abandonar su pueblo para irse a Kenia. Ese fue el comienzo de una cadena de migraciones que me llevó a instalarme en Nueva York en 1977. Otros miembros de la familia se fueron al Reino Unido, Australia y Dubái, y continúan desplazándose.

La migración hoy en día es un problema mundial y necesita soluciones a escala mundial. El colonialismo, la desigualdad, la guerra y el cambio climático nos afectan a todos, ricos o pobres, donde sea que vivamos. Independientemente de si uno cree en las fronteras abiertas, en cerrar fronteras o en una solución intermedia, espero que este libro promueva la comprensión y la empatía hacia quienes tienen que cruzarlas. En el corazón no debería haber fronteras.

PRIMERA PARTE
VIENEN LOS MIGRANTES
1
UN PLANETA EN MOVIMIENTO

Un día, allá en la década de 1980, mi abuelo materno estaba sentado en un parque de las afueras de Londres, y un anciano británico se acercó a él y le agitó un dedo en la cara.

—¿Qué hacéis aquí? —le preguntó—. ¿Por qué estáis en mi país?

—Porque somos los acreedores —respondió mi abuelo, que había nacido en la India y, después de haber trabajado toda su vida en la Kenia colonial, vivía jubilado en Londres—. Os llevasteis toda nuestra riqueza, nuestros diamantes. Hemos venido a recuperarlos.

Estamos aquí porque vosotros estuvisteis allí, le estaba diciendo mi abuelo.

Hoy en día en los países ricos hay muchísimas personas que se quejan a voz en grito de la migración que llega de los países pobres. Pero, a los ojos de los migrantes, es un juego amañado. Primero los países ricos nos colonizaron, nos robaron nuestros tesoros e impidieron que construyéramos industrias propias. Tras saquearnos durante siglos se marcharon, pero no sin antes trazar mapas que aseguraran conflictos permanentes entre nuestras comunidades. Luego nos llevaron a sus países como «trabajadores invitados» —como si supieran lo que significa la palabra «invitado» en nuestras culturas—, pero nos disuadieron de ir con nuestras familias.

Después de haber desarrollado sus economías con nuestras materias primas y nuestra mano de obra, nos pidieron que regresáramos a nuestros países, y se sorprendieron cuando no lo hicimos. Nos robaron los minerales y nos corrompieron los gobiernos para que sus empresas pudieran seguir robándonos los recursos; ensuciaron el aire que respiramos y las aguas que nos rodean, dejándonos las granjas estériles y los océanos sin vida, y se horrorizaron cuando los más pobres de entre nosotros llegaron a sus fronteras, no para robar sino para trabajar, limpiar su porquería y copular con sus hombres.

Aun así, nos necesitaban. Nos necesitaban para reparar sus ordenadores, curar a sus enfermos e instruir a sus hijos, por lo que tomaron a los mejores y más brillantes de entre nosotros, los que habíamos sido educados a un coste elevadísimo en los precarios estados de los que proveníamos, y nos sedujeron de nuevo para que trabajáramos para ellos. Ahora vuelven a pedirnos que no vengamos, desesperados y hambrientos como nos han dejado, porque los más ricos necesitan un chivo expiatorio. Así es como se amaña el juego actualmente.

Mi familia se ha desplazado por todo el mundo —de la India a Kenia, luego a Inglaterra, a Estados Unidos y vuelta a empezar— y sigue desplazándose. Uno de mis abuelos se marchó del Gujarat rural para irse a vivir a Calcuta a principios del siglo XX ; mi otro abuelo, que vivía a medio día en carreta tirada por bueyes, se fue poco después a Nairobi. En Calcuta, mi abuelo paterno se asoció con su hermano mayor en el negocio de la joyería; en Nairobi, mi abuelo materno inició su carrera a los dieciséis años barriendo los pisos de la oficina de su tío contable. Así empezó el éxodo de mi familia del pueblo a la ciudad. Fue, ahora me doy cuenta, hace menos de cien años.

Hoy día me encuentro entre los doscientos cincuenta millones de personas que viven en un país diferente al que nacieron. He tenido suerte; según las encuestas, casi setecientos cincuenta millones de personas quieren vivir en un país diferente al que nacieron, y lo harán en cuanto se les presente una oportunidad. ¿Por qué nos desplazamos? ¿Por qué continuamos desplazándonos?

El 1 de octubre de 1977 mis padres, mis dos hermanas y yo nos subimos en plena noche a un avión de Lufthansa en el aeropuerto de Bombay. Íbamos vestidos con ropa nueva, pesada e incómoda, y acabábamos de despedirnos de nuestra familia, que había acudido con guirnaldas y farolillos; todavía teníamos la frente untada con bermellón. Nos dirigíamos a Estados Unidos.

Para que nos salieran más baratos los billetes, nuestro agente de viajes nos había organizado un itinerario tortuoso: nos bajamos en Frankfurt, donde debíamos tomar un vuelo interno a Colonia y de ahí otro a Nueva York. En Frankfurt, el oficial de fronteras alemán examinó los pasaportes indios de mi padre, mis hermanas y el mío, y los selló. Luego sostuvo en alto el pasaporte de mi madre con aversión. «No se le permite entrar en Alemania», dijo.

Era el pasaporte británico que se concedía a los ciudadanos de origen indio que, como mi madre, habían nacido en Kenia antes de la independencia. Pero los británicos no los querían. Nueve años antes el Parlamento había aprobado la Ley sobre Inmigración de la Commonwealth, privando con efecto inmediato a cientos de miles de titulares de pasaporte británico nacidos en África Oriental de su derecho a vivir en el país que les había concedido la nacionalidad. El pasaporte literalmente no valía el papel en el que estaba impreso.

El funcionario alemán consideró que, debido a su situación incierta, mi madre podía abandonar a su marido y a sus tres hijos pequeños para escaparse y emprender una nueva vida ella sola en Alemania. Así que tuvimos que volar directamente desde Frankfurt. Después de siete horas y de muchas bolsas para el mareo, salimos a la sala de llegadas internacionales del Aeropuerto Internacional John F. Kennedy. Sobre nosotros giraba una grácil escultura móvil naranja, negra y amarilla de Alexander Calder con una enorme bandera estadounidense de fondo, y había globos de helio de muchos colores en el techo, recuerdos de bienvenidas pasadas. A medida que los recién llegados eran recibidos en la nueva tierra por sus parientes, los globos se elevaban hasta el techo para hacer sitio a los más nuevos. Infundían esperanza a los recién llegados: mirad, si tenéis suerte y trabajáis duro, en unos años vosotros también llegaréis alto.

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